Sinceros a nuestra situación, Immanuel y yo nos hemos adaptado completamente a la vida solitaria.
-¿Una verdad sobre la situación en la que estamos?
Immanuel me preguntó.
-Estar lejos de la pasarela.
Immanuel ríe por mi respuesta, su cabeza en mi regazo.
-¿Qué?
Le pregunto por la explicación.
-No sabía que estabas tan cansada de eso...
-No estoy cansada de caminar. Estoy cansada de todas las exigencias. Personas diciéndome qué hacer o qué debería hacer.
-Gimnasio y comida. No que nosotros comemos mejor.
-¿Qué extrañas de más?
Lo pregunto, pasando mis dedos por su pelo.
-No lo sé.
-¡Ay, ándale! Comparte.
Le digo, tirando de su pelo.
-No puedo pensar en nada. ¿A ti?
-Tres cosas: carbohidratos, Isaura y la cama.
-Estoy de acuerdo con la cama y yo diría aire acondicionado y gimnasio.
-¿Quieres hacer ejercicio?
Lo pregunté, sorprendida.
-Sí, extraño levantar el peso.
-Me puedes levantar a mí.
-Por favor, tú no tienes ni un kilo en ti. Y además te estuve levantando estos días.
Él lo dice, bromeando con una gran sonrisa.
-Au!
Pego un grito cuando hice el movimiento que lo hizo caer de mi estómago, en mi regazo, en su nariz, porque yo levanté el torso.
-Sabes, no pensé nada malo, no debes estar así.
-No. No es eso.
Le digo, estupefacta.
-Mira.
Le digo, tomando su rostro entre mis manos y volteándolo hacia el mar.
-Dime que no me estoy volviendo loca.
Lo imploro, no segura por cuál razón.
¿Quiero que sea verdad por lo que representa o por qué tengo miedo por mi razón?
-No, yo también lo veo.
Lo dijo, incrédulo.
La felicidad se apodera de mí, haciéndonos celebrarlo, abrazándonos.