Nico llegó al lugar acordado con Estela, el mismo en el que pocas horas antes se habían encontrado para darle la cartulina. A pesar de no comprender el por qué aquel lugar de punto de encuentro, al menos, para salir, lo veía más razonable que tener que ir a recogerla.
Cuando llegó tuvo que esperar unos instantes a Estela, sin embargo, la joven no se hizo mucho de rogar, y unos minutos después ya había llegado, saludándole con dos besos en la mejilla.
―Perdona, espero que no lleves mucho rato esperando ―dijo a modo de disculpa―. ¿Estás preparado?
―Por su puesto, salir con la gente que se mete conmigo desde hace dos años, hace que esté preparadísimo ―le espetó con ironía.
―Lo siento... ―murmuró de forma casi imperceptible. Ambos comenzaron a caminar hasta el lugar en el que habían quedado con Andrés y Esteban.
Nico se fijó en la ropa que ella llevaba, un estilo bastante acorde con el que se había visto obligado él a llevar: horripilante. La chica se había puesto una blusa beig acompañada con una chaqueta de color rosa chicle, conjuntada con unas botas de tacón fino del mismo color. Una minifalda vaquera estrecha, con el bolsillo de plumas rosas chicle, cubrían parte de su cuerpo, mostrando sus piernas al descubierto, salvo por unas medias negras de rejilla. Un escalofrío recorrió en el interior de Nico al ver el atuendo de la joven, que iba vestida bastante adornada del color de rosa. Un bolso color crema le acompañaba con el asa colgando en su muñeca. El pelo lo llevaba recogido con unas pinzas plateadas, curiosamente, estas no contenían nada de color de rosa.
Durante el camino habían decidido no hablar nada, Nico estaba sumido en sus pensamientos, y supuso que su acompañante también lo estaría. Mirando de reojo se dio cuenta que los pendientes que llevaba tampoco eran de color rosa, sin embargo, acompañaban bastante a las pinzas plateadas de su cabello. Volvió a mirar hacia el frente, encontrándose de bruces con Andrés y Esteban, ambos vestidos con camisa, chaquetas y pantalones de pana. Tuvo que hacer de tripas corazón para saludarles, pero sabía que no tenía más remedio que hacerlo.
―Ya tardabais, parejita ―dijo Esteban entre risas―. ¿Os habéis entretenido en casa de Estela? ―Le guiñó un ojo al falso Izan al mismo tiempo que le daba un leve codazo en el costado.
―No seáis mal pensados ―repuso con coquetería Estela―. Hoy me ha esperado menos que otros días, así que la espera en casa no ha sido mucha, ¿verdad amor? ―Dijo plantándole un fuerte beso en la mejilla. Por un momento Nico creyó que los labios rosas de Estela habían quedado en su rostro, sin embargo, al mirarla vio que estos seguían perfectamente en el rostro de la chica, sin sufrir ninguna alteración en su color.
―Estela, tú tan guapa como siempre ―le sonrió Andrés tras mirarla de arriba abajo intentando ser discreto.
Los cuatro decidieron ir a cenar a un restaurante del que Nico había escuchado alguna vez hablar, pero al que nunca había acudido por su elevado coste y su clientela selecta. Se trataba de un restaurante asiático de alto prestigio, donde convergían platos importantes de los diferentes países que componía el continente. Nico tan solo asentía a la variedad de platos que decidieron pedir, pese a que le había parecido una cantidad desorbitada de comida la que habían pedido, cuando trajeron la variedad de platos comprobó que su contenido era escaso. Los platos estaban decorados armoniosamente, y en cada uno de ellos había una pequeña ración. Habían pedido platos impronunciables para Nico, pero a decir verdad, los había encontrado deliciosos. China, Japón y Tailandia eran los países que habían desfilado a través de los platos pedidos. De China habían optado por el arroz con diferentes salsas, de Japón por el sushi y de Tailandia una variedad de ensaladas. A decir verdad, Nico ya había probado el sushi años atrás en casa de Izan.
El doceavo cumpleaños de Amanda había llegado. Nico nunca había asistido a ninguno, sin embargo, Izan le había pedido aquella noche que se quedase. Cuando la madre de Izan se enteró de la noticia, montó en cólera, con el paso de los años había aceptado a regañadientes la presencia de Nico en aquella casa, pero no iba a tolerar que acudiese al cumpleaños de su hija mayor. La madre de Izan no se había molestado en cerrar la puerta de la habitación de su hijo, en la que se encontraba Nicolás esperando el veredicto final sobre cenar allí aquella noche, sin embargo, no hacía falta esperar ya que podía escucharlo todo a la perfección.
―Pero es Nico, mamá... ―intentó suplicar Izan ante la negativa de su madre.
―Por eso mismo, Izan, porque es Nico ―sentenció ella con voz seria.
―Pero si otras veces se ha quedado a cenar, mami.
―Pero no el día del cumpleaños de tu hermana, hoy tenemos invitados, ¿no lo entiendes? ―Le reprochó la madre.
―Vosotros traéis invitados, así que yo también ―protestó Izan molesto.
―Tú tienes once años, nosotros somos tus padres ―le regañó la mujer.