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María
Voy caminando hacia el hermoso lago que visité la otra vez, un rincón mágico que parece haber sido creado solo para momentos como este. La brisa suave acaricia mi rostro, llevándose consigo el peso de mi ansiedad. Extiendo la manta sobre el suelo fresco, creando un pequeño refugio donde puedo sentarme y colocar mis cosas mientras espero. Pero a medida que pasan los minutos y las horas, esa sensación de serenidad se transforma en una creciente inquietud. ¿Dónde está él? ¿Por qué no llega?
Siento que la tristeza se asienta en mi corazón, como un visitante no deseado. La desilusión me abraza y el temor comienza a hacer eco en mi mente: ¿y si ya no quiere verme?
—No digas eso, María. Puede que haya tenido algún inconveniente o algo así —intenta calmarme Luna, pero su voz se pierde en mi confusión. No puedo evitarlo; la inquietud me consume.
Recuerdos de Steven bombardean mis pensamientos. La manera en que se quitó de en medio, como si siempre hubiera estado buscando una salida, me deja un regusto amargo. Luna me comentó que Steven y yo somos mates, pero lo cierto es que no he sentido nada especial con él. Nunca apareció con una actitud posesiva; nunca me reclamó como suya. Él siempre se mantenía a distancia, y eso me duele más de lo que quiero admitir. Solo espero que no vuelva a molestarme, sobre todo porque sé que ahora está muy feliz con Valeria.
El enfado comienza a burbujear en mi interior, un fuego que me consume.
—¿Por qué no soy suficiente para los hombres? ¿Por qué siempre huyen?
Las preguntas giran en mi mente como un torbellino, hasta que un aroma delicioso me saca de mis pensamientos.
—Hola, mi preciosa Luna —la voz profunda y suave me llena de un calidez instantánea. Siento que mi corazón se acelera como nunca lo había hecho antes—. ¿Esperaste mucho, cariño?
—Ho…la. Bueno, pensé que no vendrías, por eso estaba por marcharme —digo, tratando de no dejar que la tristeza se asome demasiado en mi voz.
—Perdona, mi luna. Se me hizo tarde, pero aquí estoy ahora. ¿Quieres disfrutar de estas hermosas vistas esta noche conmigo?
El alivio y la felicidad se entrelazan en mi pecho, así que simplemente asiento y me dejo llevar por él, tomando su mano mientras caminamos hacia la orilla del lago. Nos sentamos en una enorme piedra que parece un trono, con el agua brillando bajo la luz de las estrellas. Me siento completamente a gusto con él, un refugio en medio de mis tormentas.
—¿En qué piensas tanto, princesa? —me pregunta, su voz suave como la brisa nocturna. Quiero ser honesta, pero no quiero asustarlo.
—Pienso en que espero que no seas como los demás, que no me falles. Solo quiero que todo salga bien. No quiero sufrir por alguien que no valga la pena, ¿entiendes, cariño?
Escucho la forma en que toma aire, reflexionando cuidadosamente antes de responder.
—Princesa, no pienso dañarte ni causarte dolor. Eres mía y no quiero que ningún idiota se te acerque. Solo quiero cuidarte y protegerte, si es necesario, con mi vida. Porque, aunque nos conozcamos hace poco, te amo, princesa.
Las palabras caen sobre mí como un suave abrigo. La ternura que siento es inmensa, tanto que no puedo contenerme y lo abrazo con fuerza.
—Gracias por aparecer en mi vida. Espero que todo esto salga bien; vayamos poco a poco, por favor —le imploro, y él asiente, una sonrisa de complicidad ilumina su rostro.
—Tranquila, amor. Todo a su tiempo, no te presionaré en nada. Te quiero.
—Yo también, cariño —le confieso, sintiendo que cada palabra es un paso más hacia algo hermoso.
Después de sincerarnos, sugiere que nos metamos en el lago y disfrutemos de la fresca noche estrellada. El agua nos envuelve, como si el propio lago celebrara nuestra conexión. Ver las estrellas reflejadas en el líquido oscuro es un espectáculo que jamás quiero perderme, y estar con él convierte esa vista en algo aún más maravilloso. No tengo palabras para expresar lo que siento; es inexplicable, pero sé que él es mi todo y que no quiero alejarme de él.
Deseo conocer cada secreto, cada rincón de su vida, cada recuerdo y pensamiento que pase por su cabeza. Quiero comprender todas sus acciones y todo lo que lo hace ser quien es.
—¿En qué piensas tanto, mi reina? —me pregunta, su voz llena de ternura. Con esos hermosos ojos achinados, no puedo evitar soltar una sonrisa que revela toda mi vulnerabilidad.
—Pienso en que quiero conocerte más. Quiero saber todo de tu vida. Quiero estar contigo siempre y nunca alejarme, por más obstáculos que haya en esta relación. Quiero que hablemos de todo; no quiero que me ocultes nada.
Me mira fijamente, medio sorprendido, medio maravillado por lo que he dicho.
—Mi reina, yo... Dios mío. También quiero que estés conmigo siempre, princesa. Quiero conocer todo de ti, mi Luna. Quiero presentarme a tu familia como tu pareja, amor, y quiero conquistarte poco a poco al estilo humano. ¿Me dejas, mi vida?
La propuesta me deja sin aliento; la idea de que quiera hacer eso me llena de una felicidad que nunca pensé sentir.
—Sí, te dejo conquistarme de esa manera. Y cuando puedas, te presentaré a mi madre, ¿vale?
—Mañana puedo ir a presentarme, cielo. Y, cariño, ¿puedes darme tu número para poder llamarte y saber si estás bien?
Sin dudarlo, le doy mi número. Después de jugar con el agua, riendo y disfrutando de su compañía, el tiempo parece volar entre nosotros. Cuando es el momento de regresar a casa, Aaron me despide con un beso suave en la frente, y su rostro se ilumina con una sonrisa radiante.
—Que descanses, princesa. Mañana nos vemos a las 4:30 p.m. Te quiero. Besitos...
Mientras camino de regreso, mi corazón late en un ritmo nuevo y emocionante. Me quedo dormida pensando en la hermosa noche que tuve con él, en las promesas que nos hicimos, y en cómo guardaría cada recuerdo que compartimos como un pequeño tesoro en el fondo de mi alma.
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Editado: 03.08.2024