Cuarenta y dos

Estaba atento ante la discusión de unas chivas cuando siento que alguien toma de mi mano. Miro hacia abajo para verte.

--Ven te quiero mostrar algo-- hablaste calmadamente, sin quitar aquella chispa de emoción.

Caminamos alrededor de veinte minutos, alejándonos completamente de los otros grupos.

--Es aquí-- volteé derecho admirando aquel campo que estaba rodeado por muchos dientes de león dejándome todo maravillado --Es hermoso ¿no?-- sonreíste orgullosamente atrayéndome más hacia ese lugar.

--¿Cómo supiste que había esto aquí?-- rascaste suavemente tu nuca.

--Digamos que investigué un poco el lugar. ¡Ven, hay que tomar algunos!

Arrancaste del pasto dos dientes de león, para luego entregarme uno a mí.

--Dicen que si los soplas tu deseo se volverá realidad, así que pidamos uno.

¿Pedir un deseo? Había pensado varias veces sobre eso y realmente nunca he tenido uno de verdad, estaba contento por el momento que estaba viviendo y no lo quería cambiar por nada del mundo.

Estar contigo era como un sueño del que nunca quiero despertar.

Me quedé varios minutos viendo el diente de león, hasta que se me vino una idea a la cabeza. Soplé este, viendo como sus partículas se iban dispersando con el aire.

Que todo esto sea eterno.

--¿Qué pediste?-- alcé los hombros como contestación.

--Los deseos no se dicen, sino después no se van a cumplir.

--Cierto... Aunque sabes, desde pequeña he querido viajar en un globo aerostático, supongo que uno podría ser más libre y olvidaría todos sus problemas. ¿Suena absurdo, no?

Negué besando tu frente para luego estrecharte en mi pecho --Suena increíble, aunque acabo de darme cuenta de algo.

--¿Qué?

--Dijiste tu deseo. Pero prometo un día subirnos a uno. Y así viajaremos por todo el país.

Ese día también tuve un recuerdo de mi pasado. Y extrañamente te estaba comenzando a conectar con él.