Química Irresistible ©

Capítulo 25. Parte II.

 

Capítulo 25: Elecciones, Parte II.

 

MICAH.

 

 

Me he despertado temprano esta mañana.

No. Siendo sincero, ni siquiera he podido pegar un ojo durante toda la noche. Solo no he podido sacarme sus palabras de la cabeza. No me falles. Sé lo mucho que esto le importa a Caperucita, así que no planeo echarlo a perder.

Le lanzo una miradita al Micah que me devuelve el gesto a través del espejo, y percibo a Mikhail riéndose detrás de mí. Le dedico una mirada desdeñosa, antes de girarme hacia él.

—¿Por qué te ríes? —inquiero de mal humor.

El rubio cierra los labios, y señala mi atuendo que consiste en un par de jeans oscuros, una camiseta unicolor azul marino y unas zapatillas que he decidido estrenar precisamente hoy.

—Pensé que solo ibas a las elecciones estudiantiles; no a hacerle una visita a la reina de Inglaterra —se burla.

Pongo los ojos en blanco, y le saco el dedo medio terminando de ajustarme el cuello de la camiseta. Me aplico un poco de perfume, y peino mi cabello antes de echarle otra miradita a mi atuendo para darle el visto bueno, y estar seguro de no arrepentirme o querer cambiar algo en ello.

Reanudo la lectura de las bobas respuestas planteadas en las fichas de estudio que me ha entregado Rosie, y debo evitar torcer los labios. Solo anhelo que consigamos ganar incluso con esas respuestas tan absurdas.

El corazón quiere lo que quiere, Caperucita.

Solo trato de demostrarle que puedo dar la talla, y cambiar la percepción que, incluso podría asegurar, aún mantiene sobre mí.

Sus palabras el día en el que su madre me atropelló, siguen frescas en mi mente, y trato de recordarlas cada día para no rendirme en el camino para llegar hasta ella.

Ella sabe que la quiero. No es un secreto que intento ocultar.

Todo lo contrario, cada cosa que hago, solo me impulsa el hecho de impresionarle; solo quiero hacerle entender que ella lo merece todo para mí.

Exhalo un suspiro, y me froto los ojos con el brazo que no se encuentra suspendido en el aire debido al maldito yeso.

—¿Crees que exagero? —medio giro el torso para dirigirme a Mikhail. Él sube una de sus espesas cejas, y posa su mirada azulada sobre la mía—. Quiero decir, ¿crees que exagero en todo esto que hago por Rosie?

El rubio se concede un par de segundos para pensar en una respuesta concisa, y adecuada.

—¿Tú crees que exageras?

Me llevo una mano a la nuca, y tiro de algunas hebras de cabello crecientes. Sacudo la cabeza.

—Puede que algunas veces lo pienso —regreso mi mirada a las fichas que me ha entregado Rosie, y mi estomago se contrae—. Solo no es sencillo lidiar con esto. Lidiar con su rechazo. Lidiar con estos sentimientos de mierda. No es sencillo —me sincero, disminuyendo el tono de mi voz por cada palabra que brota de mi garganta.

Escucho el resoplido que sale disparado de sus labios.

—Nadie ha dicho que sería sencillo, Micah. Si el amor fuese sencillo, todo sería aburrido. Si la vida fuese sencilla, todo fuese del mismo color gris; pero es por ello que existen colores más complicados por los cuales merecen la pena luchar hasta ver. —el sacude la cabeza, y bufa—. ¡Se supone que tú eres el hermano de los consejos! ¡No intercambiemos de roles!

Él ríe, y no consigo detener la risa que se escapa de mi garganta.

Me levanto del sillón, y guardo las fichas adentro de mi mochila, cierro el cierre y la cuelgo de mi brazo bueno.

Poniéndome en frente del espejo, le echo una miradita al Micah del otro lado, y encauzo los labios en una sonrisa pícara.

Eres mi arcoíris, Caperucita.

(…)

El estomago me ruge cuando rodeo la cafetería, así que sintiéndome los parpados pesados, me decanto por ir a comprarme un fuerte café negro.

Me acerco al mostrador, y hago mi pedido. No tarda más de medio minuto en llegar, y me dirijo hacia una mesa para beberlo con tranquilidad. Todavía falta media hora para que empiece el debate estudiantil, así que no tengo apresuro.

Entretanto bebo mi café, y trato de hacer memoria con respecto a las respuestas de las fichas de estudio; una persona ocupa el asiento disponible en frente de mí. Un par de uñas pintadas con esmalte negro carbón, y grandes aretes se interponen en mi campo de visión. Kiara.

Ella desliza una sonrisa en sus labios, y entrelaza sus dedos por encima de la mesa. Oh, mierda. Tenía más de una semana que no la veía.

—¿Me extrañaste, guapo? —pregunta al cabo de escasos segundos.

Siento un pinchazo en el pecho porque sinceramente ni la recordé durante toda la semana que transcurrió. Relamo mis labios, y aparto el café.

No quiero herirla. No quiero ser grosero con ella. Conozco a Kiara desde que compartíamos clases en la preparatoria. Nos hicimos novios durante el último año, y aunque no teníamos mucho en común, me resignaba a seguirle la corriente y a pretender que teníamos los mismos intereses cuando la realidad es que aborrecía cada uno de sus gustos.

Sin embargo, debido a la estima que le tenía, nunca quise sincerarme con ella. Nunca pretendí hacerle algún tipo de daño.




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