El hombre besó la frente de Emma, su prometida, y delicadamente le acomodó el cabello detrás de la oreja, a lo que ella se sonrojó. Lo miró a los ojos y abrazó su cintura con fuerza, recostando la cabeza en su pecho.
—Te amo, Jake —susurró, cerrando los ojos.
—Y yo a ti —contestó él, abrazándola de vuelta.
Transcurrieron algunos instantes en absoluto silencio.
—Necesito pedirte algo —la chica titubeó. El solo hecho de pensar en ello la hacía sentir una mezcla de dolor e impotencia indescriptible.
—¿Qué cosa, cariño?
—Por favor, no vuelvas a hacerte daño —lo abrazó con más fuerza—. Te lo suplico.
—Te juro que lo he intentado —respondió el hombre a secas—, pero no tengo más opciones, debo hacerlo por ti.
Un pitido insoportable retumbó en los oídos de Jake, haciendo que cubriera sus orejas y se sentara en el borde de la cama. Esa era una muy mala señal.
—Es hora de tomar lo que nos pertenece —dijo una voz gutural que, por suerte, solo el psicópata podía escuchar.
—No, déjenme en paz —murmuró el hombre, con cuidado de no despertar a Emma, quien dormía plácidamente junto a él.
—Solo hazlo, luego podrás deshacerte del cuerpo —lo incitó otra voz más aguda.
De inmediato, vino a su mente la imagen de él mismo ahogando a la chica con la almohada. Viéndola forcejear en vano. Sintiendo cómo el aliento de su víctima se escapaba poco a poco para finalmente expirar...
—Nunca le haría daño —Jake cerró los dedos en torno a la sábana, y entonces se giró para observar a su prometida con detenimiento.
Emma dormía apoyada de un costado, sin tener una mínima idea de lo que pasaba por la mente de su pareja. Aquel largo cabello negro que tanto la caracterizaba le caía de forma desordenada sobre el rostro, mientras que su pecho se movía lentamente por cada inhalación. Y es que, a pesar de no tener ni una pizca de maquillaje, él la encontraba más hermosa que nunca.
—Me da igual a quién tenga que matar —gruñó el hombre—. Emma es sagrada.
—Sabes lo que eso significa, ¿verdad? —la voz gutural volvió a retumbar en su oído—. Será mejor que comiences ahora mismo.
—Por favor...
—¡Hazlo! —un conjunto de varias voces estalló contra sus tímpanos—. ¡Hazlo!
—No puedo, Emma...
—¡Hazlo! —volvieron a interrumpirlo—. ¡Hazlo!
Al cabo de pocos segundos, una fuerte migraña atacó la cabeza de Jake, y este, resignado, besó la frente de su amada para luego abandonar la habitación. Tambaleándose y con las sienes palpitándole, avanzó a trompicones por el pasillo de la casa, bajó los peldaños de las escaleras, y se dirigió al sótano. Abrió la puerta con las manos temblorosas, y después de entrar, la cerró detrás de sí.
—¡Hazlo! —el psicópata sintió cómo una oleada de desespero lo invadió—. ¡Hazlo!
—¡Basta! —gimoteó, caminando hacia una mesa que se hallaba en el centro del lugar y tomando la primera herramienta que estuviera a su alcance.
En seguida, alzó la navaja que acababa de recoger y se trazó un largo tajo desde la muñeca hasta la parte interior del codo en el brazo izquierdo. Como era de esperarse, una cantidad considerable de sangre brotó a través de la herida, haciendo que el suelo y otras partes de su cuerpo terminaran salpicadas.
—¿Lo vale, Jake? —se burló la voz aguda—. ¿Esa chica lo vale?
—Silencio —el hombre se hizo otra cortada junto a la anterior.
—Eso no basta, continúa —ordenó la voz gutural—. Conoces muy bien el precio por dejar ir a alguien.
—Maldita sea, lárguense —Jake podía sentir cómo su sangre brotaba sin parar, y aunque el dolor de cabeza se había reducido parcialmente, seguía causándole ansiedad.
Para empeorar aún más las cosas, pudo escuchar una risa escalofriante que provenía de la esquina de la habitación, seguida de un par de pies arrastrándose. No pasaron más de diez segundos antes de que la inconfundible peste a excrementos, orina y saliva impactara las fosas nasales del psicópata, haciéndolo perder la cabeza.
—¡Samantha! —rugió, alzando el mismo cuchillo que había utilizado para mutilarse.
En seguida, se abalanzó sobre el cuerpo de la chica, que ni siquiera tuvo tiempo de girarse hacia él. La agarró del cabello con fuerza, le conectó una cantidad considerable de puñetazos con el brazo sano, y cortó la garganta de su víctima de lado a lado. Acto seguido, le atravesó ambas sienes con el filo de la hoja.
No obstante, tal y como lo suponía, Sammy reapareció nuevamente sin ninguna marca de lo ocurrido; causándole así una enorme rabia que solamente le duplicó la migraña.
—¿Te dimos permiso de parar? —susurró la voz gutural en su oído—. Olvida a esa perra y sigue.
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Editado: 23.02.2018