Los días y las semanas habían pasado con prisa. Alejo y Emilia compartían cada vez más, confiaban el uno en el otro y eso a muchas personas les molestaba.
Aquel día tendrían una nueva fiesta de gala, donde deberían asistir, ella como la hija del alcalde y el como el hijo de uno de los herederos del rey. Los padres de Agustín estarían presente en aquel lugar y era por eso que Alejo, pretendía que su tía hablara con Emilia, anhelaba que su novia dejara de culparse de aquello que sucedió con su primo. Necesitaba exponer a Agustín, para así detener aquellos abusos que tanto él como Ivette hacían contra la joven.
—Estoy nerviosa.— le dijo mientras Alejo entrelazaba sus manos, la miró y le sonrió; aquella noche se veía preciosa, con su cabello rubio suelto con ondas, un vestido de color verde olivo, sencillo como ella.
—Estaré contigo, cuando tú lo desees nos largamos de aquí.— dejó un suave beso en los labios de la rubia, deseando profundizar aquel beso. Pero sabía que no era el lugar.
—Papá aprueba que estemos juntos, es mamá la difícil.— le comentaba mientras ingresaban al enorme salón, la suave música se mezclaba con las voces de las personas, muchos los observaban con sorpresa; que la hija del alcalde se presentará a una fiesta con otro compañero que no sea Gastón era una sorpresa. La joven pareja caminaron hasta los padres de Emilia; Abel sonrió mirando a su hija, él hombre podía notar el cambio en su heredera y aquello le gustaba.
—Hola, quería presentarles a mi novio.— se aferró a la mano de Alejo, quien le dio leves caricias en su mano con uno de sus dedos.
—Es un placer conocerlos.— extendió su mano libre, Abel lo saludó con amabilidad, mientras que Elsa fue más fría.
—Tengo entendido que eres familiar de la madre de Nahuel.— Emilia se tensó y Abel la miró con desaprobación.
—Así es, mi primo y también soy nieto del Rey. Quizás esa información también le sea útil.— le dijo el joven, sospechando que aquella mujer no aprobaba su relación, por ser miembro de la familia que lastimó a su hija.
—Eso lo sé querido. Solo me llama la atención que permitan que estés con la jovencita que llevó a tu primo a tomar aquella decisión.— soltó con veneno.
—Elsa, detente.— la reprendió su esposo, Pero Alejo le hizo una seña de que no se hiciera problema.
—Señora, con todo el respeto que usted se merece, pero las decisiones de mi primo no afecta lo que yo siento por su hija y ella no es culpable. Me extraña que como madre se ponga en esa posición.— le dijo sin importarle nada.
—Eres igual de arrogante que tú padre.— le dijo la mujer y aquella respuesta a Alejo le hizo comprender todo.
—Señor, me gustaría bailar con su hija. Si me lo permite.— los ojos marrones de Alejo se posaron en Emilia que lo observa con amor y agradecimiento.
—Ve muchacho, disfruten de la fiesta.— le dijo con una enorme sonrisa, observó a su hija y le guiñó un ojo.
Alejo llevo a la rubia al centro de la pista y comenzaron a bailar al compas de la suave melodía.
—Olvídate de todo eso, solo piensa en nosotros.— Emilia se perdió en su mirada y en el atractivo rostro de su novio.
—Eres increíble.— le dijo a la vez que reposó su cabeza en el pecho de Alejo. Sintiendo el compas de su corazón, la música, el aroma de la colonia de su chico la hacían sentir extraña, sensaciones en su cuerpo que jamás habia sentido, el calor de sus manos sobre la piel le hacían estremecer.
—Quiero que saludemos a alguien antes de irnos de aquí.— salieron de la pista y caminaron hasta el sector donde estaban los niños, Alejo caminó hasta una pequeña castaña de ojos azules y abundantes pestañas.
—Roci.— la llamó y la pequeña saltó de su sillón para correr hasta él.
—Ale, viniste, no mentiste. Mi mamá me dijo que seguramente tendrías mucho que estudiar.— Alejo miró a Camila, la esposa de su padre y el fastidio se dibujó en el rostro del castaño.
—¿Ella es Emilia?.— le preguntó la niña.
—Si, déjame presentarte. Mira pulga ella es mi novia, Emilia ella es Rocío, mi pequeña hermana.— las dos se miraron con una enorme sonrisa.
—Que bonita eres, pareces una princesa.— Rocío tocaba la tela de la falda del vestido de Emilia.
—Tú eres una princesa y una muy hermosa.— la pequeña tomó la mano de Emilia y se la llevó donde estaba con su rompecabezas, dejando solos a Camila y Alejo.
—Voy a pedirte que no vuelvas a decirle mentiras a mi hermana.— le advirtió.
—Nunca vienes a estas fiestas, suponía que debía decirle algo. No busco hacerte daño.— se excusó.
—Camila, no aparentes algo que no eres.— habló con fastidió.
—Alejo, tu eres como un hijo para mí.— la mujer intentó tocar la mano del joven, pero este se apartó de inmediato.
—Eres una hipócrita; ¿ Acaso te metiste con el marido de tu mejor amiga para cuidar lo que era de ella?.— sacó con rabia.
—¡Alejo, deja de hablarle así!.— lo reprendió su padre que ingresaba en ese momento al salón y había escuchado todo.
—¿O sino que?, acaso no es verdad lo que digo, ya no soy un niño al que engañas fácilmente papá.— elevó un poco su voz, llamando la atención de Emilia y de muchas personas. La rubia caminó hasta ellos y tomó su mano.
—Buenas noches señor, soy Emilia Moguer.— se presentó intentando evitar una discusión.
—Osvaldo Bardón.— el hombre miró a la joven y algo en el se removió, era igual a su madre.
—Un placer conocerlo. Me gustaría que su hijo me lleve a casa, estoy agotada y la verdad estás fiestas no me gustan tanto.— el hombre sonrió, mientras recordaba su época de juventud, miró a su hijo y pudo verse a él mismo.
—Alejo, saca a la señorita de aquí. Luego hablamos.— el muchacho jaló suavemente de la mano de Emilia y se marcharon del lugar, olvidándose de lo que había planeado. De lograr que su tía Amelia le dijera a su chica que no era culpable de nada. Que la esposa de su padre lo tratara con cariño y mencionara que era como su madre hacia que él se enfureciera, sentía que se burlaban de la memoria de su mamá.
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Editado: 03.11.2024