Caminar no estaba funcionando. Amatista aún no pudo entender como demonios esta mañana había aparecido en su departamento. Su ultimo recuerdo fue haber curado a su jefe. Dar algunos consejos de alguna o otra cosa y ya. No recordaba más.
¿Cómo era eso posible? Bien. Amatista no mentiría. Ella era una persona con el sueño pesado. Y después de agitado día que tuvo, pues era de esperarse que callera rendida de sueño en cualquier parte. Lo que aún no entraba en su cabeza era porque no lo recordaba. Demonios. No era un buen día para su cabeza. O noche de echo. Faltaba poco para que dieran las diez.
Una persona normal habría tenido miedo por lo ocurrido con aquel trio de ladronzuelos. Ella, solo se limito a llevar consigo gas con pimienta. Nunca debió dejar de portarlo. Hacía tanto tiempo que no lo usaba, con la ultima persona que lo... No. Basta. Se rehusaba a pensar en Tailer. Se rehusaba rotundamente.
—Se los devolveré. Se los juro —escuchó salir desde lo profundo de un callejón.
Su mirada viajo hasta aquella voz. Su corazón palpitó. Sus pies detuvieron. No. Esto era ridículo. Realmente ridículo. No podía oír algo y esperar que fuera Tailer. ¿Hasta donde más la llevaría su enamoramiento? En definitivo esos gritos no eran de Tailer. De seguro Tailer no se metería en alguna riña sin sentido en lo profundo de un callejón sin salida. Los ojos se le abrieron como dos faros. Oh no. Sí era Tailer.
—Por favor. Se los juro.
La voz volvió a hablar. No había duda. Conocía aquella voz como su canción favorita. Sin pensarlo más sus pies comenzaron a caminar.
—Ya tuviste suficiente tiempo —logró escuchar mientras sus pies clavaron en el suelo.
¿Tiempo suficiente? ¿Tiempo suficiente para qué? ¿En que problema se había metido Tailer? A lo lejos logró identificar tres siluetas. Una de ella siendo golpeada salvajemente por las otras dos. El corazón de la castaña se encogió. ¿Era egoísta implorar que no fuera Tailer? ¿Era egoísta querer que fuera cualquier persona menos él?
Armándose de valor comenzó a dar leves pasos con un nudo en la garganta y rogando estar equivocada. Antes de dar cinco pasos dos siluetas se avecinaban corriendo a toda maquina chocando con ella por un leve momento. Fue corto. Pero la castaña podría jurar que los conocía. Eran esos tipos. Los del día anterior. ¿Era coincidencia? ¿Podría serlo en verdad?
Los tipos no perdieron tiempo y desaparecieron tras el tumulto de personas que había afuera. Amatista no tenía tiempo ni deseos de comprobarlo. Su atención estaba fija en otra cosa. Otra silueta. Otra persona.
Tragó grueso dirigiendo la mirada hacia la tercera silueta. Con las entrañas crujiendo se atrevió a caminar.
Un cuchillazo atravesó su corazón. Era él. Tirado en aquel callejón jadeando de dolor. Fue vergonzoso, pero en menos de un instante ya estaba arrodillada junto a él contemplando con horror cada una de sus heridas. Con una mezcla de tristeza y alivio.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con pánico y miedo que ella no pudo pasar por alto.
No importó. No pudo hacer otra cosa que abalanzarse sobre él con el corazón despotricando en el pecho. Le importaba un bledo las explicaciones que tendría que dar después.
—¿Quién te hizo esto? —preguntó clavando su mirada en la de él, esos ojos avellana no tenían precio, de poder los contemplaría siempre—. ¿Por qué te dejaron así? —Ella tenía la completa certeza que tenía las mejillas color escarlata, era ridículo. Tailer podía estar con el rostro desfigurad pero aún así, ella lo encontraría atractivo. El amor apestaba.
Aquel rostro ensangrentado no contesto. Ella tardó un poco en comprender a que se debía aquella pequeña sonrisa que aparecía en él. A toda prisa salió de su regazo. Maldición. Ya inventaría algo.
—Te preocupas demasiado por mí ¿Sabes?
Amatista arqueó una ceja como si él habría dicho la mayor estupidez del mundo.
—Piérdete Tailer —mencionó maldiciendo el ser tan orgullosa. Si su ego no fuera una enorme bola con la que cargar podría estar a su lado como una simple amiga. Ja. Amiga. Odiaba tanto esa palabra.
—Deja eso Parker, sabes que mueres por ayudarme —dijo tratando de emitir una voz clara y limpia, por desgracia aquellas heridas no le permitían hablar sin que salga un jadeo de dolor.
Amatista convirtió sus manos en dos puños. Ha veces no sabía que odiaba más. Qué fuera un petulante egocéntrico o que tuviera la razón.
—Si su excelencia esta tan divertido, esas heridas no deben ser tan graves —aviso poniéndose de pie como si realmente no le importará dejarlo en esas condiciones.
—¿Me dejaras tirado aquí? —lo oyó decir luego de dar tres pasos en dirección a la salida del callejón.
Una ladina sonrisa se formo en los labios de la castaña.—¿El gran Tailer no puede salir solo de aquí? —preguntó girando sobre sus talones obligándose a no desmoronarse ante la expresión de dolor cuando él intento ponerse en pie.
—¿Te vas a quedar ahí mirando? —preguntó estrellándose en el suelo por tercera vez.
Amatista se auto-ordenó no correr con una vivida emoción implantada en los ojos. Solo dio fríos pasos cargados de desinterés.
—Esa no es una forma amable de pedir ayuda —hablo con los brazos cruzados y una mirada afilada. Rogaba que se viera creíble y que no le estuvieran brillando los ojos como una patética enamorada. ¿Por qué ser dura con él tenía que ser tan jodidamente difícil?
Tailer rodo los ojos. No era nada del otro mundo. Tailer podría pedirlo adecuadamente. Pero había algo extremadanamente divertido en darle la contra. No lo podía explicar. La sensación de hacerla enojar era como sublime, un dulce manjar del que nunca se cansaba.
Lastimosamente con la espalada magullada, los puños rojos y el rostro ensangrentado. Ese manjar no sería algo de lo que podría degustar. Al menos no sin sentir que parte de su cuerpo ardía y dolía.