Acaricio la cabeza de la pequeña perrita con cariño.
—Parece feliz—señala Liam.
Volteo y lo encuentro con un cachorito en brazos. Inconscientemente pasa los dedos por todo el pelaje del animal.
—Después de la vida que le ha tocado cualquier muestra de cariño la hará feliz.
—Pensé que estaría reacia.
—Creo a aun le tiene un poco de fe a la humanidad—agrego alegre— o simplemente confía en nosotros.
—Tu vibras de una manera linda—susurra, pero logro escucharlo.
—Tú también, solamente que dejas que toda esa capa de rebeldía amortigüe lo bello que llevas dentro. —Señalo el animal en sus brazos que yace rendido a sus caricias. —Si fueras realmente una persona mala, él no estaría así.
—No lo entiendes
— ¿Sabes? Creo que yo te comprendo mejor que cualquiera. —me acerco a él y antes de que replique, sigo— Cuando te miro a los ojos me veo a mi misma y déjame decirte algo, todo pasa. Vas a estar bien, Liam.
Sus ojos me estudian pensativo mientras me alejo de él.
Si presionas a un animal herido terminará más asustado. Primero debes acercarte lentamente y puedes extender un dedo, para que huela y perciba que no tienes malas intenciones, luego pásale la mano y arriésgate a unas caricias. Con el tiempo cuando note que eres de fiar el mismo te buscará.
Jeremiah aparece y nos metemos en una divertida aventura de duchar animalitos.
Esto es la mejor terapia para un corazón machacado.
Las horas pasan volando. Liam me acompaña en silencio mientras caminamos hacia su casa.
— ¿Un helado?
—Creo que sí—responde siguiendo mi mirada.
Ambos pedimos nuestro sabor favorito al señor del carrito antes de seguir caminando.
No importa la temporada, un helado siempre será una buena opción.
—Olivia.
—Dime.
Guarda silencio y yo solo espero paciente mientras termino de devorar mi helado.
—Gracias por invitarme a la perrera.
Asiento y le regalo una sonrisa. Creo que detrás de esas gracias hay más cosas que no logró expresar.
—Cuando gustes. Por cierto ¿alguna vez te has disfrazado de payaso?
—No—responde con sospechas.
— ¿Te gustaría?
—No lo creo.
La expresión de horror en su rostro me hace soltar una carcajada antes de cruzar la puerta de su casa. Él va directo a su cuarto y yo voy en busca de Delia.
Ella se encuentra en la cocina tejiendo.
—No le digas a Chris que estoy haciendo galletas—con esas palabras me recibe.
Alzo las manos en señal de paz.
—No le diré si me invitas y prometes no hacerlo mientras estés sola.
—Como digas, niña.
Entrecierro los ojos hacia ella, pero soy ignorada vilmente.
Cojo unas galletas y me siento delante de ella. Me concentro en sus manos y la obra de arte que va dejando.
Creo que la vida es como ese hilo de crochet que está utilizando para algún gorro bonito. Ese hilo que hace más piruetas que cualquier acróbata, da vueltas y vueltas, pasa por arriba y por abajo, se enreda y entrecruza hasta formar el objeto más bonito.
Todos esos trajines necesitan de unas manos hábiles y esas manos hábiles somos nosotros tratando de hacer del hilo de nuestra vida una obra de arte, con nudos, tropiezos, idas y vueltas, pero una obra de arte, a fin de cuentas.
— ¿Quieres probar? —observo como me tiende el hilo.
—No creo que pueda hacerlo tan bien como tú.
—Niña, nadie nace experto. Si sale mal, lo haces de nuevo.
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Editado: 18.04.2023