El hombre se llevó las manos a las orejas, cerró los párpados con fuerza, y poco a poco sus latidos se aceleraron. El sonido de tantas voces a la vez lo aturdía, mientras que los murmullos que escuchaba pasaban a ser rugidos guturales. Él sabía lo que querían, lo sabía mejor que nadie, y no podía más que cumplir con ello para tener un instante de paz mental.
—¡Hazlo! —escuchó la voz que solía ir por encima de las otras y sintió cómo varias gotas de sudor frío le bajaban por espalda.
El psicópata se aferró el mango del machete con su mano derecha y observó a la chica que tenía en frente con cierta lástima. Era bastante atractiva y voluptuosa, aunque ahora costaba apreciar eso, puesto que se hallaba cubierta de polvo, con el maquillaje corrido a causa de las lágrimas y quemaduras en las muñecas por culpa de la soga que la ataba.
—¡Hazlo! —gritaron varias voces al unísono.
—No tengo nada en tu contra —el hombre alzó su arma a la altura de los hombros y apretó la mandíbula—, simplemente apareciste en el peor momento.
La mujer soltó un alarido de dolor al sentir cómo la hoja afilada del arma atravesaba la carne de su espalda, para luego tenderla boca abajo, y rasgándole la ropa, cortarle las arterias de las piernas. Segundo después, la sangre brotó a borbotones por la herida.
—Eso no basta —reclamó la voz principal, que ahora sonaba mucho más áspera—. ¡Prosigue!
Con el cuerpo temblando de desesperación, el psicópata agarró su víctima por el cabello y tiró de él para exponer su nuca. Acto seguido, un par de machetazos se encargaron de decapitarla.
—Bien —la voz adoptó un tono entre excitación y felicidad—. Mírate, mira lo que has hecho, ¿no te gusta?
—Dijeron que podría escoger a mis víctimas, a gente despreciable que merece morir.
—La última vez lo hiciste, dejamos que te desquitaras con esa basura, ahora es nuestro turno, ¿no lo crees? —una voz aguda y casi susurrada se unió a la discusión.
El sonido de una bandeja metálica cayendo al suelo hizo que el hombre diera un respingo y perdiera la paciencia.
—¡Maldita sea, Sammy! No me hagas matarte —gruñó, para escuchar una carcajada de respuesta.
Desde la oscuridad en la que se hallaba aquel sótano, una figura encorvada y de estatura media caminaba de un lado a otro sin descanso.
—¡Lárgate de mi vida! —el psicópata empezó a perder la paciencia, agarró el mango de su arma y dio largas zancadas en dirección a la silueta.
Estando a unos pocos metros de ella, un fuerte hedor a saliva, orina, heces y sudor invadió sus fosas nasales, haciendo que se detuviera en seco.
—Hueles peor de lo que recordaba —contuvo una arcada y retrocedió un par de pasos.
Entonces, el hombre observó cómo aquella figura se detenía bajo la luz de una de las bombillas y dejaba escapar algunas carcajadas. Se trataba de una chica de veinte años, con un corto y ondulado cabello negro, una joroba en la espalda y piel pálida. Los dientes podridos hacían que la sonrisa en su rostro causara repugnancia, y el hecho de que se riera sin motivo alguno no hacía más que aumentar aquella sensación. A su vez, vestía con una camiseta azul claro manchada, botas negras de construcción y un pañal para adultos usado.
—No sé cómo deshacerme de ti —el psicópata negó con la cabeza.
La chica, al igual que siempre, permaneció en completo silencio y volvió a caminar por toda la estancia mientras se golpeaba la lengua con los dedos. Sin embargo, luego de alejarse unos cuantos pasos, tropezó de lleno contra uno de los muebles e hizo que un vaso de cristal cayera al suelo, rompiéndose en pedazos.
—¡Se acabó! ¡Voy a matarte! —rugió el hombre, abalanzándose sobre ella.
—¿Y qué esperas? —lo incitó una de las voces.
En pocos instantes, agarró a la chica del cabello con una mano, y utilizó la otra para cortarle el cuello a machetazos. Chorros de sangre cayeron sobre el torso desnudo del psicópata, a la vez que él cortaba con más rabia. Finalmente, logró desprender el cráneo de su víctima, y jadeando con furia, dejó que cayera al piso de concreto.
—Maldita... —gruñó—. Eres una maldita.
Antes de que terminara la frase, el cadáver se evaporó y la chica reapareció frente a él como si nada hubiera pasado. Lo miró de reojo y rió entre dientes.
—¿Por qué nunca puedo matarte? —gimoteó el sujeto—. ¡Debiste morir hace diez años!
La realidad es que el psicópata veía a aquella chica cada día desde que era un niño, y aunque siempre intentaba asesinarla, Sammy reaparecía en cuestión de segundos, llegando incluso a crecer con él.
—¿Por qué nadie más puede verte? ¿Por qué no sigues a otro? —rechistó, dándole otro machetazo en el medio de la cabeza; a lo que ella volvió a aparecer.
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Editado: 23.02.2018