Capítulo 14: Mentiras De Papel.
ROSIE.
Micah me escolta de regreso al edificio. Hemos estado manteniéndonos en silencio desde que me animé a confesarle que aquel beso había significado más para mí de lo que solía demostrar. Ahora ya no sé si fue un error o sí debía mantenerme callada.
Le miro por el rabillo del ojo. Él camina dando parsimoniosos pasos a mi lado. No dice ni una sola palabra, y el silencio que expide solo vuelve todo más agobiante para mí.
Jesucristo.
Haz que se detenga.
Entonces, como si estar rezando en mi fuero interior pudiera alterar las leyes de la naturaleza, Micah me mira de refilón antes de que podamos detenernos en frente del estacionamiento del edificio.
Ladea los labios en una discreta sonrisa que me derrite hasta los sesos.
—Hemos llegado a su destino, señorita Hamilton. Espero haber sido un buen escolta. —se ríe entre dientes, pero no puedo hacer lo mismo.
Mirarle así de sonriente después de lo que me había atrevido a soltarle, solo me hacía sacar conclusiones desagradables que me revuelven el estomago.
Tomando mi silencio como respuesta, Micah se aproxima unos centímetros más a mí. Sus claveles cetrinos se incrustan sobre mi rostro, colocándome los pelos de punta.
—Te sucede algo, Rosie. —dice; y no sé si lo ha pretendido en su interior pero ha sonado más como una afirmación. Me muerdo el interior de la mejilla. Me siento tan confundida adentro de mi cabeza, solo al cerrar los parpados, los recuerdos vienen a mi memoria como un par de puñales envenenados clavándose sobre mí.
—No… bueno puede que sí —suspiro arrastrando las palabras con mi lengua. Él me mira centrando su entera atención sobre mí—. Solo me siento conmocionada por lo que sucedió con ese chico. Ni siquiera lo conocía, y… fue tan perturbador. Durante un segundo llegué a pensar que él podría hacerme… —el labio me tiembla.
Y en el preciso instante en el que pienso que una lágrima descenderá de mis parpados, él me estrecha entre sus fuertes brazos. El ambiente a nuestro alrededor empieza a perder la frialdad mientras sus firmes brazos me envuelven como en una especie de refugio. Se siente alucinante estar así, entre sus brazos, aspirando el dulce aroma que se desprende de su cuerpo.
Se siente jodidamente estupendo. Como si con solo mantener sus brazos sobre mi cuerpo pudiese transmitirme tanta calma…
Nos separamos al cabo de unos segundos. Trato de mantener la respiración bajo control pero es imposible. Su cercanía colapsa todos mis sentidos.
Es algo así como en Five Night At Freddy cuando todos los sistemas colapsan al mismo tiempo, bueno exactamente lo mismo.
—¿Estás segura de que no le reconociste? —pregunta.
Meneo la cabeza y exhalo un sonoro suspiro que quiebra las paredes de mi garganta.
—No. Nunca antes lo había visto por el campus, creo.
Micah mueve la cabeza, afirmando. Me dedica una amable sonrisa antes de volver a cuadrar su expresión filosófica en el rostro. Podría imaginármelo incluso con un par de gafas de pasta y muchos libros entre sus brazos.
Sería tipo mi fantasía prohibida.
Él se queda mirándome con tanta fijeza durante lacónicos segundos que se simulan a una tortura viviente. Y lo que más me enloquece es esa ridícula manía que tiene de quedarse en un sepulcral silencio que me atenaza los oídos.
—Si lo llegas a reconocer no dudes en llamarme —hace un ademán con su mano simulando un teléfono. Me guiña un ojo, y tras hacerme ruborizar revela sus dientes en medio de una arrebatadora sonrisa—. En realidad, no dudes en llamarme, cuando quieras.
Suelta una suave carcajada, y no consigo evitar contagiarme del mismo modo, termino riéndome junto a mi némesis como la misma idiota.
De pronto, comprendo que debemos despedirnos; y el sencillo hecho de imaginarle dejándome allí en medio de la fría noche me quebranta el corazón.
—¿Estarás bien, caperucita? —musita tras acercarse unos pasos. Los suficientes como para plantarse justo en frente de mí. Su altura me saca más de una cabeza, y por ende, debo alzar la mirada para enfocarle.
Miro sus pupilas oscuras obsesionándome, esclavizándome y aturdiendo a cada concepto que me han metido en la cabeza. Sobre todo mi madre y su ideología sobre arriesgarse o sacrificar en el amor.
El silencio que se expande a nuestro alrededor es camuflado por el sonido de nuestras respiraciones entrecortadas.
—Yo pienso que sí… —siseo tan bajo que temo que no haya podido escucharme con claridad.
Micah se acerca unos tres pasos más hasta que las puntas de nuestros zapatos se chocan entre ellos. Su altura más allá de intimidarme me otorga cierta seguridad, y su mirada tan profunda penetrando hasta en lo más profundo de mi alma.
Genial, Rosie. Ahora suenas como en un libro.
De improviso, sus manos suben hasta mi rostro ahuecando mi cara, sus dedos trazando suaves círculos imaginarios sobre mi piel, su mentolado aliento ardiéndome en la comisura de los labios…