Alexei era un tipo bonachón, risueño y con unas delicadas manos para la cocina, hacía unas galletas que serían fácilmente la envidia de cualquier Chef francés, ruso, alemán o cualquiera que porte el título.
Él le había enseñado casi todo lo que sabía sobre rastreo y defensa, fue uno de los que le ayudaron a liberarse de su padre cuando huyó, junto con Aiden y el alfa, protector pero amable, un hombre fácil de seguir por su buena actitud.
Pero ahora, no paraba de ver a Logan y a ella, una y otra vez, sus ojos azules pasaban alternadamente de uno a otro con confusión.
— ¿Te gusta el lobo?
Por poco se atraganta con la galleta de chocolate rellena de caramelo, Logan desvió la mirada con sus mejillas coloradas.
— ¡Alexei! ¡No! —respondió escandalizada, bueno, en parte— ¿Cómo se te ocurre?
Kevin se rió a su lado y respondió lo que el cocinero no sabía.
—Oh, vaya malentendido —dijo, rascándose la cabeza—. La noticia es sorpresiva, será mejor que todos se enteren o va a correr sangre por otro malentendido. ¡Oye Kelsey! —Llamó a una de las mujeres sentadas en el círculo—. ¿Quieres hacerme un favor?
—Si haces pastel de carne para cenar.
El cocinero lo dudó un momento, limpiando sus manos sobre su delantal negro.
—Bien, habrá pastel de carne, ahora ve y dile a todos que hay un lobo hospedándose en el territorio por orden de Liam.
—Entendido.
Kelsey se fue y entonces Emmy advirtió que el lugar estaba casi vacío.
—Entonces, Logan ¿cómo te ha ido con la hospitalidad Ice Dagger?
Su tono sonó un tanto acerado, rayando en la seriedad, Alexei se acomodó un mechón de cabello blanco ceniza detrás de la oreja, miró al lobo atentamente.
—Bien, casi me ataca una joven sumisa, pero dentro de todo, estoy bien, espero.
Logan tenía sus ojos color café fijos en el cocinero, luego se desviaron a las cicatrices en forma de puntos rosados que Alexei tenía en su cuello.
Se ganó un gruñido de amenaza.
—Otra boca más que alimentar —dijo, ocultando su queja detrás de una sonrisa—. Espero que no seas tan exigente como estos gatos.
— ¡Oye! —Replicó Kevin—. No es mi culpa que no me gusten las verduras.
Emmy rió por lo bajo.
—Tranquilo —agregó Logan—. Si me da energía, puedo comer cualquier cosa.
—Claro, después de todo no es más que un perro.
Ante el comentario lacerante Emmy miró fijo a Kevin, podía ser un leopardo grande, fuerte, malo y dominante, pero ella lo tenía colgando de una mano cada vez que podía. Era una de las pocas mujeres, además de su compañera, con las que se permitía reír, jugar y pelear, con el resto siempre se mostraba terco, duro y sarcástico.
Kevin mantuvo su mirada, era de un verde amarillento que desentonaba con el color moreno de su piel, su sonrisa se esfumó y dio paso a su habitual seriedad.
—Los lobos traicionan —dijo, y luego tomó su café de un sorbo y se fue.
Había perdido la cuenta de las veces que escuchó esa frase, no entendía el significado oculto tras las palabras, parecía ser un prejuicio que todos tomaron contra los cambiantes lobos.
—Y ese es Kevin —el tono amable de Alexei cortó el tenso silencio—. Un dolor de cabeza casi todo el tiempo.
—Entiendo, en mi clan hay lobos más dominantes y necios que él.
La voz de Logan era algo que removía esa cosa en su interior a la que no le encontraba un nombre ni significado, la suavidad profunda del sonido le envolvía como una caricia a la piel, arrastrándose hacia el pelaje del felino que se demostraba al acecho, pero atento.
—Kevin solo es uno de los tantos machos dominantes que llenan los alrededores con su testosterona. —Las riñas siempre estaban a la vuelta, pero nunca pasaban más allá de un par de gestos visuales—. La dulce vida del clan es así.
—Admítelo Emmy, no podrías vivir sin nosotros.
Alexei dejó otra bandeja de galletas frente a ella, sonriendo con amabilidad. Tenía razón, en parte, ella no concebía su existencia fuera del clan, la vida era difícil rodeada de cambiantes temperamentales pero ella sabía con el corazón que cualquiera de ellos moriría para salvar su vida si fuera necesario, y ella lo haría por ellos. Eran familia. Pero su misma existencia era fluctuante, de aquí a allá, en el territorio pero nunca más lejos, y mientras los demás se establecían con una pareja o se mudaban a la ciudad, ella siempre permanecía anclada al bosque.
—Tú —le apuntó—. Quieres engordarme.
Alexei se llevó una mano al pecho, componiendo una mueca dramática que le hizo reír.
—Te horneo tus favoritas ¿y así es como me lo agradeces?
— ¿Quieres que acaricie tu pelaje? —preguntó al tomar una galleta.
El cocinero hizo una mueca de horror.
—Por Dios, no, Ashley te hará pedazos.
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Editado: 24.01.2019