Era viernes ya, y para el lunes comenzaría mi tormento, o eso decía yo. Por su parte, Jen, se aferraba a que un cambio de imagen me vendría perfecto para iniciar desde cero, cerrar bocas y conquistar miradas. Palabras auténticas de Jen.
—Lo siento, pero yo estoy completamente de acuerdo, ya es hora de que salgas de esa ropa XXL —dijo mi madre después de tomar un sorbo de su café bastante cargado—. Algún día habrá tanto viendo que te llevará consigo por dejar entrar tanto aire en tus ropas. Serás como un paracaídas.
Las tres reímos ante el último comentario, y yo casi escupo a Jen, que se encontraba frente a mí, para su suerte alcancé a voltearme y escupir el piso.
—¿De verdad la vas a apoyar? —le reproché una vez que me recuperé de la risa.
Mi madre también pasó los últimos dos años intentando cambiar ese aspecto de mi. Ambas estaban convencidas de que debía ser un poco más cuidadosa con mi apariencia, arreglarme más, vestir más como una señorita y dejar de usar tallas tan grandes o incluso playeras de hombre. Después de todo ya no era una niña, a mi madre ya no le agradaba mi forma de vestir. Incluso llegó a preguntarme si era lesbiana, jamás olvidaré era platica, bueno que va, fue como un sermón.
—Vamos Mel, tarde o temprano te voy a convencer, a demás, no te cuesta nada, si no te gusta o no te convence solo vuelves a cambiar tu ropa y ya —Jen estaba tan insistente solo por el hecho de que ya le había dicho que si, pero en definitiva ya me estaba retractando.
—No lo sé Jen —hice una mueca de total desagrado, me costaba aceptar un cambio tan drástico en mi.
—Oh, vamos lo prometiste enana —hizo cara de perrito cuando suplican por un premio.
—Promesa es promesa, Meli —interrumpió mamá bastante divertida. Seguramente ella estaba disfrutando esto.
—¡Esta bien, esta bien! —me rendí por completo, era cierto, prometí que dejaría que Jen me hiciera un cambio, así que no me queda de otra. De cualquier forma muy dentro lo deseaba, aunque me negaba a creerlo—. Vayamos a hacer las compras que pidió mamá, y lo pensaré mejor, ¿va?
—¡Genial! Pues vamos de una vez—dijo uniendo sus manos en un aplauso.
Este sería un largo día, un viernes muy largo. Espero no arrepentirme.
—Volvemos más tarde mamá —le di un beso y salí tras Jen, que salió tan entusiasmada que ni siquiera se despidió.
—¡Cuídense! —respondió en un grito para que ambas pudiéramos oír.
Nos subimos al auto de Jen y conducimos hasta el supermercado, al menos ella recordaba bastante bien los caminos de por aquí, yo apenas si recordaba el camino al instituto, y soló porque lo recorría casi a diario.
Algunos 15 minutos después aparcamos fuera del supermercado.
—¿Traes la lista? —preguntó Jen al apagar el motor.
—Sino yo, ¿quién más? —dije en tono de burla, pues Jen siempre fue la olvidadiza de la familia.
—¿Qué te parece si nos dividimos? Así acabamos más rápido y tú piensas mejor —me guiñó un ojo y arrebató la pequeña hoja de mis manos—. Ten —me extendió la mitad del mismo.
—Bien la que acabe primero le manda mensaje a la otra para saber si hacer fila —examiné el pedazo de papel y me abrí paso hacia la fruta y verdura.
Era de esperarse que me tocara esta parte, increíblemente Jen muchas veces no sabía elegir bien y terminaba regañada por mí madre.
Mientras iba mirando el papel para ver exactamente qué comprar, me distraje tanto que choqué con algo, o alguien...
Odiaba mi torpeza.
Mierda, ¿por qué con ellos?
Sin problema alguno los pude reconocer. André, Andrew, Albert y... Alexander.
El cuartero perfecto de As. Increíble que sigan juntos.
Sus ojos se clavaron en mi, estaba esperando cualquier tipo de burla. Podía ver en sus miradas que no tardarían en llegar. Sin embargo, la mirada de este último llamó mi atención, había un brillo en ella, en esos hermosos ojos grises.
Todos se percataron de la mirada intensa hacia Alexander y enseguida voltearon a verlo, en ese momento su mirada cambió. Ahora había burla, como en todos.
—Vaya vaya, miren a quien tenemos aquí, pero si es la misma Melissa Morrison, ¡la nerd volvió! —dijo examinandome de arriba hacia abajo—. ¡Pero no has cambiado nada! Dime ¿qué te trae de vuelta? Oh, claro ¡me extrañaste! —su ironía ocasionó la risa de los tres restantes. Su arrogante voz me irritaba. Aparte, seductora voz.
Y la pequeña esperanza que me había transmitido su mirada, se fue a la mierda en ese momento. Seguían siendo los mismos idiotas. Pues claro, sería estúpido pensar que dejarían las burlas de lado.
En ese momento me di cuenta de algo; jamás debía confiar en esos ojos, tan lindos, tan expresivos, y tan mentirosos
—Quítate, Carvajal —ahora ya estaba parado justamente frente a mi y yo sin poder retroceder.
—Se dice con permiso rata, además, ¿que te hace pensar que te dejaré pasar? —de nuevo su arrogante voz.
Si que es seductora esa voz.
—¡Muévete, Alexander!
—¿Y si no qué? —alzó una ceja.
Se ve tan jodidamente sexy de esa manera. Que hombre.
—¡Solo dejame pasar! —grité, no me dejaría aplastar de nuevo ni por él ni por nadie.
—Hmm, vaya, al parecer la niña cambio su carácter, esta vez te libras de mi, pequeña rata, la próxima no tendrás tanta suerte. —me guiñó un ojo y se fue con sus amigos detrás.
Por alguna razón ese gesto me altero, claro, era mi coraje hacia ese idiota, toda la rabia e impotencia.
Si claro, tal vez sea eso. O tal vez no.
El solo verlo me provocó mucho. Coraje, rabia, impotencia, pero algo había cambiado, siendo sincera, los cuatro eran bastante guapo, sobre todo André y Alexander. La cabellera rubia oscura de Alexander contrastaba a la perfección con sus ojos grises, que podían llegar a verse azules o verdes, una sonrisa perfecta que formaba oyuelos en ambos lados y una estatura envidiable para cualquiera que jugara basquetbol. Podría jurar que rebasa el metro noventa.
Editado: 15.06.2020