Querido Sylvain

Capítulo 22 La corbata

Leilani 

La semana transcurrió de lo más normal posible. Con pequeñas modificaciones. Bueno, no tan pequeñas si tenemos en cuenta que Sylvain y yo nos habíamos confesado y todo marchaba excelente. No sabía si éramos algo aún, confiaba en que sería algo que se aclararía con el tiempo, realmente, no era algo que me atormentara, apenas habían pasado unos días desde ese pequeño show que montamos para esos niños, lo cuales solían buscarnos cada vez que nuestros recreos coincidían. A pesar de que una reja nos separaba, los encuentros eran de lo más divertido. Más aún desde que Max y Nancy se habían unido a nuestras pequeñas visitas aunque había momentos en los que Nans desaparecía y justo coincidía con la, para nada inesperada, desaparición de mi primo. 

Esas pequeñas coincidencias las anoté en mi pequeña lista mental de cosas a investigar. 

Cuando le conté a mi mejor amiga lo que sucedió no se mostró muy sorprendida y me repitió las palabras que ya sabía que me diría. 

—Era obvio, Leili. —había dicho con un tono burlesco.

Le había contado absolutamente todo lo que había pasado, repetí lo mejor que pude cada palabra dicha durante el encuentro, aún con la emoción a flor de piel y la sonrisa tonta pintada en la cara. Nancy había dejado de lado el rencor que le tenía a Sylvain por lo sucedido, comprendiendo, a regañadientes, que no había sido su culpa pero sí que lo amenazó con castrarlo si me veía llorando, que sería algo que no toleraría. Recuerdo que estaba tan avergonzada que escondí mi rostro entre mis manos para disimular el color cobrizo que se había adueñado de mis mejillas. La respuesta de Sylvain a esa amenaza fue clara: Si algún día la hago llorar, yo mismo me golpeare, luego te dejaré castrarme y aunque no esté presente, me haré cargo de las consecuencias con Lion. 

Sabíamos que la amenaza era en broma pero parecía que él se la había tomado en serio, lo cuál terminó de limar las asperezas que quedaban entre mi mejor amiga y él. 

Max había presenciado todo el silencio, disfrutando de sus golosinas con una sonrisa alentadora que le daba un toque más adulto. Cosa rara porque Max siempre parecía un niño en busca de atención y cumplidos. 

Así fue pasando la semana, y luego otra, y otra. Con Sylvain habíamos comenzado a saltarnos algunas horas y nos escabullimos en varias ocasiones a la cancha de fútbol, escondiendonos detrás de los árboles, abrazándonos, con el cuerpo pegado al otro donde hablamos en susurros sobre tonterías o en ocasiones sobre cosas muy serias, en una oportunidad fuimos descubiertos por la profesora de gimnasia que solo nos gritó pero no nos reporto. Nuestro otro lugar favorito para escondernos de clases era el armario, ese mismo dónde podría decir que nuestra historia había comenzado.

Por otro lado, el baile se acercaba con una velocidad atroz y la búsqueda de un vestido había concluido la tarde anterior. Un hermoso vestido violeta con brillo, de simples tirantes y un escote en v, la abertura en la pierna izquierda aún me generaba cierta desconfianza pero apenas me había visto al espejo con el vestido puesto, supe que era el indicado. 

Sylvain me había estado diciendo que estaba en una increíble travesía en la que buscaba una corbata violeta para ir a juego. Cuando me dijo lo que planeaba no me resistí y me arroje a besarlo, tomándolo desprevenido, haciendo que perdiéramos el equilibrio y terminamos en el suelo. Las risas no faltaron y el nerviosismo que nos invadía a los dos aún cuando nos encontrábamos tan cercanos e íntimos. 

Aún trataba de domar el cabello de Sylvain y él amaba despeinar el mío, causando una pelea que se convertían risas, que luego se volvían besos y al final todo concluída en yo aprisionada contra su cuerpo y algún otro desgraciado elemento, solía derretirme en sus manos cuando me hablaba al oído tratando de calmarme pero solo lograba que mil mariposas tuvieran una revolución en mi estómago.

Mi abuela nos había encontrado una tarde besándonos mientras yo atendía en la florería y Sylvain me hacía compañía. Recuerdo claramente cómo apareció de la nada, con las manos en las caderas.

—¿Así que te besuqueas con mi nieta? —había preguntado con diversión. 

—Sí señora, lo siento mucho si le molesta pero no puedo evitarlo, su nieta es muy hermosa. 

—Si, mi Leili es muy hermosa, como una Lavanda. Te conviene cuidarla o te saldré a correr con las tijeras de podar, muchacho. 

—Quédese tranquila Doña Luz, cuidaré a Leili de cualquier cosa que desee hacerle daño, incluso de mí mismo. —mi abuela, conforme con sus palabras, asintió y se marchó, dejándonos solos nuevamente. 

Me incliné sobre el mostrador y tomé el cuello de su remera azul, atrayéndolo hacia mí. Levanté una ceja divertida. 

—¿Me vas a cuidar? 

—Claro que sí. —no lo dudo ni un segundo. 

—Yo también te voy a cuidar, Sylvain. —sonreí y besé su mejilla rápidamente al escuchar la puerta del local abrirse. 

—No esperaba menos. —lo oí decir en un murmullo, un poco atontado, descansando la barbilla en la palma de su mano, la mayor parte de su cuerpo reclinado en el mostrador mirándome trabajar. Un escalofrío me recorrió la columna pero trate de ignorar la picazón de mis dedos por ir a sumergirme en sus labios y enterrar los dedos en su cabello largo.

—Deja de mirarme así. —masculle envolviendo un ramo de Calas para la madre con tres hijos que había entrado.

—¿Cómo te miro? —se burló desde su lugar.

—De forma indecente. —sonreí cuando la mujer regresó a la caja dejando unas bolsitas de semillas en el mostrador. Hago la cuenta en mi anotador y le doy el precio final. Recibo el dinero que me entrega la mujer, la veo alzar a uno de sus hijos en brazos y con la otra tomar la mano del menor, a su vez que el mayor toma la otra mano de su hermano y salen juntos. Me giró a verlo nuevamente pero ahora con una mano clavada en mi cadera y una mirada acusadora. —Tienes que aprender a comportarte o voy a correrte con la escoba del local. 




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