Querido Aldrich

29

—¿Qué hacía el oficial Clive contigo?—atacó Otis cuando estuvimos todos sentados en los sillones del salón por petición de tía Gretel.

—Eso no es de tu incumbencia—le lancé una mirada de odio. Al hablar mi voz salio tan fría e hiriente que ninguno de ellos supo como responder.

—¡Muriel!—reclamo tía Gretel escandalizada.

Aparté la mirada, no estaba segura de querer estar ahí. Hace unos días mi furia me había llevado a huir de ellos y sus mentiras, y aun ahora no me encontraba en una posición distinta.

Ellos sabían de Janet, Ness me había dicho que fueron los que explicaron que sucedía cuando quise lanzarme por la ventana, y por consiguiente explicaba también sus reacciones al verme con la muñeca lastimada. Estaban tan tranquilos y culpables, tan metódicos. Tan misteriosos.

Tenia sentído.

No sabia si sentirme mas herida o mas enojada. Cada vez que lo pensaba con profundidad no podía evitar mirar mi muñeca vendada con el corazón desbocado y un enorme nudo en la garganta, imaginando sus sonrisas burlescas mientras esperaban que despierte. Era humillante.

Así que, sentada frente a ellos con el pecho lleno de impotencia, esperaba unas sinceras disculpas.

—Tú no sabes nada—escupió Otis, mordaz.

Los ojos se me llenaron de lágrimas.

—Calmemos—sugirió Silas con voz suave y una mirada de advertencia hacia mi otro hermano.

Tragué saliva decidida a no llorar frente a ellos y alcé el mentón con toda la dignidad que ellos me habían quitado y yo por mi cuenta había recuperado.

—Me pareció haber dejado en claro mi posición hacia ustedes cuando...—mi voz flaqueo y por un momento mi visión se borró por las lagrimas, pero aclaré mi garganta y continué—cuando decidí poner distancia entre nosotros.

—Muriel...—comenzó Silas, pero no lo deje continuar.

—Lo que no comprendo es qué hacen aquí en respuesta. Me parece que si algo deben respetar, ya que no a mi presencia, es mi decisión de espacio y tiempo.

Esta vez, al mirar a ambos, vi un ápice de arrepentimiento, algo que de alguna forma me hizo sentir un poco mas agradecida aunque no menos dolida. Para eso necesitaría mas que unos cuantos días y muchas mas respuestas.

—Debemos hablar contigo—concluyó Silas segundos después, mirando de reojo a tía Gretel entretenida en un sillón mas alejado con las manos en su chal.

Suspiré, mis manos estaban pálidas y temblorosas por el cansancio, la venda de mi muñeca se colaba por debajo de la manga de mi vestido, ya casi estaba cerrado y no sangraba ni dolía, pero era un ardiente recuerdo de ellos, de padre, del medico diciendo tonterías para aliviarme.

—Yo con ustedes no—zanjé sin ocultar el quiebre de mi voz—, su decisión de ocultarme cosas deja en claro su imagen hacia mí y me temo que no puedo permitir que alguien, mucho menos mis propios hermano, actúen con tanta crueldad y egoísmo.

—¿Egoísmo?—estalló Otis casi saltando del sillón. Silas le hizo señas para que volviera a su sitio y obedeció a regañadientes, gruñendo:—Te estamos protegiendo.

Me sorbí la nariz, limpie la diminuta lagrima en mi ojo y solté una mueca triste.

No esperaba indignación de su parte y eso me dio fuerzas para responder.

—Y supongo qué no me dirán de qué lo hacen.

Ellos se miraron dudando, le lanzaron una mirada a tía Gretel aun sin alzar la cabeza de su regazo y negaron suspirando a la par con tanta pesadez que no soporté mas estar sentada.

—Muy bien—me levanté de un salto con el fuego quemando mis entrañas—, entonces me temo que no puedo permitirles otro segundo de mi tiempo. Con permiso, tengo una cita.

—Muriel—llamó Silas frustrado cuando me volteé—, padre pidió que vuelvas a vivir a la casa.

Un estremecimiento me recorrió la espalda y por fin tía Gretel alzo la cabeza, asombrada.

Mire a Otis en silencio y cabizbajo, trague el nudo de mi garganta y suspiré temerosa.

—¿Padre volvió?.

—Aun no—Silas era el único dispuesto a hablar por que Otis solamente miraba al suelo con las manos cerradas sobre los apoya brazos del sillón. Sus nudillos estaban increíblemente pálidos y su mandíbula tensa. Busqué una explicación en Silas y esté lanzo otra mirada a tía Gretel—, pero ha dicho que volverá antes de navidad.

¿Antes de navidad?.

—¿Hablo con ustedes?—me apresuré a sentarme nuevamente, ansiosa de tener una respuesta para pedirle a padre que anule mi matrimonio—¿Lo vieron?¿Cuando..?

—No podemos decirte—murmuró Silas cabizbajo—, lo único que nos ordeno fue que volvieras a la casa.

De nuevo sentí unas intensas ganas de llorar.

Me levanté. me volteé hacia la salida y comencé a caminar tan rápido como mis piernas cansadas y adoloridas me lo permitían.

Oí sus llamados, escuche cuando se levantaron e intentaron seguirme, pero apresure el paso y desaparecí en las escaleras. Tenia que apartarme, olvidarme de ellos y seguir hasta descubrir los dichosos secretos.

Algo me decía que siguiera.

Janet era la peor amenaza de todos y aun así estaba de acuerdo con darle un tiempo para poder descansar. No sabia como funcionaba, no sabia si podría simplemente cederle mi cuerpo para que lo utilice o pasaría como las otras veces, lo decidiría ella, pero necesitaba dormir un tiempo para amanecer descansada cuando Julian pase por mi.

También necesitaba un baño y ropa limpia, comida y un arma. Algo que utilizar cuando una pelea como la de la santería se vuelva a repetir, no volvería a tener la suerte de las estatuas.

Me encerré en la habitación trabando la puerta, cambie mi vestido por algo ligero y me recosté sobre la cama a la que no le había dado ni una oportunidad.

. . .

Las garras se cerraron alrededor de mi brazo con fuerza y el calor comenzó a ser insufrible fue cuando por fin logre despertar de la pesadilla. Mi corazón latía con tanta fuerza que lo oía bajo mi piel y mis sabanas estaban tan empapadas que se pegaban a mis piernas. No lograba pensar en otra cosa que en mis pesadillas y aun así no recordaba qué soñé, pero las sensaciones eran palpables aun. El miedo, la soledad, la tristeza mezclada con una ferviente desesperación, todo vino a mi tan de repente que no lograba conciliar el sueño.




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