¿ Quién es la Otra?

Capítulo ocho

«No hay nada que apacigüe el ardor de los recuerdos que llevo dentro».

Basilea, Suiza

Margareth

Es martes por la mañana y salgo rumbo al trabajo. Tan pronto como llego a la empresa y paso el filtro de seguridad, me quedo de pie, en shock, delante de mi puesto de trabajo. Hay unos cuantos ramos de flores alrededor, y en medio de ellos está Conrad, con otro ramo en sus manos y una expresión llena de culpa.

Me acerco a él con duda, sin saber cómo interpretar su acto.

—Esto es poco para lo que te mereces, Margareth —musita cuando estoy cerca—. Anoche me comporté como un idiota, y decir eso es poco. No solo te dejé sola, sino que no me di cuenta en qué momento te fuiste. Quise enviarte un mensaje, pero la vergüenza no me dejó. ¿Hay alguna manera en la que pueda resarcir mi error?

Me quedo en silencio, puesto que no sé qué decir. Admito que el gesto es considerado, pero no puedo olvidar tan fácilmente lo que me hizo.

—Gracias por las flores, están hermosas —le digo.

—¿Estoy perdonado?

—No, fue injusto que me hayas no solo llevado a un ambiente que no era el mío, sino que además me abandonaste a mi suerte.

—Lo sé y lo lamento profundamente, Margareth.

—Es mejor si dejamos las cosas así, Conrad.

—No me digas eso, por favor —Deja el ramo en una de las mesas para sujetar mi rostro—. Comprendo que cometí un error, y por eso lucharé por tu perdón.

—No estoy pidiendo que luches.

—Sé que no lo haces, soy yo quien quiere hacerlo.

—No sé…

—Me basta con eso. En poco tiempo te haré olvidar mi falta —Posa sus labios sobre mi mejilla derecha—. Ten buen día, Margareth.

Y se marcha antes de que le responda. Sin poder contenerme, llevo mi mano a mi mejilla para acariciar la piel que acaba de besar, y una sonrisa bobalicona se forma en mi rostro, pero se desvanece tan pronto como recuerdo lo mal que la pasé anoche.

—Buen día —saluda Caroline, sacándome de mis cavilaciones.

—Buen día. ¿Lista para hoy? —pregunto.

—Lo estoy.

Me ayuda a organizar todo para comenzar a atender a los clientes.

—Están bonitas —al girarme, veo que se refiere a las flores—. ¿Cortesía de la empresa?

—No, fueron un regalo —digo.

—Oh, ¿qué quieres que haga con ellas?

—No te preocupes, las llevaré atrás para que no incomoden.

Cargo los pesados arreglos a la parte trasera del local. Me detengo un minuto a admirarlos; de verdad son hermosos y, por lo tanto, costosos. Si él no tuviera la intención de disculparse sinceramente, no me los habría traído, ¿cierto?

Me espabilo al escuchar los pedidos de los trabajadores. Regreso al frente y los despacho con mi energía habitual. Si algo he aprendido a lo largo de los años es que, no importa lo mal que estés en el interior, debes mostrarte alegre para los demás. Es una habilidad que he perfeccionado desde que Renard murió.

Al terminar de despachar a todos, y extrañando la visita de Joelle, Caroline y yo nos disponemos a continuar con nuestro trabajo.

—Estuve practicando lo que he aprendido, ¿te parece si preparo las tortas de chocolate?

—Adelante.

Me hago a un lado y le permito mostrarme sus habilidades. Para mi sorpresa, lo hace muy bien. Le doy una que otra guía, pero mayormente es ella quien hace todo.

—¿Entonces? —inquiere con evidente ansiedad por mi opinión.

—Bien hecho, ya puedes reemplazarme —bromeo.

—Nunca, mis preparaciones no se comparan con las tuyas. Puede que no te hayas dado cuenta, pero se te nota la dedicación que le pones a cada cosa. La pasión que emana de ti es inspiradora, Margareth.

Mis ojos se llenan de lágrimas por sus palabras. La última persona que me elogió de esa manera fue Renard, y me alegra saber que no he perdido el toque.

—Para mí es un placer compartir lo que sé contigo —admito.

—Y lo valoro mucho.

Cuando dan las dos de la tarde, un repartidor se acerca a nuestro puesto. Me acerco a recibirlo con algo de duda.

—¿Margareth Favre? —averigua.

—Sí.

—Tengo algo para usted —abre su gigantesca mochila y saca un arreglo de flores con lo que parecen chocolates en él—. Firme aquí —pide luego de dejarlo en el mostrador.

Todavía confundida por el regalo, firmo y le paso la tableta.

—Tenga buen día —dice y se marcha antes de que le responda.

—¿Otro regalo? —pregunta Caroline detrás de mí.

—Eso parece —musito.

Reviso la tarjeta para descubrir que fue enviado por Conrad.

«Estas preparaciones no se acercan a las maravillas que salen de tus manos, pero espero que puedas apreciar el gesto. Perdóname por ser un idiota.
Con cariño y sincero arrepentimiento,
C.M.»




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