¿ Quién es la Otra?

Él lo sabe

Samuel

De nuevo, veo la pantalla de mi computadora como si tuviera la respuesta a mis problemas, aunque sé que no es así. ¿El problema con el que lidio ahora? Maggie no ha regresado a casa y tampoco ha enviado un mensaje para que la recoja.

¿Habrá salido con el idiota que la dejó tirada la otra vez? Espero que no; ella es más inteligente que eso.

Estresado por no poder concentrarme en mi trabajo, me levanto de la silla y me dejo caer en el sofá, el cual he alineado frente a la puerta. Así estaré atento cuando regrese. Las horas pasan y mi nivel de preocupación no deja de aumentar; no pego ojo en toda la noche, atento al celular y al sonido de la puerta, pero ninguno me da razón de su ausencia.

Cuando dan las siete de la mañana, estoy caminando de un lado a otro como un tigre enjaulado. Maggie a esta hora ya debería estar preparándose para el trabajo, ¿dónde está? Media hora más tarde, escucho sus pasos apresurados por el pasillo y luego la puerta de su apartamento abrirse y cerrarse. Siento alivio por un momento, pero luego la preocupación regresa. Algo va mal.

La presión en mi pecho aumenta, ¿estoy teniendo un ataque al corazón? No, debe ser por ella. Últimamente, todo lo que me afecta tiene que ver con ella. Coloco la mano en el picaporte, respiro hondo y lo giro justo cuando sé que está saliendo. La observo y confirmo mis sospechas: algo no está bien.

Me tenso cuando le pregunto dónde pasó la noche y ella miente; es una pésima mentirosa. Logro encerrarme en mi apartamento y dejarla ir antes de decir o hacer algo que la lastime. Estoy al borde, y ella no debe presenciar cómo exploto.

Me doy una ducha con agua helada, pero no sirve de nada para calmar mi furia; solo la aviva más. Al salir, me visto con ropa de calle y me siento frente a la computadora con un objetivo en mente: descubrir qué está pasando con mi vecina. Mis conocimientos sobre vigilancia deben servirme de algo, y no dudo en usar mis habilidades para seguir el rastro de Maggie por la ciudad. Paso al menos dos horas en eso y, al final, tengo una ruta de lo que hizo después del trabajo.

Cenó con un hombre, fue a un bar con él y luego a un conjunto residencial del cual salió esta mañana.

En ninguna de las grabaciones de vigilancia aparece el rostro del sujeto, lo que me hace pensar que o tiene mucha suerte o sabe cubrir sus huellas. No le servirá de nada, porque si le hizo algo —y mi instinto me dice que fue así—, no habrá lugar en esta tierra donde pueda esconderse de mí. Lo cazaré y lo haré pagar si le tocó un solo cabello de su rojiza cabeza.

Apenas logro avanzar algo de mi trabajo mientras espero que Maggie regrese para confrontarla. A las cuatro, ya no puedo seguir sentado; me coloco junto a la puerta, listo para abrirla tan pronto como llegue. Los minutos pasan y escucho nuevamente sus pasos apresurados. Esta vez abre y cierra la puerta tan rápido y fuerte que no me da tiempo de reaccionar.

Me quedo allí un rato, diciéndome a mí mismo que no es mi responsabilidad, que no debería importarme, que debo dejarlo estar. Tal vez está en sus días, o lo que vi no sea nada. Sin embargo, en el fondo sé que no me equivoco, nunca lo hago.

Con esa determinación, abro mi puerta y voy hacia la suya. Uso la copia de la llave que obtuve para abrirla y adentrarme en su espacio. Si me pregunta por qué invadí su privacidad, diré que cerró mal la puerta y que solo quería asegurarme de su bienestar. Dos pueden mentir, ¿verdad?

No escucho nada, así que me adentro con confianza hasta llegar a su habitación. La veo dormida, me acerco con sigilo y noto que su rostro está cubierto de lágrimas. Hay moretones y marcas en sus brazos y cuello. ¿Quién la hizo llorar? Pero más importante, ¿por qué quiero destruir al responsable de su dolor?

Doy un paso atrás para alejarme antes de que me vea observándola como un loco, pero escucho que murmura algo.

—No, por favor.

¿No qué?

—No quiero, déjame.

Aprieto las manos a mis costados para no inclinarme y tocarla. Se mueve en la cama, como si intentara quitarse a alguien de encima. ¿Qué demonios?

—No quiero, por favor. Duele, detente.

Inhalo profundamente para evitar ahogarme de rabia. Le hicieron daño. Ese hombre con el que salió anoche la lastimó, y que me condenen si no hago algo al respecto. Mientras veo a Maggie retorcerse y luchar contra sus recuerdos, le juro en silencio que descubriré quién fue y lo acabaré hasta que no queden ni las cenizas.

Nadie daña lo que me pertenece, y Margareth Favre es mía, incluso si no estoy listo para admitirlo en voz alta.




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