Leilani
Revuelvo la salsa con cuidado, teniendo cuidado de no quemarla, o incendiar algo. A pesar de que mis múltiples intentos de cocinar suelen ser desastrosos, la última vez recuerdo haber inundado la cocina de humo por no notar como un trapo comenzaba a encenderse al quedar peligrosamente cerca de la hornalla.
El proceso siempre era una batalla pero lograba llegar a buenos resultados. Con una sonrisita de felicidad lleve la cuchara a mi boca, saboreando el gusto del tomate.
—Solo un poquito más de sal. —murmure buscando el salero en la alacena.
Normalmente es a Sylvain a quién le gusta preparar la comida, la mayoría de los días, tratamos de cocinar los dos juntos, a la par, siendo nuestro pequeño momento de compañía íntima luego de las jornadas de trabajo. Sonrió al recordar la cena de anoche.
Un delicioso olor que se esparce por la cocina, atrayendo a un pequeño invitado. Lo escucho olfatear de forma ruidosa el aire como si fuese un cachorro. Sus pasitos no se hacen esperar y cuando me doy cuenta tengo a Glyn, nuestro hijo de cinco años, pegado a mis piernas, estirando las manos para que lo alze.
—Arriba, Mami, arriba. —dijo y dejé la cuchara al lado del salero.
—Ya va, cariño, te traeré tu banquito. —me muevo rápido con Glyn siguiéndome. De debajo de la mesa saqué un pequeño banquito de madera que Salim le regaló a su sobrino para así poder preparar sus batidos juntos más fácil.
Vuelvo a dónde la olla me espera. A un lado, lejos del fuego, dejé el objeto y le ayudé a Glyn a subirse, le coloque su delantal de florecitas. Mi pequeño se ríe y señala la cuchara.
—¿Puedo probar? —me mira con curiosidad y tomo un poco de salsa con la cuchara. La soplé, para que se enfríe y no se queme. Con cuidado deje que la agarre.
—Cuidado, cariño. Está caliente. —le advierte mientras veo como se mete la cuchara con emoción. —¿Qué tal?
—Muy rico, mami. —sonrió. En respuesta besé su cabello, dándole una tierna caricia a su rostro infantil.
—¿Me ayudas? No sé si pueda cocinar sola. —dramatice, fingiendo una mueca triste y haciendo un pequeño puchero, a su vez que también envolvía a mi bebé en brazos. Glyn se ríe y asiente con energía.
Entre risas traviesas comenzamos a terminar de preparar el almuerzo. Puse a hervir los fideos en una olla más grande con mi degustador favorito aprobando cada una de las cosas.
Dejo a Glyn mirando el agua hirviendo y voy a sacar los platos y vasos para colocar en la mesa. De un cajón tome el mantel amarillo y lo extiendo por la mesa, alisandolo con las manos para que no quede ni una sola arruga. Luego pongo lo restante, una botella de agua helada y una tabla.
—¡Ya están, mami! —da pequeños saltos sobre su banquito, emocionado y me acerco, metiendo un tenedor en el agua para poder probar.
—Que inteligente es mi niño. —lo felicite.
Busqué un repasador y sujeté la olla llevándola a la bacha donde había dejado ya un colador. Deje caer el agua con los fideos escurriendo.
Agarre a Glyn por debajo de las axilas, bajando su cuerpo del banquito. Sus pies descalzos tocaron el frío cerámico y soltó varias risitas, comenzando a correr alrededor de la mesa.
Simplemente rodé los ojos y me propuse terminar el almuerzo antes de que Sylvain llegara del trabajo. Estaba esparciendo la salsa en los fideos que ya estaban puestos en una fuente cuando Glyn se metió entre la mesada y yo, enterrando las manos en el bol con la salsa roja.
—¡Glyn! —regañe y él solo se rio lamiendo sus manos con emoción. Soltaba pequeños ruiditos demasiado graciosos y me sentí incapaz de enojarme con su inocencia. Sutilmente lo alejé de la fuente, evitando que vuelva a atacar para así terminar todo de una vez.
Con un repasador levanté la comida tibia y la dejé en el centro de la mesa. Glyn sacudía sus manos queriendo más. Tenía el rostro sucio con salsa y su ropa para la colonia lleno de restos.
Me sequé las manos y las dejé en mi cadera, mirando a mi pequeño hijo.
—¿Qué voy a hacer contigo? —negué suavemente antes de levantarlo en brazos. —Vamos a cambiarte.
—¿Puedo bañarme? —pregunta acostando su rostro todo sucio en mi remera nueva y limpia.
—Voy a pasar un trapo limpio para quitarte todas las manchas, cariño. No llegó a bañarte.
—Quiero bañarme. —Hizo un puchero y junté todas mis fuerzas para poder resistirme a su expresión que me derretía el corazón de ternura.
—Cuando vuelvas de la colonia, te voy a dar un baño de burbujas, ¿Te gusta la idea? —Ahora es mi turno de preguntar, empujando la puerta del baño con mi cadera.
Al entrar lo dejó sentado en la tapa del inodoro, mientras iba debajo del lavatorio, sacando una toalla pequeña de algodón.
—No. Ahora. —demanda a su vez que abro la canilla para mojar el pedazo de tela.
—Ve quitándote el delantal. —le digo y a pesar que refunfuña me obedece pero no sé queda solo ahí, sino que también comienza a desabrochar su remerablanco. Lo miré de reojo, con una mirada juguetona pero amenazante. —¿Qué haces?
Sus ojos miel me miran y frunce los labios divertidos. Sus diminutos dedos dejan los botones y con voz cantarina me dice: —Nada, mami.
—Ese es mi niño. —beso su mejilla que tiene un sabor a salsa impresionante. Comienzo a pasar el trapo por su rostro con cuidado y se remueve inquieto. Sus piernas se balancean, sentado en la tapa, sin tocar el suelo. —Dame las manitos, Glyn.
—¡Espera! Todavía no las lamí todas. —dice tan rápido que no llegue a detener que se meta nuevamente la mano en la boca. Hice una mueca y le saque la mano a pesar de sus quejas. Hilos de saliva se formaron, quedando en el medio. Glyn sigue tratando de lamerse los dedos y yo lucho para evitarlo.
—¡Dios, Glyn, no! —chille y sentí una risa ronca venir por detrás.
Me gire a la puerta, aún sosteniendo la muñeca de mi hijo con una mano y con la otra lo alejaba haciendo una pequeña presión en su estómago, mojando su remera con el trapo húmedo. Sylvain me sonrió, descansando su hombro en el marco de la puerta, una sonrisa socarrona me hizo entrecerrar los ojos hacia mi esposo.
#12441 en Novela romántica
#1756 en Novela contemporánea
amor humor sentimientos pasion, romance amistad, romance adolescente romance escolar
Editado: 24.02.2024