No buscaba nada, de verdad que no buscaba nada y no tenía intención de romper nada. No sé cuando ocurrió pero me topé con ese alguien que me complementa, ese alguien que me abre las carnes sin yo querer... Me enamoré como una estúpida de quién no debía, por eso de que el destino es caprichoso y que todo ocurre por alguna razón. No sé cual es la razón, pero me hace perder la razón, por el soy capaz de hacer todo aquello que dije que nunca haría.
Cuando le miro, se escapan las mariposas de mi estómago saliendo cada una de ellas por la boca y si me mira él... Me traspasa, no le puedo mantener la mirada más de cinco segundos, se me corta el habla, mi pulso se dispara... Si me abraza, se eriza mi piel, me recorre un escalofrío por todo el cuerpo y hasta lo más profundo de mi ser. Cuando nos besamos, se detiene el tiempo. Somos capaces de robarle tiempo al tiempo, dedicarnos a nosotros dos sin necesidad de comer o beber, solo nos necesitamos el uno al otro.
Llegó como un compañero más a la oficina, alguien con el que desayunar o comer, alguien al que no le quería prestar demasiada atención. Y sin embargo, al mes de conocernos, nos estábamos enviando mensajes a diario, deseando que nadie nos acompañase en el ascensor, pues era nuestro momento de soledad. Un minuto escaso, para estar a solas y aún así, no podía mirarle fijamente.
La gente a mi alrededor detectó algo en mi, antes de que yo misma me percatase. Me decían, que cuando me llegaba un mensaje de él, me cambiaba el semblante. Mis ojos brillaban, dibujaba una sonrisa en los labios y me cambiaba el humor. Yo lo negaba, tenía miedo de que tuviesen razón, porque no podía ser... Estaba prohibido quererle, si era cierto que sentía eso que decían, debía de sacarlo de mi cabeza antes de que fuese tarde.
Habían varios inconvenientes a tener en cuenta antes de fijarme en él...
¿La diferencia de edad? Jamás me había planteado la posibilidad de fijarme en alguien con una diferencia de edad tan pronunciada. De hecho, había hecho algún comentario sobre la diferencia de edad que tiene mi hermana con su marido. "16 años, son muchos años". Ahora yo, había puesto la atención en alguien que me sacaba 15 años, por lo que tal vez, la diferencia de edad ya no era un problema...¿O si? ¿Nos impide la edad amar con total libertad e intensidad? ¿Hay fecha o una edad determinada para enamorarse?
¿Trabajar juntos y acostarnos juntos? Aquello si podía ser un dilema. Mantener discreción en la oficina llegado el caso de plantearme a dar el paso, era algo complicado. No sé disimular, no he sabido fingir nunca. Mis ojos me delatan, sus ojos le delatarían. Uno de los dos o los dos, debería de plantearse con el tiempo dejar el trabajo, si hubiese algo más... O directamente, dejarlo pasar y renunciar a aquello que estaba sintiendo.
No obstante, no era ninguno de esos planteamientos, los que me obligaban a negar ese sentimiento que empezaba a florecer en mi. El escollo principal, era que estaba casado y no iba a dejar de estarlo, por lo que era prohibido, no podía ser más que un compañero de oficina, alguien con el que comentar el día a día, nada más.
Quien quiera que sea, me ofreció una salida. El destino me lo quiso poner fácil, si yo no era capaz de renunciar a él, me obligarían a hacerlo. Me ofrecieron un trabajo, y digo me ofrecieron, porque yo no buscaba dejar el que tenía, mucho menos ahora pues aunque no dijera nada, él también sentía algo. Era una oferta muy buena, algo difícil de rechazar. Lo pensé, pensé en él y fui yo la que le dio la noticia. Se alegró por mi, por aquella oportunidad, me animó a aceptarla, me brindó su apoyo aunque con un tono agridulce en su voz, pues se venía una despedida.
Me quedaban quince días de trabajo con él, solo cuatro de presencialidad en la oficina. Cuatro días en los que tendríamos que decirnos adiós y aquello que sentíamos en lugar de ir a menos, nos arrastraba con más fuerza. Algo flotaba en el aire, una especie de urgencia por tenernos, un sentimiento se apoderaba de nosotros, algo que nunca pudimos explicar.
Le miraba de reojo o por encima del ordenador mientras trabajaba, cualquier excusa me era válida para enviarle un mensaje. Escuchar su voz, se volvió mi necesidad, aunque no se lo hubiera dicho jamás, pues las circunstancias mandaban. Un día, propuso tomar un café solos antes de entrar a la oficina "para hablar de nuestras cosas". Habíamos estrechado lazos, desarrollado esa complicidad que se forja a lo largo de los años, con la diferencia de que nosotros, apenas hacía tres meses que nos conocíamos.
Recuerdo aquel día... Llegué a la misma hora, él mucho antes para sorprenderme y esperarme en la estación del tren. Mientras ojeaba libros, surgió de la nada con esa sonrisa tan característica para darme la sorpresa, pues me había engañado diciéndome que aún estaba de camino. Esta vez, no fuimos a la cafetería de siempre, no era como siempre, por lo que la ocasión lo merecía. Caminamos uno al otro, creo que fue en ese instante donde descubrí que es ahí donde quiero caminar lo que me quede de vida, a su lado, aún siendo un imposible.
Días atrás le prometí que si algún día probaba el café, sería en su compañía y aunque podría haber sido ese el día, lo dejé para otra ocasión. Antes de tomar asiento, me hizo una proposición. "¿Puedo darte un abrazo?" preguntó. Asentí, como iba a negarme si era lo que más deseaba. Me rodeó, me estrechó contra su cuerpo tembloroso, abrazándome de la manera más tierna que se puede abrazar a alguien.
-Estás nervioso.- le dije yo.
-Pensaba que me dirías que no...- respondió él, aún apoderado por los nervios.
Teníamos aproximadamente una hora por delante para hablar, aunque solo hablaba yo en realidad. El casi siempre, se limitaba a escuchar. Es un gran oyente, el mejor. Recuerda cosas que nadie le ha contado, se percata de cosas que nadie le ha dicho. Era el último día, después de ese nos quedarían los mensajes de whatsp y puede que algún día de reencuentro con el resto de compañeros, pero nada más. Previsor, puso la alarma para alertar que se nos había acabado el tiempo, debíamos de bajar de esa nube e ir a la oficina, yo dejaba el trabajo, pero él debía de conservar el suyo. Casi arrastrando los pies, salimos de allí rumbo a la oficina, nos separaba escasamente cinco minutos, esos cinco minutos deberían de haberse vuelto eternos, ambos quisimos detener el tiempo.