¿ Quién es la Otra?

Capítulo quince

«La verdad comenzó a salir a la luz, eliminando cualquier ilusión, como si estuviera combatiendo una infección que llevaba demasiado tiempo oculta».

Basilea, Suiza

Margareth

Termino de empacar las pocas pertenencias que Samuel trajo para mí. Le di la llave de mi apartamento para que fuera a buscarme algo cuando me informaron que estaría hospitalizada más tiempo del previsto. Así que sí, mi vecino hurgó en mi cajón de ropa interior.

¡Tierra, ábrete y trágame!

Cuando termino, abro la puerta de la habitación y lo veo sentado en las sillas de enfrente. Se pone de pie tan pronto me ve, me quita el bolso de la mano y luego extiende su brazo para guiarme hacia la salida.

—Te hornearé algunos postres —rompo el silencio.

—De acuerdo.

Las esquinas de su boca se elevan levemente. Estoy aprendiendo a conocer sus gestos y reconozco eso como una señal de emoción. Tan pronto como llegue a casa, investigaré sobre el síndrome de Asperger. Quiero saber cuál es la manera correcta de interactuar con una persona que lo tiene.

Nos detenemos en la estación de enfermeras, y el médico que ha llevado mi caso se acerca con unos papeles en mano.

—Aquí tienes el alta firmada, además de la incapacidad y las recomendaciones de la obstetra.

—Muchas gracias.

—Cuídate, Margareth.

Samuel también toma los documentos de mi mano y los guarda en su chaqueta. ¿Acaso no puedo cargar nada? Salimos completamente del hospital, y me lleva hasta su camioneta. Abre la puerta trasera para dejar mis cosas y luego abre la del pasajero. Espero que me dé la mano, pero en su lugar me agarra de las caderas y me alza.

—¡Oye! —me quejo.

—Así no te lastimarás —gruñe.

—Sentarme no me matará —refunfuño.

—Nunca se sabe —responde.

No digo nada más. Ya tiene bastante con todo lo que está haciendo, como para que yo me porte malagradecida. En silencio, conduce hasta nuestro edificio de apartamentos. Repite el mismo proceso y esta vez no me quejo en absoluto, por mucho que quiera hacerlo.

—Gracias por traerme —le digo una vez estamos en la puerta de mi casa.

—Abre —indica, señalando la puerta.

Pongo los ojos en blanco, aunque él no lo nota, y acato su orden. Me acompaña al interior, e incluso lleva mi bolso hasta mi habitación. Al regresar, se dirige a la cocina y me hace una seña para que lo siga. Jalo la silla para sentarme, pero nuevamente me toma por las caderas y me levanta.

Agh, qué exasperante puede ser. Sin embargo, en el fondo lo considero un gesto dulce.

—Iré al supermercado y traeré lo necesario para tu dieta. Cuando regrese, enviaré la incapacidad a la empresa en la que trabajas. El plan es sencillo: te traeré desayuno, almuerzo, merienda y cena, y no acepto quejas.

—Pero…

—Te llevaré a la cama, tu descanso comienza ahora —interrumpe mi objeción.

—Samuel…

Ignora mi llamado. Simplemente, me levanta de la silla y me lleva hasta mi habitación, donde me deposita con suavidad sobre la cama. Espera a que me recueste para arroparme. Satisfecho con su labor, me regala una pequeña sonrisa que hace latir más rápido mi corazón.

Es tan guapo.

—Volveré en una hora.

No espera respuesta antes de marcharse. Suspiro. Quedarme quieta no será fácil, pero es necesario si quiero que mi bebé crezca sano. Miro mi vientre que, de manera increíble, empieza a notarse. La obstetra dijo que era normal, aunque, para la ciencia, es un misterio. Es como si el simple hecho de saber de su existencia le diera permiso para manifestarse. Con algo de temor, acaricio la piel abultada y ella responde a mi tacto con un leve revoloteo. El sonido de mi celular me saca del momento. Me inclino para tomarlo de la mesa de noche y veo que es un mensaje entrante de Conrad.

—Te enviaré la invitación por correo. Por favor, no faltes.

La fiesta se llevará a cabo mañana y no tengo permitido moverme tanto, pero como él dice, esto es un asunto que debe tratarse en persona y no lo quiero en mi apartamento. No se siente correcto tenerlo en este espacio.

—No faltaré.

Recibo la invitación y, al revisarla, noto que el código de vestimenta es formal. Repaso mentalmente mi armario y recuerdo un vestido largo verde que compré impulsivamente, pero nunca tuve la ocasión de usar, hasta ahora. Sin embargo, aunque tengo la invitación y el vestido, la parte más difícil del plan será escapar de la vigilancia de Samuel. Porque si de algo estoy segura, es que no me dejará ir si le cuento.

La puerta de entrada se oye, anunciando su regreso. Lo escucho moverse en la cocina y, media hora después, el aroma a caldo de pollo llena el aire.

—Preparé caldo de pollo… espero que te guste —dice al entrar—. Una señora en el supermercado me dio la receta; dijo que era anti-náuseas, así que no deberías vomitarlo. Espero que tenga razón, o la buscaré para reclamarle por haberme mentido —balbucea.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.