Los tomé nuevamente de la mano y los llevé a conocer la casa. Gael preguntaba sobre cualquier cosa que veía. Qué decían las pinturas colgadas en las paredes, si la piel de las alfombras era de osos de verdad, por qué no había fotos de nosotros en casa y mil cosas más. Le dejé escoger una habitación para él, quería mandar a decorarla como él lo pidiera. No me extrañó cuando dijo que le gustaba la que tenía un balcón desde la que podía ver la piscina.
—Papá —me llamó, haciéndome sentir inmensamente feliz—. ¿Y si colocas un tobogán desde aquí hasta la piscina? —su petición nos hizo reír nuevamente.
—Imposible, hijo —Anais se acercó y tomó sus mejillas—. Eso sería hermoso, pero muy peligroso. Mejor dejamos la habitación tal cual está.
—Está bien. Pero si un día quieren verme muy, muy, muy feliz, colocan el tobogán.
Lo tomé en mis brazos, sus palabras causaban tanta ternura dentro de mí que sentía que pronto me saldría la felicidad por los poros. Anais sonrió y para mayor felicidad, se acercó, me rodeó con sus brazos y pegó su rostro en mi pecho. Me aferré a ella con mi brazo libre y besé su cabeza.
—Gracias, hoy he vuelto a la vida. Mi alma está completa de nuevo.
—Perdóname, Arturo. De verdad, creí que era mejor seguir como estábamos. Ahora sé que te causé más dolor del que pensé que yo sentía.
—No pidas perdón. La vida ha puesto todo en su lugar. Ahora todo depende de nosotros. Debemos ser fuertes y sobre todo, estar muy unidos; sólo así ganaremos.
—Y si mi padre…
—Tu padre no existe entre nosotros —la interrumpí—. Él va a entender que debe alejarse de mi familia. Aun no me conoce, no sabe de lo que soy capaz con tal de mantenerlos conmigo.
—Papá, ¿podemos sentarnos un rato frente al fuego?
—Por supuesto, vamos —lo llevé en brazos al salón; lo dejé sobre la alfombra, avivé el fuego y me senté con él. Anais fue a la cocina a preparar la comida. Nos quedamos en silencio, sólo viendo como la madera se quemaba. Después de un rato se acostó, colocando su cabeza sobre mis piernas. Acaricié su cabello mientras agradecía a la vida por devolverme a la mujer que amaba y por permitirme ser aceptado por mi hijo.
—¿Sabes, papá?, siempre me ha gustado ver el fuego, todos dicen que no saben qué veo en él y… —se sentó y me dijo al oído—. No le digas a mi mami, ¿vale? —asentí para darle confianza de continuar hablando—. Siempre pensé que si miraba el fuego te vería a ti.
No sé cómo pude reprimir mis lágrimas. Lo abracé de nuevo, quería decirle tanto con mis abrazos. Todo ese tiempo, de alguna manera estuvimos conectados. Yo miraba el fuego para pensar y calmarme; mi hijo lo miraba para encontrarme. Permanecimos así mucho rato, hasta que él dijo que quería dormir. Lo acosté en el sofá, cubriéndolo con una manta. Después volví a sentarme frente al fuego. Decidí llamar a mi abuela, ellos estarían esperando por mí.
—Cariño —saludó mi abuela al segundo tono—. Estamos preocupados por ti. ¿Sucede algo?
—Abuela, estoy bien. Discúlpame por no llamar antes, pero he estado ocupado. Quiero contarte algo, sólo te pido que no lo comenten con nadie. No creo que sea buena idea que mis padres se enteren.
—Cuenta con nuestra discreción, cariño.
—Estoy con Anais —mi abuela dejó salir un sollozo.
—Me alegra saberlo, cariño. Estoy feliz, muy feliz por ti. Dale un abrazo de mi parte.
—Gracias, abuela. Hay algo más, algo que te hará aún más feliz.
—¿Crees que es posible?, si apenas puedo contenerme. Quisiera estar con ustedes para abrazarlos.
—Abuela, ¿recuerdas el niño que la llamó mami? —ella asintió con un sollozo—. Es mi hijo.
—¡Arturo!, ¿estás hablando en serio? ¡Gael! —gritó ella, llamando a mi abuelo.
—Cariño, tienes que llevarlos a casa. Nosotros decidimos regresar hoy. Estamos a punto de irnos de tu departamento. Los esperaremos, disfruta unos días con ellos y luego ven a nosotros. Por favor, no nos prives mucho tiempo de conocer al niño.
—Así lo haré, abuela. No sabes lo feliz que estoy. Siento que de nuevo mi vida vale la pena, ya no soy un muerto en vida que camina sin rumbo. Dile al abuelo que estará muy feliz cuando le diga su nombre.
Mi abuela me envió muchos besos para ellos y luego culminó la llamada. Giré para ver a Gael, no esperaba encontrar a Anais observándome. Sus mejillas volvían a estar bañadas en lágrimas, mantenía sus manos sobre los labios para evitar que la escuchara. Me levanté de inmediato y la envolví en un abrazo.
—¿Qué sucede, mi amor?, no quiero verte llorar de nuevo.
—Disculpa, Arturo. Vine a buscarlos para comer y te escuché hablando con tu abuela y…
—Shhhh. No pienses en nada. Todo está bien ahora. Mi oscuridad está iluminada por ustedes. Si pudiera encontrar una palabra para expresar cuánto los amo, créeme que la diría cada minuto.
—Lo lamento tanto, Arturo. No pensé que estabas mal. Escucharte decir que estabas muer… —la interrumpí con un beso. No quería esa palabra en sus labios.
—No pensemos en el pasado, por favor. Lo que vivimos y lo que dejamos de vivir en el pasado, allí debe quedarse; sobre todo, si nos hace daño. Ahora estamos juntos y es lo que realmente importa.