Realm of Mystery

Capítulo IV

La lluvia arreció.

Las pocas personas que aún recorren las calles tienen que apretar el paso para evitar quedar empapados. Yo voy en el asiento trasero de un taxi que hemos tenido que tomar al no poder seguir andando. Esa chica, Yobanashi, va sentada al otro extremo del asiento trasero. No puede abrazarse a sí misma, pues su mano buena aferra con fuerza su mano herida. Sólo estoy seguro de que no quiere mantenerme cerca.

¿Qué diablos sucede con ella?

¡Ya me he disculpado por haberla herido!

Sea como sea, ambos terminamos empapados gracias a la lluvia. Mi bicicleta, que va en el portaequipaje del taxi, no está en mejores condiciones.

Al menos es un objeto inanimado que no tiene tanto frío como el que tengo yo.

Sé que pescaré un resfriado.

El silencio es incómodo. Ella sigue sin querer mirarme. ¿Qué más puedo hacer yo? Creo que tendré que recurrir a la ayuda de mi mejor amigo. Bendita tecnología que nos permite tener móviles a prueba de agua. Pretendo escribirle un mensaje de texto, pero él parece haberme leído el pensamiento. Ni bien he comenzado a escribir mis primeras palabras, su mensaje aparece en la pantalla.

 

La maldita lluvia arruinó nuestros planes.

 

Y a mí, la maldita lluvia me tiene en el asiento trasero de un taxi con una chica a la que le desagrada mi presencia.

Escribo velozmente mi respuesta, aún a sabiendas de que esto me condenará a un terrible interrogatorio.

 

Voy a casa con una chica.

Creo que quisieras estar aquí.

 

Lo envío, esperando su reacción. Una sonrisa se dibuja en mi rostro.

No quiero parecer presuntuoso, pero sé bien que Makoto siente celos de mí habilidad natural para atraer a las chicas…

Y, mientras tanto, yo detesto esa habilidad pues siempre decide abandonarme en los momentos menos indicados.

Tal y como justo ahora.

¿En verdad esa chica no pretende siquiera dirigirme la mirada? Sé que no debí lastimarla, pero estoy seguro de que una muñeca torcida no es una razón lo suficientemente buena como para detestar a una persona durante el resto de tu vida.

Makoto ha respondido.

 

¿¡Qué!?

¿¡Una chica!?

 

Yobanashi me dirige una furiosa mirada en cuanto me escucha reír mientras escribo otro mensaje para Makoto.

Esa chica necesita sonreír más.

 

El taxi finalmente se detiene frente a la casa de mi familia.

Soy yo quien debe pagar el importe, al parecer, pues Yobanashi no hace ningún esfuerzo por compartir conmigo la deuda. Bajamos del auto y junto con el conductor sacamos mi bicicleta del portaequipaje tan rápido como podemos.

Yobanashi se aparta y espera en silencio.

La lluvia nos da un pequeño respiro para que podamos acercarnos a la verja de la entrada. Sólo ahora puedo darme cuenta de que el auto de mis padres no está a la vista. La bicicleta de mi hermano no ha vuelto. Y el hecho de que la verja esté cerrada con llave es lo que termina de confirmarlo. Mis padres se han ido, mi hermano también y yo he olvidado mis llaves.

—¿Vives aquí? —urge Yobanashi.

Por poco lo olvido. ¡No puedo dejar que esa chica siga empapándose! Aunque algo me dice que ella preferiría eso, a entrar a la casa. Sé que mi madre siempre deja las llaves de emergencia debajo de las rocas que deja cerca de nuestras bicicletas. Sólo espero que Yobanashi no escape mientras yo la consigo.

—Espera —le digo y salto la verja de entrada.

Es sencillo estar al otro lado, pues la verja apenas llega a la altura de mi cintura.

Las llaves están en su sitio.

En menos de un minuto mi bicicleta ya está resguardada de la lluvia, y Yobanashi y yo ya estamos frente a la puerta principal. Finalmente entramos al recibidor. Ella tirita, pero se mantiene en silencio. Las luces apagadas y el silencio sepulcral se deben a que efectivamente me han abandonado a mi suerte. Me saco los zapatos y ella hace lo mismo, dejando los suyos ceremonialmente en su sitio.

—Sígueme —le digo conduciéndola hacia la sala de estar—. Puedes quedarte aquí. Yo traeré algunas toallas y el botiquín de primeros auxilios.

Su respiración se agita en cuanto estoy a menos de medio metro de distancia. ¿En realidad alguien puede detestar tanto a una persona? Agacha la mirada, como si en realidad no quisiera estar aquí. ¿Qué diablos te he hecho yo para que actúes de esta manera, Yobanashi?

Tengo que subir velozmente a mi habitación para ponerme un poco de ropa seca. Voy al cuarto de baño y tomo un par de toallas para ella, pero al instante siento como si algo estuviera deteniéndome.

La imagino de pie en la entrada del salón, justo frente a la mesa de centro, intentando mantener el calor de su cuerpo entre toda esa ropa mojada. Con esa expresión de desasosiego reflejada en su rostro y su muñeca herida… ¿Es así como debe sentirse la compasión? No… No es compasión…

Oh, ¿qué más da?

Supongo que ningún daño hará si le permito usar una muda de ropa seca mientras dejamos en la secadora lo que ella lleva puesto.

No tardo más de cinco minutos más en bajar nuevamente las escaleras.




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