Querido Diario

Día Nueve

10 𝓓𝓮 𝓕𝓮𝓫𝓻𝓮𝓻𝓸.
 


𝓠𝓾𝓮𝓻𝓲𝓭𝓸 𝓓𝓲𝓪𝓻𝓲𝓸:

¿Crees que es extrañó que ponga la fecha de la noche que te escribo, sin embargo te escriba sobre lo que paso en días diferentes? 

Espero que te acostumbres, aveces no puedo recordar lo que paso este día, pero al pasar los días, esos recuerdos vienen a mi, quizá sea porque tengo dolor de cabeza constantemente y me es difícil concentrarme o solo es una falla de mi cabeza.

Como sea.

Vamos a platicar sobre la mañana después de que le di la pulsera o esclava a Gabriel, estaba sentada en las escaleras de mi casa escribiendo respuestas a los mensajes de este amigo de whatsApp, mamá acababa de ir se a supervisar el restaurante y mi hermana Meghan estaba en el interior de casa, asiendo sólo Dios sabia que con su hija menor.

Envíe mi texto cuando una sombra cubrió el sol.

—Tengo frío por esa razón salí a fuera, además es ilegal cruzar propiedad privada —incline mi cabeza, Gabriel tenia en su mano mi regaló—. Deberías saber, eres policía.

—Mira quien lo dice, dejaste esto en la puerta de mi casa.

—¿En serio?, ¿Te lo dijo un fantasma?.

Gabriel entre cerró sus ojos, me miró con atención buscando una señal en mi rostro.

Sonrió.

—Me parecé sorprendente la manera en la que hablas, no haces ningún gesto, me da la impresión de que estas aburrida cada que hablamos.

—No estoy aburrida —señale su mano—. Es tuyo, lo compre para que te proteja.

—Gracias, pero me parece algo que cuesta más que mi sueldo, no lo puedo aceptar.

—Entonces tiralo, no lo quiero de vuelta —mi teléfono sonó en mi mano, baje la mirada y comencé a leer la respuesta—. Puedes obsequiarla a Rafael, él acepta mis regalos.

Se río.

—Bien, me lo voy a quedar, gracias.

—De nada.

—Mi Ángel, ¿Puedes comprar semillas de zanahoria y pepino?.

Mire sobre mi hombro a Fiora.

—¿Para qué quiere semillas de zanahoria y pepino?.

—Escuche que es mejor cultivar tus propios alimentos —le sonrió a Gabriel—. Hola, hijo, es un placer verte.

—Gracias, ¿Zanahoria y pepino?.

Fiora asintió y casi volteó a ver a Gabriel.

—Son buenos para la... —de el interior se escuchó como algo se rompía, Fiora me miró —. Será mejor que vuelva, tu sobrina me va a sacar canas. No puedo recordar que tu fueras así de pequeña.

Se giro, dejándonos de nuevo solos.

Me puse de pie.

—Meghan cocina bastante bien, ¿Quieres entrar?.

Asintió.

Estaba por subir el escalón cuando su mano tomó la mía, lo miré.

—Me parece justo que tu lleves un regalo mío —abrió mi palma, en ella coloco algo—. Fui temprano a la joyería no es de oro, pero si de plata, espero que te gusté. Ahora, tengo bastante hambre, entremos.

Me paso y entro al interior.

Abrí mi palma, en medio de ella estaba una pulsera rodeada de cristales pequeños asemejando diamantes, en la parte de en medio una estrella brillo cuando el sol se reflejó. No era de oro como la que yo le regale, quizá valía la mitad de lo que lo hizo la que yo le compre, pero para mi tenia el valor de un diamante de la corona de la reina Isabel de Inglaterra.

Sonreí.

Entre detrás de él, podía escuchar la risa de mi hermana sin tener que esforzar mi oído eso mató mi sonrisa medía.

Cerré la puerta detrás de mi, el eco resonó por todo el techo alto.

¡Deja de meterte en mis asuntos!.

El gruñido que siguió de esa orden fue lo que realmente me hizo girar mi cabeza, pude sentir como cada gota de sangre se dreno de mi rostro y fue directo a las puntas de mis pies.

Jadee.

El rostro deforme frente a mi me miraba tan enojado que podía sentir mi cuerpo entumecido por completo, sus labios delgados y negros se movieron, dejando al descubierto sus dientes negros y podridos. Su piel grisácea estaba pegada a su piel dejando al descubierto cada contorno de sus huesos, pero sus ojos...

Dios, esos ojos, tenía córneas, pero su iris negro era lo único que se podía ver, no tenia blanco, no tenia nada solo negro, ojos negros por completo que me miraron con tanto odió que mi cuerpo se impulso hacia atrás, mi espalda chocando con la puerta.

Podía escuchar como alguien me preguntaba si estaba bien, pero no podía escuchar nada que no fuera sus palabras escupidas por esa boca que dejaba salir un aroma a putrefacción.

No te o pongas a que cobre lo que me deben, ese me pidió, ahora le toca darme lo que me prometió —estiro su mano a mi cuello, en sus muñecas tenia dos cadenas que al parecer no ayudaban a sujetarlo, sus dedos tocaron mi piel, pero un siseo bajo salio de sus labios cuando su palma toco la medalla de San Benito—. Puta... Fuera de mi caminó.

El dolor de mi cabeza punzó tanto que mi cuerpo se doblo, quite el gorro de un solo jalón.

—Detente —resople, de mis labios se escapo un quejido—. ¿Quién eres?, ¿Quién te debe?.

Mi regla de no hablar con ellos se rompió cuando intente hablar con Olivia, además este me estaba asiendo daño. No sabia como, pero podía sentir como si su mano se hubiera metido en el interior de mi cabeza y presionara con fuerza mi cerebro.

Él no era bueno.

—¡¡Joder!!, para ya...

Su risa provocó que estrellas aparecieran detrás de mis párpados, podía sentir el sudor recorrer los lados de mi rostro.

Deja mi camino libre.

—¡¿Para llegar a quien?!... ¡¡¡joder!!!.

No me respondió, solo sentí cuando se fue. Mi respiración era trabajosa, mis piernas se estiraron frente a mi, baje mis manos pesadas a mis lados y trate de calmar el miedo aterrador que me invadió.

¿Quién era ese?.

Mi cabeza seguía doliendo, pero no tenia energías para presionarla, podía ver los parches pegados en las puntas de mis dedos. Mi estomago dio una voltereta, presione mis dedos en el.

—Sophia —sin hacer ningún gesto, giré mi cabeza para mirar el rostro pálido de Gabriel—. ¿Estás bien?, ¿Quién estaba?.




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