Estoy nadando con miedo. Mi mente no está tranquila. No puedo creer lo que pasó.
El yate en el que estaba explotó en llamas. Arrasando con todo en su camino.
No puedo más con esto.
Me detengo con esas palabras en mis pensamientos. Estoy cansada y no puedo no pensar en lo que pasó por lo que volteo en la dirección del yate.
-¿Qué haces?
Pregunto Immanuel...
Si, mi suerte. Cuando nadé hasta la superficie lo encontré a mi lado, a un lado teníamos fuego que estaba comiéndose todo el yate y al otro el mar abierto.
Volteo un poco la cabeza para mirarlo y al sentirlo detrás de mí le digo:
-Aléjate.
-Esto es tan equivocado.
Respondí entonces, volviendo fijar mi mirada en nada.
-¿Qué es?
-Dejarlos.
Digo mirando a distancia. En mi son tantos sentimientos y los más fuertes los de arrepentimiento y deseo de ayudar.
-¿Y que pudieras haber hecho?
Esas palabras suenan tan indiferentes y llenas de enojo.
-No lo sé, pero no escapar.
Digo dándome la vuelta rápidamente.
-No teníamos opción.
-Siempre la hay.
El enojo me hace gritar.
-Debemos movernos. No podemos quedarnos aquí.
-Estoy cansada. Estamos haciendo esto toda la noche.
Dije, fijando mi mirada al amanecer.
-Yo también. Debemos encontrar la costa.
-No me digas, lo veo.
Digo con sarcasmo, mirando los arrugados dedos de mi mano.
-Veo algo ahí.
Dijo Immanuel, sorprendiéndome, mientras se alejaba más y más.
-¿Y dónde es eso? Estábamos bastante lejos de la ciudad.
-Voy a ver cuando llegó.
Fueron sus únicas palabras, alejándose todavía más.
-Oye, no me abandones aquí sola.
No tengo de otra, debo seguirlo.
Con una playa en frente de nosotros, me sumergí por última vez a mojar mi pelo que ya estaba medio seco. ¡Horrible!
Por primera vez en horas siento algo que no es tristeza o arrepentimiento, estoy feliz por poder por fin sentarme.
-Por fin.
Digo, sentándome en la arena.
-¿Y dónde estamos, Colombo?
Lo pregunto, mirando a mi alrededor.
No hay nada más que el mar, la arena y unos árboles.
-Supongo que sabes que Colombo no encontró lo que busco.
-Exactamente, como tú.
Lo apunto con el dedo.
Sintiéndome un poco descansada, quito la ropa mojada que traigo encima y me quedo en el traje de baño que me había puesto debajo. Un simple bikini amarillo con decoraciones negras.
-¿Por qué me estás mirando? ¿No habías pensado que me hubiera quedado desnuda en frente de ti?
Lo pregunto, consiente de que me está mirando.
-Tengo novia, además no es que tienes algo que ya no había visto.
Contesto con una sonrisa e insinuación en los ojos.
Yo exhalé en insulto.
-Perdona, yo llevo la ropa decente.
-Si como no.
Contesto, poniendo los ojos blancos.
-Idiota.
Digo, levantándome enojada mientras él mira al otro lado.
Después de pasar tantas horas en el agua estoy harta del mar, por eso me alejo de la orilla extendiendo la ropa a mi lado en la playa.
Me acuesto en la arena y siento que me mira de nuevo.
-¿Qué?
Lo pregunto, apoyándome sobre los codos.
-Alguien vino preparado.
-¿Qué eso debería significar?
Pregunto, las cejas levantadas.
-Lo obvio. Tienes el bañador puesto y estás acostada en la playa sin preocupaciones.
-¿Y qué debería hacer? ¿Sabes dónde estamos? Porque yo no. Abandonamos el yate en llamas lleno de personas en la mitad de la noche y la otra la pasamos nadando. Estamos en la mitad de la nada, sin nadie que nos ayude.
-Y estoy cansada.
Agregue después de una pausa... Para después acostarme y cerrar los ojos.
-Buenos días, nos comunicamos con ustedes con una triste noticia desde el puerto donde navegó anoche el yate con los ganadores del Fashion Log.
-A primera hora de la mañana se informó a la policía sobre un yate en llamas en medio de la bahía. Lo único que sabemos es que la investigación está en curso y que aún no han regresado de la inspección.
-Se trata de un yate en la que navegaban los empleados de la agencia de moda Asilue.
-¿Quién hubiera dicho?, justicia existe - dijo contenta Teresa Santiana, apagando la televisión.
-No puedes estar así, se trata de muchas personas - la reprendió su esposo Olivio.
-Si por fin han tenido lo que se merecen - le contesto, sintiéndose feliz.
Me quedé dormida sin darme cuenta.
El sol era muy alto y daba mucho calor. Mire hacia Immanuel que estaba dormido.
Consciente de que debo protegerme del sol, tome mi ropa en las manos para ponermela cuando sentí que los pantalones están pesadas.
Recordé que en el bolsillo de atrás puse en la fiesta mi celular.
La sensación de estar salvada me invadió y sonreí por primera vez desde anoche.
-Por favor, trabaja.
Pedí, apretando el botón.
-¡No!
Grite al ver que no enciende y que sigue goteando de el.
-¿Qué? ¿Qué paso?
Pregunto Immanuel a quien obviamente mi grito despertó.
-Nuestro boleto de salida.
Conteste, enseñándole mi celular.
Immanuel corre hacia mí, quedando en las rodillas en frente, sin despegar su mirada fija del celular.
-¿Está trabajado?
Me pregunta sin separar su mirada de el.
Y no lo culpo. Sé el sentimiento que provoca.
-¿Tú de verdad crees que yo hubiera gritado "no" si trabajaba?
-Que yo sé lo que tú gritaste.
-Eres tan...
Comience a decir, sin embargo, me detengo dándole la espalda.
¿De verdad tiene sentido comenzar una pelea ahora?
Me pregunté, cerrando mis ojos y pasando mi mano por el pelo para calmarme.
-Mira quien habla.
-¿De verdad, quieres comenzar ahora?
Lo pregunto, volteando a mirarlo.
-Entre otras cosas, ¿dónde está el tuyo?
Lo más sensato es que lo trae también.