Recuérdame Amor

Capítulo 6. La fiesta

Elena

Es un día como cualquier otro en la pastelería, preparar los bizcochos, llevar a mi hijo al colegio, colocar los pasteles en las vitrinas y servir té, café, jugos, croissant, torta y demás cosas del menú a los clientes que visitan mi negocio en las mañana buscando algo con qué desayunar. La hora caliente terminó pasadas las nueve de la mañana y me pongo a organizar y rellenar un poco los estantes y vitrina ahora que no hay clientes, la puerta se abre, lo sé antes de mirar porque la campanilla colgando en ella delata a todo el que entra al establecimiento. 

 

— Elena, buenos días amiga

— Buenos días, Inés 

— ¿No sabes quien estuvo en el café anoche?

— Ni idea, cuenta a ver porque para que hayas venido y tan temprano a contarme deber ser alguna personalidad muy importante —cosa que no me sorprende porque al café van muchos famosos de la televisión, el cine, la radio y el teatro

— Ningún famoso fue el galán del otro día 

— ¿Qué galán?

— El galán que te hizo perder la cordura el otro día —comenta observándome con ganas de reír

— De galán nada, ese es un idiota consagrado y espero que no vuelva nunca al café, por lo menos no cuando yo esté allí

— ¿Qué es lo que te ocurre con ese papacito? ¿Qué te dijo ese día? Pensé que ya se te había pasado la molestia porque mira que resistirse a la sonrisa de ese hombre solo tu podrías, porque lo que soy yo me da de todo con solo verlo

— Pues no se me ha pasado, ni se me pasará nunca —lanzo sintiendo la molestia invadir mi cuerpo y alma

— Pues mira las cosas de la vida, él parece bastante interesado en ti, le pregunto por ti a Rubén  y ya sabes que siempre le has gustado al pobre Rubén, así que estaba que echaba chispas y sintiéndose amenazado ante él y con razón es difícil para cualquier hombre competir con semejante espécimen

— No tendría porque, primero porque yo nunca le he dado entrada y segundo detesto al imbécil ese y ruego por no verlo más aunque ya sé que me será imposible porque lo tengo metido en la fundación 

— ¿Cómo que en la fundación Elena? —Me cuestionó curiosa

— Resultó que él es el pediatra que te había contado que empezó a dar consultas gratuitas allí 

— Eso indica que es un tipo solidario

— Blasfemias, eso solo indica que es un mentiroso que navega con bandera blanca para engañar a la primera incauta que se deje

— Pero ¿Por qué dices eso? No te entiendo ¿Qué es lo que te dijo aquel día para que lo detestes de esa manera?

— Nada, no me dijo nada, ese es el problema Inés —confieso con las lágrimas a punto de salir, solo que él es el padre de mi hijo —sus ojos y su boca se abren muchísimo por la sorpresa, sacude la cabeza varias veces 

— ¿El galán es el papá de Tommy? —Pregunta  incrédula — El mismo estúpido que te abandono estando embarazada

— Si, es el mismo desgraciado que se burló de mí, me dejó embarazada y luego me abandonó y ahora aparece y se comporta como si no me conociera, pero lo que me duele es que no le importa su hijo en lo más mínimo, ni siquiera me pregunto por el 

— Dios mío Elena, te juro que estoy demasiada sorprendida por lo que me acabas de contar

— Ni te imaginas como estoy yo, desde que volví a verlo no he tenido  ni un día de paz

— Y no es para menos, vaya jugada del destino. Imagino que le cantaste sus verdades ese día 

— No le dije nada, primero porque estaba en el trabajo y no podía formar un escándalo allí, además él estaba con su prometida y se comportó como si no me conociera, así que me trague mi orgullo y toda la rabia que siento y lo atendí como a un cliente cualquiera o por lo menos lo intente

— Siento tanto que hayas tenido que pasar por todo esto sola amiga, debiste contarme, estoy para ayudarte

— No podía, estaba como aletargada y para colmo después me lo encontré en el centro comercial cuando andaba con Tommy

— ¿Y qué pasó?

— Buenas tardes, me da un café pequeño y un pedazo de torta amarga para llevar por favor —pide una cliente regular que acaba de entrar, me apresuro a secar las atrevidas lágrimas que corrían por mi rostro

— Buenas tardes, por supuesto señora —sirvo lo que me ha pedido y se lo colocó en una bolsa de papel

— ¿Algo más señora?

— No, solo eso ¿Cuánto es?

— Serían sesenta y cinco pesos

— Aquí tiene, muchas gracias y déjalo así —dice entregándome setenta pesos

— Que tenga excelente resto del día y gracias —digo tomando los cinco pesos de propina que me ha dejado y los colocó en el recipiente de madera designado para las propinas

— ¿Y? ¿Qué pasó? —Interroga una curiosa Inés en cuanto la mujer abandona el lugar

— Nada amiga, Tommy quedó deslumbrado con él, mientras el idiota solo fue cortés con  su propio hijo, sentí tanta rabia que quería golpearlo allí mismo




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