Hay amores tan bellos que justifican todas las locuras que hacen cometer. —.Plutarco
HACE 3 AÑOS.
Era viernes en la tarde y acababa de salir del instituto hacia mi trabajo de mitad de tiempo como Salvavidas en Manhattan Beach. Lissie se había ofrecido a llevarme pero le pude convencer de que se fuera temprano a su reunión familiar, que yo estaría bien y que esta vez no terminaría en Hermosa Beach o incluso en Redondo Beach, porque aunque no me crean, mi sentido de norte, sur, oriente y occidente no es que esté muy calibrado y me ha hecho pasar unas que es mejor no recordar.
Me monté en mi bicicleta, o de Kit para ser más específica, y comencé a bajar directo a la playa prestando mucha atención a las calles que tomaba, las direcciones, los semáforos y las abuelitas esperando pasar la vía. Si, no querrás escuchar a una de esas señoras angelinas soltar todas sus palabras costeras nada amables dirigidas a ti porque sin querer has casi arrollado a su prima que tiene cincuenta y cinco años y ha venido de vacaciones para encontrarse con una criatura desvergonzada como tu, y eso está adornado a causa de los niños menores de doce años. Es mejor que tengas cuidado con las angelinas.
Finalmente llegué a Manhattan Beach y me dirigí al puesto de salvavidas. Subí junto con mi bici a la cabina y la amarré a un lado, luego entré y me encontré con Sam. Sam McDaniell es la salvavidas oficial de la playa, lo que me hace a mi su ayudante derecha oficial, lleva trabajando en este puesto hace diez años y junto con su esposo, el señor Matt McDaniell, dirigen la escuela de natación del instituto. Así fue como coseguí este trabajo. Ella vio mi gran rendimiento en el agua y me ofreció este puesto de ayudante, yo por supuesto no lo dudé ni un segundo y acepté. Ya llevo en este trabajo un año y sé que me va a doler cuando tenga que dejarlo, porque sinceramente este ha sido el único que me ha fascinado. Cuidar a personas, mantenerlas a salvo y el agua son la mezcla perfecta para sentirme feliz y realizada.
Practicamente toda mi vida la he pasado en el agua. Desde los cinco años mi madre me inscirbió en una academia de natación y yo decidí entrar a nado sincronizado, porque me acuerdo que solía ver a las chicas en el agua como sirenas de cuento. Ellas bailaban, se sumergían y salían de una manera tan mágica que me atraparon de inmediato. Así supe a los cinco que quería estar allí.
Desde ese entonces no he parado. Sigo tomando clases de natación en la escuela como actividad extracurricular y hasta el día de hoy, me sigue fascinando.
-Vale, te felicito. Llegas solo cinco minutos tarde. Es un record para ti ¿No?
Sam me mira desde su silla y se baja para darme un abrazo, aunque le he dicho mil veces, de muchas formas, que mi espacio personal es esencial para mi existencia.
-¿Sam? Mis poros necesitan respirar. Gracias.
Ella se aparta de mi y me mira con cariño. Y con todo el derecho, ella ha sido mi profesora de nado sincronizado desde los cinco.
-Tu y tu aberración hacia las demostraciones de afecto. -Se giró, tomó su bolso y volvió a mirarme- Matt llegará en diez minutos, ¿te puedes encargar del puesto mientras?
-Absolutamente. Verás que bajo mi cuidado no sucedera nada malo.
Le di una gran sonrisa y ella me dio otro abrazo, un beso en la mejilla y bajó por la rampa hacia su bicicleta.
-Te veo mañana, Vale.
Se despidió con la mano y se fue.
Me giré hacia la silla de salvavidas y me quedé mirandola. Se veía tan poderosa, increíblemente alta, como si desde allí se pudiera ver completa la playa. Puse una mano en un escalón, la otra en otro y comencé a subir hacia la silla. Una vez llegué allá arriba, sentí el soplo de las olas en mi cara. Podía ver a muchas personas sonriendo mientras miraban a sus niños hacer muñequitos con arena y a otros muchachos jugando voley, y todo ellos estaban por los siguientes diez minutos bajo mi cuidado. Tenía que estar pendiente de todos y cada uno de ellos. Desde los niños de quince años que hacían surf hasta las señoras de edad que se estaban bronceando. Todos eran mi responsabilidad y no puedo decir de algún otro momento donde me sientiera tan increíblemente importante. De pronto cuando fui la responsable de llevar los anillos en la boda de mi tia Diana, la hermana menor de mi papá, pero no, esto no se compara en lo absoluto.
Y así pasaron cinco, diez, quince minutos y deseaba que no llegara Matt aún. Estaba disfrutando en todo su esplendor de ese momento cuando cambié mi parecer, y deseé no estar sola.
Un niño de unos ocho años comenzó a gritarme desde unos tres metros a mi derecha por ayuda.
-¡Salvavidas! ¡Ayuda! ¡A mi hermano le ha dado un calámbre mientras estaba nadando y ahora se está ahogando! ¡AUXILIO!
El niño salió corriendo de nuevo hacia el mar y yo salté desde la silla hasta la cabina, tomé la tabla salvavidas y de ahí salté de nuevo a la playa. Comencé a seguirlo mientras todas las personas alrededor del niño se comenzaban a acercar.
-¿Donde está, pequeño? ¿Donde está tu hermano? -le pregunté al niño cuando lo alcancé.
Él no paraba de saltar y señalar una mano que salía un poco del agua a unos veinte o treinta metros de la playa. Ahí fue donde tuve miedo. Nunca había ido tan lejos para rescatar a alguien y mucho menos sola. Volví a mirar hacia la cabina pero no había nadie.
Te toca. Esto es tuyo. Me dije y comencé a correr en el agua hacia el chico.
Ni siquiera sabía que tan grande era y si sería capáz de cargarlo de vuelta, pero en ese momento no importó. Solo llegar a él importaba así que nadé lo más rápido que pude. Me sumergía con cada ola que venía y seguía nadando por debajo del agua hasta que logré divisar unas piernas y un cuerpo flotando, pero cada vez que daba una patada, veía este cuerpo más grande. Volví a sentir miedo de no poder cargarlo hacia la orilla pero puse ese pensamiento a un lado hasta que llegué a él.