Esta frase la hemos oído todos: «¿Quién las entiende?» o quizá la de «¿Por qué son tan complicadas?» y la infaltable «todas están locas». Porque a cada minuto, en cualquier parte del mundo, hay algún hombre casi arrancándose la cabeza debido a la frustración causada por una mujer. Es una inalterable ley de la naturaleza, pues los hombres vienen de Marte y las mujeres de Venus. Polos opuestos que bien pueden atraerse y complementarse o volverse locos y explotar. Es un riesgo que hay que correr.
Todo hombre pasa por eso, y por años la raza humana se ha escudado con la excusa de que «las mujeres no se hicieron para ser entendidas, sino para ser amadas». Una manera muy elegante para poder ser vagos y no atosigar a sus neuronas intentando comprender a las féminas y ya que la mayor parte de ellas la acepta, esta excusa es un salvavidas que sirve para casi cualquier situación, como: enojos repentinos, llantos post—películas románticas, reclamos «sin justificación», visitas mensuales (saben a qué me refiero) y demás.
¿Alguna vez se han preguntado qué pasaría si alguien intentara comprender los misterios de la mente femenina? Quizá descubra que no es tan complicada como la mayoría piensa.
¿Y si esa persona es un niño de once años?, a eso añadiremos una persistencia sin límites y unos amigos dispuestos a acompañarlo en todas sus aventuras. Así es, tenemos los ingredientes ideales para una historia llena de divertidos enredos y una que otra importante lección.
Ahora sí, antes de empezar repitan conmigo: «¿Quién las entiende?»