Quiero existir

IV. Quiero salir de este encierro. (Parte 3)

A pesar de todas las rarezas de David, este era un joven guapo. Tenía ojos de un verde esmeralda, una piel blanca y suave, difícil de encontrar en un adolescente y su cabello desordenado le daba aires de galán de cine. Hace un tiempo su caminar era encorvado, pero después de la insistencia de los terapeutas y de su madre, David había aceptado usar un corrector de postura que había beneficiado su impronta, haciéndolo lucir mucho más alto y delgado. No era un joven esquelético y a pesar de no practicar deporte a diario, tenia un cuerpo muscularmente bien proporcionado, algo que era mucho más notorio ahora que había mejorado su andar.  
Sin siquiera darse cuenta, su sola presencia causaba estragos en las chicas, quienes no dudaban en lanzarle comentarios y miradas. Obviamente, David, colocaba sus audífonos, para aislar el bullicio y su capucha para mantenerse aislado socialmente. Esta acción era comprendida por aquellos que sabían de las características del muchacho, sin embargo para los estudiantes era una actitud distante y desafiante, que le daba aires de joven rebelde y solitario.  
David caminaba cada mañana siguiendo el mismo patrón de comportamiento. No pisaba las grietas de la acera, contaba hasta 10 al llegar a una esquina, y acostumbraba a levantar la mano en señal de saludo al portero de la escuela. Al cruzar el límite de ingreso al colegio, acomodaba su capucha y caminaba cabeza agacha hasta llegar al salón. Una vez allí, alzaba su mano en señal de saludo y avanzaba en silencio hacia el último lugar de la sala sentándose allí, colocando su mochila sobre la mesa. Rara vez tomaba apuntes, y rara vez participaba en clases, a menos que se tratara de alguna información que él no tenia en sus registros.  
La rutina escolar era simple para él, llegar, sentarse, escribir si es necesario, soportar los timbres que sonaban cada cierta hora y salir a las 15:30 con destino a su hogar. A pesar de ser una rutina simple, siempre hay excepciones y gracias a la ayuda del psicólogo del colegio, se había establecido una especie de estrategia de anticipación a situaciones extraordinarias, a lo que ellos llamaron semáforo.  
El semáforo consistía en tres tarjetas de colores que se colocaban en un lugar estratégico de la sala de clases. La tarjeta roja indicaba que algo sucedería con mucho alboroto y bullicio, y generalmente la usaban cuando se realizaban los distintos tipos de simulacros. La tarjeta amarilla era usada para informar algún cambio en las actividades cotidianas, como día de olimpiadas o actos académicos, mientras que la verde era para un día normal de clases.  
Aquella mañana, David llegó y se encontró de lleno con una tarjeta amarilla. No alzó la mano y caminó respirando entrecortado. Pasaron unos minutos y el profesor informó a la clase lo que sucedería aquel día.  
-Chicos.-dijo dirigiéndose a los estudiantes.-Ya la mayoría sabe que hoy es un día de actividades deportivas, aún así, anotaré los horarios y la distribución de estas para que no se pierdan de nada.  
Se acercó al pizarrón y anotó detalladamente que sucedería durante el día, indicando la hora, la actividad y el lugar donde se desarrollaría. David tomó su libreta y escribió con la misma meticulosidad que había empleado el profesor. Miró su reloj y notó que faltaban cerca de 10 minutos para que inicie la primera actividad programada, sintiéndose algo incómodo por tener que asistir a un lugar donde habría mucha gente gritando, cuando el profesor lo sacó de sus pensamientos.  
-No esta demás decir, que aquellos que no quieran participar tienen la autorización para ir a biblioteca a leer.  
David lo sabía, siempre lo había hecho así, pero por alguna extraña razón sintió algo de pánico hasta que el profesor lo mencionó. Los 10 minutos pasaron y sin interactuar con nadie a su alrededor, tomó su mochila y se dirigió a la biblioteca. El profesor sonrió moviendo la cabeza de un lado a otro, era tan obvio que la instrucción era para él, que tener que mencionarla siempre le causaba algo de gracia.  
En la biblioteca, la señora Senofia se preparaba para su único cliente, colocando los libros de Stephen King en orden de publicación, esperando con ansias al único estudiante que disfrutaba de la lectura los días de actividades extras.  
-Hey.- dijo David caminando hasta la hilera de libros. La bibliotecaria le sonrió. -Estos ya los leí.- mencionó sin levantar la vista.  
-¿En serio? ¿Cuándo? -preguntó la señora algo confundida.  
-Yo no miento. Los leí en línea.  
-¡Oh! La tecnología. Pero tengo otros. Eso sí, tendrías que saltarte algunos en la línea de publicación.  
-¿Cuáles? 
-Tengo La milla verde del 96 y Posesión del 96.  
-Me saltaría entonces La tienda, El juego de Gerald, Dolores Clairborne, Pesadillas y alucinaciones, Insomnia y El retrato de Rose Madder.  
-Eso creo. 
-Yo conozco bien el orden. Si decido leer Posesión me saltaría La milla verde y Desesperación que también es de 1996.  
-Tú eliges.  
-Leeré el último que tiene aquí.-dijo después de reflexionar un rato.  
Caminó al estante tomó el libro y se acomodó en el lugar más apartado de la biblioteca.  
Se encontraba perdido en el mundo de fantasía de SK cuando un papel perfectamente doblado se arrastró por la mesa hacia él,  empujado por unas pequeñas manos de uñas pintadas de un tono rojizo. Ese simple detalle lo ofuscó, el color de las uñas fue una especie de luz segadora lanzada directamente a sus ojos. Desvió la vista manteniendo el control recordando las palabras que alguna vez le dijo su primo: "las personas son impredecibles y tu debes acostumbrarte a ello". Y volvió a su lectura haciendo caso omiso a quien se encontraba frente a él.  
-Disculpa por molestarte.-dijo la dueña de aquellas manos.- Es una carta ¿podrías leerla?  
David no reaccionó. Miró la carta y siguió con su lectura. La chica levantó sus manos y se alejó algo nerviosa, ella sabía la reputación de aquel guapo joven y no dudó ni un segundo en que su cometido había sido cumplido.  
Avanzó hasta una pareja de chicas que la esperaban ansiosas, cuchicheando emocionadas. David se dejó llevar por la curiosidad y levantó la mirada encontrándose directamente con unos ojos marrones intensos. Jamás antes había deseado mantener la mirada, pero esta vez no la apartó, observando con deseo de conocer más sobre aquella mirada.  
La chica se encontraba justamente frente a él, a una distancia prudente, sus amigas hablaban de lo emocionante que era haber entregado la carta y de lo ansiosa que estaría su amiga de recibir una respuesta, porque la mirada que había llamado la atención de David no era de la dueña de la carta sino que era de la amiga que le había incentivado a que lo hiciera.  
Las chicas avanzaron ansiosas, murmurando como David había puesto su atención en ellas, mientras que este analizaba cada detalle físico de la chica que había llamado su atención.  
 




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