A veces no valoramos la vida hasta que esta se nos va de las manos y ya simplemente no sabemos que hacer.
El cielo nocturno se ve aun más oscuro esta noche, no hay estrellas, no hay luna, no hay.. Nada.
Desde donde estoy se puede divisar casi completamente la enorme e iluminada ciudad qué al contrario del cielo hoy parece tener más luz y vida que nunca.
Vas a saltar - se puede entender como una pregunta, pero por el tono yo diría que es más una afirmación.
Giro mi cabeza al lado y me encuentro con un chico, esta todo cubierto, ni siquiera puedo ver el color de sus ojos se ve tan oscuro qué si no me hablara juro que creería que es una sombra.
No lo se ¿valdría la pena? ¿Serviría de algo acaso? - respondo con ironía y amargura, últimamente mi vida se basa en eso, en amargura e ironía.
Tal vez - responde el desconocido - puede que le hagas un favor al mundo al desaparecer
No creo que lo notarán - murmuró
Tal vez si, o tal vez no, eso no lo sabrías incluso si si te tiraras - me contesta el respondiendo a lo que supongo escucho que murmure.
No voy a tirarme, solo quería mirar el cielo - digo al final.
No me dice nada, pero siento que me observa y no me gusta, me hace sentir extraña.
Hace tanto que nadie me miraba qué ya consideraba qué me había vuelto un fantasma.
Desde el punto en el que estas no puedes ver bien el cielo - me dice con calma - en realidad tu estas mirando la ciudad.
Volteo de nuevo y me doy cuenta de que de cierta manera el desconocido tiene razón.
Tal vez en el fondo si vine a esta azotea para acabar con lo que la vida no me concedió.
Para acabar conmigo y mi dolor.
Pues la ciudad también esta bien - respondí ya sin ánimos de seguir conversando.
Al parecer no entendió mi indirecta pues siguió hablando conmigo como si me conociera de toda la vida.
Puede - me vuelve a hablar - pero estoy seguro de algo y es de que es mejor mirar el cielo, a veces te concentras tanto en las cosas del mundo que olvidas que el mundo en si es una maravilla, lo creado por el hombre es lindo, pero lo creado por Dios y la naturaleza es aun mejor.
Dios, el Dios de mis padres, el Dios de la iglesia, el mismo que me dejo sola en cuanto le rogué qué no lo hiciera.
Ahora en mi boca hay un sabor amargo y ácido, el nudo qué se forma en mi garganta y lo nublados qué están ahora mis ojos son la señal suficiente qué tengo para ver que es hora de irme de aquí.
Me bajo de la baranda y camino por la azotea hasta llegar a la puerta que cruzó y me lleva a las escaleras qué van a los cuartos de internos del hospital.
Cuando cruzó la puerta de mi cuarto no puedo evitarlo y me desplomó en el suelo.
No voy a llorar, no puedo ser tan cobarde y llorar, no lo merezco.
Me trago mis lágrimas y trato de deshacerme del nudo en mi garganta, no lo logro y eso no hace más que enfurecerme.
La puerta vuelve a abrirse y esta vez es mi enfermera con los medicamentos que necesito, lo primero que veo es el inhalador pero ahora no lo quiero, ahora no quiero nada.
Clara es sumamente persistente, desde que llegué aquí no hace más que rehuzarse a mis negativas y es tan fastidiosa qué al final terminó accediendo a tomarme la droga con tal de que me deje en paz.
Parece cansada y lo confirmo en cuanto solo viene a traerme el carrito y se va sin pedirme nada, básicamente solo me saludo en cuanto entro y se despidió cuando se fue.
Me parece extraño pero no protesto solo me acuesto y procuro dormir.
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Stella me trae el desayuno en la mañana y como raro mi humor es terrible al recibirla haciendo que la pobre enfermera huya despavorida.
Me levanto de la cama y voy directo al cuarto de baño.
Me lavo la cara y al mirarme en el espejo no me sorprende encontrarme con las mismas ojeras profundas qué me acompañan desde que ingrese aquí.
Últimamente soy un desastre.
Apartó el carrito de mi camino, no tengo hambre.
Sin ningún tipo de cuidado salgo de mi habitación y camino por los pasillos del hospital, como raro nadie nota mi existencia, al parecer si me he vuelto un fantasma.
Busco las escaleras qué me llevan a la azotea y en cuanto las encuentro subo de nuevo, la azotea se ha vuelto mi lugar tranquilo, es el único lugar en el que no siento nada.
Casi siempre está vacía, pero en cuanto entro me sorprende ver que hoy no lo está.
En una de las sillas del lugar esta el mismo chico que hablo conmigo ayer.
Con la luz del sol su atuendo ya no se ve tan oscuro, sigue teniendo todo cubierto pero al menos se distingue más como una persona.
Cuando estoy a punto de irme se despierta y sus ojos marrón oscuro me observan directamente dejándome quieta en mi lugar.
Son los ojos más hermosos que he visto en mi vida.
Por un momento siento que todo a mi alrededor se paraliza y me empieza a dar un dolor de cabeza intenso.
Tal vez fue mala idea venir aquí.
El desconocido se quita la bufanda negra que le cubría el rostro y el gorro de lana qué le tapaba el cabello.
Es guapo, no voy a negarlo, pero me sorprende que este aquí, parece bastante sano como para estar en un hospital de urgencias como este.
Su cabello negro azabache, su piel morena y sus ojos cafés lo hacen verse casi irreal, sin duda es un hombre muy...... Lindo
Tu no pensaste eso muchacha
Puede que no pero eso es un secreto entre mi conciencia y yo.
Buenos días - me saluda con energía y no puedo evitar preguntarme que le pasa a este sujeto
Qué tal - respondo fría volviendo a mi plan inicial de irme de aquí.
Anoche te fuiste bastante rápido, ni siquiera supe como te llamabas - me dice mientras se levanta de la silla estirando sus brazos y acoplandose a la luz del sol.