Capítulo 35: Doble Cita.
ROSIE.
—¡Por fis! ¡Rosie! ¡Vamos! ¿No te haces llamar mi amiga? ¿Mi curruñis? —Mecha lleva más de una hora persiguiéndome por los pasillos del edificio de ciencias. Sus manos juntas, y escrutándome con sus ojos suplicantes y llenos de ilusión.
Niego con un sencillo movimiento de cabeza, y continúo caminando en dirección al edificio colindante. Mantengo el puñado de libros adheridos a mi torso, y contenidos entre mis delgados brazos.
—No. —replico.
Una mueca de desilusión surca las facciones de las castaña con nariz diminuta, cabello exageradamente lacio, y sonrisa tan brillante como un pedazo de queso blanco.
—¡Oh! ¡Por favor! ¡Solo será una pequeña salidita! —me mira parpadeando con dramatismo, y torciendo el gesto de sus labios. Inhalo hondo dirigiéndole una lasciva mirada que se mantiene por tan solo una fracción de segundo, y analizo su actitud irritante—. ‹‹Pequeñitita›› —hace un movimiento con sus dedos enmarcando cuán diminuta será la misma.
El tema sería básicamente el siguiente; Kevin a quedado en salir con Mecha tras que ésta le echase una mano para aprobar una asignatura en la que el susodicho tenía ciertos déficit. ¿El problema? Mecha se ha criado casi con el mismo patrón familiar que el mío, por lo que no se siente cómoda saliendo con chicos… a solas.
Ya aprenderá.
Me giro para dirigirme a ella, cuando la misma termina tropezándose contra mi cuerpo. Ella me regala una sonrisa de labios cerrados, y una expresión inocente adorna su angelical rostro.
Presiona las palmas de sus manos, las cuales se encuentran unidas en gesto de ruego. Sube una ceja instándome atrevidamente a acceder a su propuesta. Sin embargo, por más que me ilusiona la idea de plantearme a Mecha teniendo una espectacular noche con el chico que, de manera innata, roba sus suspiros, pienso en lo vergonzoso y bochornoso, además de redundante que sería mi presencia en una salida de ellos dos.
Solo terminaría protagonizado el rol del velero que habla de la Bella y la bestia. Una mueca de disgusto se asoma en mi rostro al imaginarlo.
No, señor. Prefiero ser todo oído después de la velada ilusoria a atreverme a ir para causar un mal tercio.
—No seré otra aguantavelas más de la historia, Mercedes Marcus. —expongo con solemnidad, tratando de mirarle con severidad—. Ya te lo he dicho.
Mecha se toma unos breves segundos para asimilar lo que le he dicho, y al cabo de un par de segundos, vuelve a mirarme con las cejas arqueadas, y permitiéndome admirar el imaginario bombillito centelleante sobre su cabeza.
—¡Invita a Micah! —sugiere, recobrando la ilusión latente en medio de sus pupilas oscuras.
Me atraganto con mi propia saliva al escuchar su respuesta. ¿Perdió la cabeza por completo? Ellos se odian a muerte.
Aunque sinceramente, desconozco el motivo de la discordia entre los Janssen y los Collins; solo recuerdo que cuando seguíamos estudiando la secundaria, tanto Mikhail como Micah se la llevaban de los pelos con Kay Collins; y ahora que se han mudado a Inglaterra, y por infortunio han tenido que encontrarse con Kevin, la relación se mantiene tan tóxica como de costumbre.
Claro, nunca me he atrevido a preguntarle a Micah el motivo. Mi pequeño pero curioso cerebro anota en su lista de quehaceres un nuevo punto en la lista. Sopeso que ahora que mi relación con Micah se ha vuelto unos micrómetros más intima, hacerle aquella pregunta no suena tan descabellado.
Viéndolo desde esa perspectiva, son muy pocas las cosas que sé sobre Micah, y su vida familiar. De casualidad sé que tiene otro hermano menor aparte de Mikhail. ¿Cuál era su nombre?
Era como el del ratón cantarín… Mickey.
Bastante similar a Mikhail, en realidad. Por lo menos, eso recuerdo. Se veía como una copia de Mikhail en miniatura.
Mecha se aclara la garganta con una maniobrada expectoración que culmina desarrollando una crisis de tos.
—No me parece tan buena idea. —opino, torciendo el gesto.
Ella exhala un prolongado bufido, alzando sus brazos, y menea la cabeza. No va a rendirse por como se llame Mercedes Marcus.
—¿Por qué no? —alza una ceja, y se coloca ambas manos sobre la diminuta cintura contorneada—. Ganamos todos al final; tú pasas más tiempo con Micah Chupetón Janssen; Micah disfruta una noche junto a su caperucita; Kevin conmigo, y no sé, si todo sale más que bien hasta podríamos ir planeando una boda juntos, los cuatro —sonríe con sorna, y no consigo contener la risita que abandona mis labios como si hubiese dicho el mejor chiste del universo.
¿Qué sigue?
¿Planificar una luna de miel, juntos?
¿Tener hijos al mismo tiempo?
¿Vivir felices los cuatros y hacer el cuarto más grade?
Paro de reírme, y le dirijo una mirada atónita como si hubiese perdido el sentido de la coherencia en sus pensamientos.