La llegada de Mauricio causó más alegría en Anais y Gael, de la que esperaba. Los abrazó demostrando tanto afecto por ellos, que creí imposible que Anais no hubiese notado que había algo en él que lo hacía amarlos de esa manera. El hombre no era tan joven como creí al escuchar su voz; sin embargo, se notaba que cuidaba su cuerpo; quizás se ejercitaba con frecuencia. El color de sus ojos era igual al de Anais y si se prestaba atención, se podía ver que había cierto parecido en sus rasgos.
—Es un placer conocerte —me dijo al estrechar mi mano—. Anais me contó mucho sobre ti.
—Mauricio, por favor —le advirtió ella y él sonrió.
—Tranquila, lo que dijiste está a buen resguardo —bromeó él—. ¿Ha cuidado bien de ellos? —me preguntó.
—Esa pregunta es innecesaria —respondí y él asintió con un gesto. Luego, Anais lo llevó para que se instalara en una habitación y yo esperé impaciente el momento en que bajara y pudiésemos hablar. Quería saber todo acerca de lo que él había investigado sobre el padre de Anais.
—Oscar no será un problema para ustedes —me dijo Mauricio después de sentarse frente a mí en un sillón del salón. Su gesto era serio, tenía un aire de imperturbabilidad que me decía lo mucho que él luchaba por mantener a Anais y a mi hijo a salvo—. Es cuestión de días para que todo su imperio se derrumbe.
—¿Qué hizo para lograrlo? —quise saber.
—Es mejor que no sepas los detalles. No quiero que te metas en problemas. Anais sabrá todo cuando ya no corran peligro ninguno de los tres. Te incluyo, porque estoy al tanto de la orden que dio sobre ti. Lo último que quiero es ver sufrir a mi hija de nuevo.
—¿Es consciente que ella necesita saber la verdad? —le dije y vi el cambio en su mirada. Le asustaba el rechazo de su hija, estaba más que claro.
—Llegará el momento, no te preocupes. Montserrat espera estar fuera de peligro para que por fin, seamos libres y podamos contarle todo a nuestra hija.
—¿Tienes una hija? —la voz de Anais nos sorprendió. Mauricio se puso de pie de inmediato para acercarse a ella—. ¿No me has contado nada en todo este tiempo y se lo cuentas a Arturo cuando acabas de conocerlo?, me siento ofendida, Mauricio —aparentemente, ella no había escuchado toda la conversación.
—Por favor, no lo tomes a mal es sólo que…
—Es complicado —interrumpió Gael y yo sonreí—. Tienes que esperar un poco Mauricio; yo esperé mucho tiempo hasta que papá nos encontró.
—Así es, hijo —le dije y le hice sentarse en mi regazo. Mauricio y Anais no dejaban de verse a los ojos; por lo que intenté ayudarlo—. Cariño, hay temas de los que no deberíamos hablar ahora —con un gesto le indiqué que el niño no debía escuchar y ella asintió en respuesta. Se acercó a Mauricio para abrazarle; podía sentirse el afecto entre ellos.
—Perdona, Mauricio. Sabes que soy muy discreta. Es sólo que no esperé escuchar o que dijiste.
—No te preocupes. Pronto sabrás todo lo que no he podido contarte.
Anais se sentó a mi lado, tomé su mano mientras conversábamos con Mauricio. El niño se quedó dormido sobre mí; lo llevé en brazos a la cama y me quedé un rato con él para darle a Anais y su padre el espacio que necesitaban. Esa noche, como las anteriores, dormí abrazado a ella sintiendo la paz que había perdido hacía cinco años.
La mañana siguiente me vi obligado a ir a la empresa para resolver personalmente una situación que estaba saliéndose de control. Mauro redobló la seguridad, obligándome a ir con ellos en un auto, aunque yo prefería conducir. Me sentía menos preocupado sabiendo que Anais y Gael Arturo estaban en buenas manos; sin embargo, quería darme prisa.
Mi secretaria tenía todo preparado para la reunión. Todos se miraban sorprendidos cuando entré y saludé con amabilidad a cada uno; algo que había dejado de hacer. Ahora comprendía que ellos no tenían que haber pagado por mi mal humor por no tener a Anais conmigo; sin embargo, no podía cambiar el tiempo. Sólo quedaba enmendar lo que había hecho mal.
Cuatro horas después regresaba a casa. Mauro iba al volante, conversábamos acerca de lo que Mauricio me había informado. En ese momento entró una llamada en su teléfono. Al responder, vi a través del espejo, su mirada de alarma. Aceleró de inmediato, mientras continuaba escuchando a quien le llamó. Estaba seguro que era uno de los guardias.
—Nos siguen, Arturo —me informó luego—. Carlos fue notificado por su compañero —miré hacia atrás y pude ver la camioneta de los guardias. Tras de ellos, dos camionetas nos seguían de cerca. Mauro se comunicó con los demás, quienes ya se habían fijado en los autos.