Lucas y sus padres se levantaron de madrugada para ir al pueblo. Llevan algunos arreglos florales, para vender en el mercado, por lo cual el más joven de la familia no deja de bostezar y protestar.
—Por qué tuve que ponerme mi camisa de los domingos.
—Iremos a la iglesia, pero antes pasaremos a otro lugar, contestó su madre.
Lucas resopla. —El cura duerme hasta el medio día. Todos saben que el vino de la consagración lo marea.
Recibió un coscorrón.
Tocándose la cabeza protesta.
—Por qué me pegas.
—Por blasfemo, contesta su madre.
Lucas hace una mueca sin dejar de tocarse la cabeza.
—Me saldrá un chichón, deberías golpear al boticario y al señor de la barbería, escuché cuando hablaban con papá.
El señor García carraspea, su esposa, alza una ceja.
—Como sea, no debes andar repitiendo lo que hablan los adultos (mira a su esposo) por ridícula que sea la charla.
Lucas pensó que su madre tiene razón en algo, a menudo los adultos hablan tonterías. Bosteza.
Se sorprende cuando toman el rumbo hacia la mansión, su corazón se aceleró y la somnolencia se espantó. Conoce ese camino, es el mágico sendero al castillo, donde habita el ángel.
La carreta se detuvo en la parte trasera de la mansión, en la puerta de servicio. El señor García baja los arreglos florales y algunos sacos de semillas.
Cuando su padre se entretuvo hablando con otro trabajador de la mansión, y su madre cuchichea con la cocinera, Lucas aprovecha de escabullirse.
Llega muy cerca de la muralla, le facilita que las ramas de hiedras cuelgan desde los balcones.
—¡Lucas, baja de ahí inmediatamente!
El muchacho se quedó un rato recuperando el aliento, la voz de su padre a veces puede ser atemorizante.
—Se puede saber qué estabas haciendo (indica) allá arriba?
—Eso es algo que no puedo responder.
Ante la cara seria de su padre, agrega...
—Me pareció ver un gatito.
—Así que un gatito, está bien, (lo agarra de una oreja) no vuelvas a hacerlo, te pudiste lastimar.
Luego guiado por el aroma de galletas de anís, llega a la cocina, sonríe, tal vez el querubín esté allí, su madre le dijo un día que a los ángeles les agradan los aromas dulces y aromáticos. La conversación parece estar muy amena, su madre ríe con las sirvientas, mientras a él lo mantienen quieto con un plato de cosas dulces, una delicia para cualquier niño.
Una sirvienta llega a la cocina con una bandeja, niña caprichosa, dice, tirando el contenido a la basura.
Lucas frunció el ceño, quiso gritarle y decirle que su ángel no es caprichosa... tal vez solo un poco.
—Que se puede esperar de una niña tan solitaria y un padre ausente, comenta la cocinera.
Lucas quiso gritarle también a la cocinera.
—Seguro sacó el carácter de su madre, siempre tan presumida, comentó la madre de Lucas.
El niño hizo una mueca.
—Conocí a la señora Angélica, desde que era una niña, dijo una empleada ya muy anciana; bella mujer, bondadosa... Un alma pura. Es lo que recuerdo de ella.
Lucas se sorprendió, la madre de Isabel tiene nombre de ángel.
Dos sirvientas jóvenes entran riendo, tienen una actitud sospechosa... Una de ellas dice que está de novia... que estar enamorada es lo mejor de todo.
Lucas se pregunta, cómo será estar enamorado, que se sentirá. ¿Mariposas en el estómago?, querer ver a esa persona todo el tiempo, que incluso lo ves en los sueños, que su mirada sea como un faro en medio de una tormenta, que su cálida voz sea más dulce que un melocotón maduro y el roce de su mano la más suave de las texturas.
Las risas de las empleadas lo sacan de su embelesamiento, parece que cierto muchacho está enamorado, dicen entre risas, Lucas enrojece y sale corriendo.
Dejen de molestarlo, dice la señora García, sonriendo.
Estás muy distraído, dice la señora Amanda acomodando la chaqueta de su hijo, y tratando nuevamente de peinar aquellos cabellos rebeldes, —debes dar una buena impresión al señor cura.
—¡Qué, por qué, que hice!
—No seas tan exagerado, ya tienes edad para la catequesis.
¿Catequesis?, repitió al punto del llanto.
—El señor cura no acepta a niños grandes como tú, pero por consideración a tu padre, hará una concesión con nosotros, así que te comportas.
Lucas está perplejo, en que minuto su vida se tornó tan cruel... en la semana tendrá que ir a la escuela y los sábados tendrá que asistir a la catequesis y los domingos a misa, esa no es vida para un niño... ¿En qué momento verá a su ángel?. Antes se escapaba de las clases, pero su padre ya le advirtió, que suba sus notas, de lo contrario lo hará trabajar como jornalero en algún rancho del norte.
Esperaba que el sacerdote no lo aceptara, por ser mayor que los otros niños... pero casi todos sus compañeros de escuela estaban también ahí, algunos mayores que él, no tuvo salvación. Estaba renegando, masticando su mala suerte, cuando la capilla de la iglesia se iluminó.
¿Será una visión de su mente apasionada, a tan temprana edad?. Isabel está, también, allí.
El señor Johnson regresó hace algunos días y para mantener buenas relaciones con la gente del pueblo y no piensen que es un hombre intransigente, comunista y ateo, permitió que su hija asista a clases de religión. Aunque poco le importa lo que piensen, es mejor tener al populacho conforme. Es lo que frecuentemente comentan sus asesores.
Mientras
Un laico comienza la clase, por supuesto el sacerdote no está presente, seguro está mareado, comenta uno de los niños provocando la risa de todos. El desorden no altera la concentración de Lucas, sus ojos no se apartan de Isabel.
El laico golpea un banco con una varilla, todos en silencio, les ordena que repitan la oración que les enseñará... No pasó mucho tiempo para que su estómago empezara a rugir, tal parece que unos diablillos de nombres Manolo y Nino se colaron a la sacristía y pusieron aceite de ricino en una copa con vino.