¿ Quién es la Otra?

Capítulo cinco

«Me aferro a la calma artificial que el diazepam me ofrece, pero sé que no hay pastilla que pueda silenciar la tormenta que ruge dentro de mí».

Basilea, Suiza

Margareth

Mi celular suena en medio de la madrugada, un augurio de que algo va mal. Miro la pantalla iluminada por unos segundos antes de armarme de valor y agarrarlo. El nombre de mi hermano me produce escalofríos, y con un suspiro, deslizo el botón verde con el dedo.

—¡Por todo lo sagrado, Maggie! —brama cuando respondo—. No puedes simplemente ignorarnos así.

—¿Qué pasa, Nathan?

—Es mamá, ella… —No termina la frase—. Estamos en el hospital.

—Voy para allá.

A tropiezos, me cambio la pijama por ropa de salir, echo en mi bolso todo lo necesario y salgo de casa con tanta prisa que mis llaves caen al suelo, haciendo un estropicio en el silencioso pasillo. Mis manos tiemblan demasiado y, luego de varios intentos para meter la llave en la cerradura, tengo que recostarme en la puerta para tomar unos segundos y calmarme.

—¿Qué sucede? —identifico la voz de Samuel detrás de mí.

—Nada, lamento el ruido —Me giro y le medio sonrío—. ¿Te desperté? Qué vergüenza, ya me voy.

Regreso mi atención a la condenada puerta que se niega a cerrar cuando de repente siento la presencia de Samuel detrás de mí.

—No cerrará si no te calmas, lo que indica que hay algo mal. —Me quita las llaves de las manos y la cierra por mí—. Sea donde sea que vayas, no puedes hacerlo en este estado.

—Voy al hospital, estaré bien —Doy un paso en dirección al ascensor, pero me detiene.

—Déjame agarrar mis llaves, te llevaré.

—No, pararé un taxi.

—No fue una pregunta —dice en tono osco.

Me quedo de pie en medio del pasillo mientras él ingresa a su apartamento y sale a los segundos con los zapatos puestos y las llaves en la mano. Cierra la puerta y luego nos subimos al ascensor. Descendemos en silencio, y así sigue hasta que me abre la puerta del pasajero de su auto para después subirse del lado del conductor.

—¿Al hospital central? —inquiere.

—Sí, por favor.

Asiente. Enciende el vehículo, sale del parqueadero y nos lleva hasta la dirección que le he indicado. Estoy completamente quieta en mi asiento, temo que si me muevo, causaré molestia al hombre a mi lado. Eso y también el hecho de que no sé qué ha pasado. ¿Acaso mamá habrá muerto? No creo, Nathan me lo hubiera dicho.

«Ella está bien, no se irá. No perderé a nadie más», me repito durante todo el trayecto.

—Hemos llegado —anuncia Samuel.

—Oh, me distraje —Me desabrocho el cinturón y abro la puerta para salir—. Gracias por traerme y de nuevo me disculpo por haberte despertado.

—Ya te dije que no me despertaste, trabajo como desarrollador de software y suelo ser más productivo en las noches.

—Oh, entiendo. De igual manera, gracias.

Me bajo del vehículo y camino hacia la entrada, sin embargo, me detengo cuando los recuerdos de hace cinco años me invaden; fue en este mismo hospital donde mi hermano murió. ¿Cómo se supone que ingrese sin quedar paralizada por el dolor? No sé cuántos minutos me quedo allí, pero de repente siento una mano en mi hombro y, al levantar la vista, lo veo a él.

—Pensé que te habías ido —musito.

—Vi que te quedabas aquí sin hacer nada, no podía irme como si nada.

—Ingresaré, en algún momento. Es solo que… —Mis ojos se inundan de lágrimas y un sollozo queda atrapado en mi garganta—. Mi hermano murió aquí.

—Lo lamento mucho —musita—. Puedo entrar contigo si te parece bien.

Sopeso su sugerencia por unos segundos y termino asintiendo. Pone su mano en mi codo y me guía hacia el interior del hospital. Nos acercamos al mostrador del área de urgencias y, después de darle el nombre de mi madre, la enfermera me dice que fue ingresada y se encuentra en el tercer piso.

Subimos por las escaleras y, al mirar a la derecha, veo a mi padre y a mi hermano sentados en la sala de espera. Me alejo de Samuel para ir hacia ellos, aunque siento la presencia del gigante detrás de mí.

—Maggie —susurra papá cuando me ve.

Se levanta y me da un abrazo fuerte al cual correspondo; lo eché de menos. Al separarnos, es mi hermano el que me rodea con sus brazos.

—¿Qué pasó con mamá? —pregunto luego de saludarnos.

—Desde que te fuiste, las cosas no han sido sencillas. Papá y yo no estamos con ella tanto tiempo como quisiéramos, y aunque Fiorella cuida de ella, no es lo mismo.

El sentimiento de culpa me invade; sé lo que él quiere decir, y si su intención era hacerme sentir mal, lo ha logrado. Papá solo agacha la mirada; él concuerda con lo que dice mi hermano.

—Lo siento, pero no podía quedarme allí —refuto.

—¡Irte fue una decisión egoísta! Te necesitamos en casa —brama.




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