Elizabeth, tenemos problemas, esa es mi subconsciente cuando me advierte que perderé el juicio ante un vaso más de alcohol.
Tengo la mirada fija en mi bebida, la barbilla puesta en la mesa, pensando cómo una vez más me encuentro envuelta en un embrollo más de fiestas y bebidas alcohólicas
¿Cómo me declaro?
Culpable. Pero en mi defensa, estar en mi departamento es aburrido.
No puedo negarme a la invitación, es de mi amiga, se preocupa por que no he conseguido socializar. Es verdad, pero a pesar de estar aquí, tampoco lo hago muy bien. Sinceramente prefiero hablarle a mi vaso de cerveza antes que a una persona que no consigue entretenerme lo suficiente.
Del otro lado de la mesa está Lalo, un chico desalineado, serio y cortante, apenas y he podido intercambiar un par de palabras con él. No me dice nada más, solo se dedica a mirarme con recelo, pedirme que deje de beber cada cierto minuto y baile con él. Me negué a obedecerle y ahora ha puesto su atención en Diana.
—Tu amiga no baila, ¿Te animas tú? —Pero mira que es un burro, muy a fuerzas pidió que bailara. Sé que lo hace por compromiso, la loca de Diana debió decirle, les vi platicando mientras me miraban, mucho antes de presentármelo.
Me mira mi amiga con desaprobación, siento una patada debajo de la mesa, veo debajo de la mesa discretamente que ha sido ella. Me hago la desentendida, consiguiendo que así ambos se vayan a bailar y me dejen.
Mientras el tiempo pasa mi espacio de la mesa comienza a abarrotarse de vasos de cristal vacíos. No hay rastro de Lalo o Diana, parecen haber desaparecido de la pista de baile. Esa es mi señal para saber que ella se fue por su cuenta y me he quedado de nuevo sola, que disfrute al tipo serio, que me voy yendo a mi departamento.
Con pasos torpes me pongo a caminar entre adolescentes y adultos, procurando no tropezar o tirar sus bebidas; lo menos que quiero es meterme en problemas con alguien más ebrio. Salgo del lugar pasada la media noche, afuera casi no hay nadie, afortunadamente no tengo porqué caminar, la avenida está justo frente a este bar de desahogo. Basta con que espere un taxi y esté en mi cama en poco tiempo.
Me recargo en una cabina telefónica, con los brazos sobre el pecho, conservando calor.
—Que le costaba avisar que se iba con ese. —me quejo.
Esto es muy injusto, siempre termino botada porque no le agrado a nadie. Una vez dijo mi papá que es porque no me callo lo que pienso. Todos tenemos libertad de expresión, así que no es eso. A mi parecer, creo que les aterro, es mi comportamiento y la manera en la que hablo. ¿Cómo me dijo Martina una vez? ¡Oh! Vulgar y mal hablada.
Así que por ello es que estoy sola a esta edad, tampoco es que esté desesperada por conseguir un novio, pero creo que cupido se trae algo contra mí, aun con esta personalidad que me cargo se atrevió a no mandarme a ningún enamorado hasta la fecha. Que complicado es esto, debí darle un indicio a cupido de que no estaba interesada en encontrar el amor aún. ¿Qué cosa habré dicho que captó el mensaje mal?
Logro ver un taxi acercarse a lo lejos, me paro en un lugar donde pueda verme y extiendo la mano pidiendo que se detenga. No parece tener intenciones de disminuir la velocidad.
Ni crea que me ignorará y me hará esperar al próximo taxi. Me pongo en el carril del taxi decidida, mirando el vehículo que ahora parecen ser dos. ¡Virgen santa! Estoy viendo doble, no puede ser.
El rechinar de los neumáticos hace que retroceda, pensando que ese taxi me llevará entre las patas por andar de mensa poniéndome en la carretera.
Se detiene a unos metros de mí.
Cubro mi vista con el brazo izquierdo, intentando ver a través de las farolas de la luz amarilla quién se ha bajado, escucho la puerta ser cerrada con fuerza, ¡Perfecto Elizabeth, lo hiciste enojar!
— ¡¿Pero qué te pasa vieja loca?! —siendo sincera esperaba escuchar la voz de un viejo panzón, esas voces gruesas, roncas en algunas ocasiones. Pero esta era la voz de una persona mucho más joven—. ¡¿Estabas pensando en matarte acaso?!
—No se detenía, ¿Qué quería que hiciera? —me justifico, enfrentándole esta vez.
Mira que cosas de la vida, ahora están contratando a taxistas flacos y altos. Oh, son gemelos, hasta visten igual. Esto debe ser la nueva estrategia para que los taxistas tengan más clientes, más clientes femeninas diría.
— ¿Detenerme? Pero si ni siquiera te conozco, lunática. —los dos gemelos hablan al mismo tiempo, y juntan esas cejas cafés en una sola línea muy graciosos.
— ¡Claro que no! nunca olvidaría a gemelos taxistas —agito la mano restándole importancia—. Necesito de tus servicios ahora mismo, quiero que me lleves a mi casa.
— ¿Perdón? —ahora retrocede como si tuviera algo—. Mira, me parece que estás confundiendo las cosas, yo no soy ningún taxista y no sé de qué gemelo me hablas.
—Mira tú, flaco, tu carrito amarillo no dice lo mismo. ¿Estás de servicio? Quiero que me lleves a casa, estoy pasada de alcohol y necesito llegar ahora, antes de que no sepa que será de mí si espero el próximo taxi. —le explico lo más simple que puedo, esperando que aceptara y perdonara la forma en el que lo detuve.
Me mira, soltando un suspiro.
—Te repito que no soy un taxista. Pero ya que lo pones así, supongo debo llevarte.
Se toma la molestia de tomarme del brazo y llevarme al taxi, hablando en voz baja que no debería beber si estoy sola y lo malo que es hacerlo. Bien, uno más que se ve obligado a echarme la mano, ¡Y eso que le pagaré! Para ser un taxista se toma demasiado en serio el bienestar del cliente.
—Beber es malo, mujer. Te deja un aliento muy desagradable, como a vomito... —No hacía falta que me lo restregara. Apenada cubro mi boca— y viendo doble. —sonríe, como si se burlara de mí.
Bien, me acaba de decir que estoy completamente borracha y que en todo momento he hablado con una misma persona.
—Ya lo sabía —escatimo, aun con la mano en la boca.
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Editado: 10.08.2020