Recuperando a Dalton

Capitulo 1 : El harapiento

La tormenta que se desataba fuera del local era parecida a lo que sentía dentro de mi. Veía golpear las gotas de lluvia contra el vidrio, tan idénticas a las lágrimas, algo extraño de ver. Y es que yo creía que ya estaba completamente seca por dentro, y ver a alguien llorar no ocurría desde hace tiempo. Suspirando mezclo el café cargado que pedí para pasar el rato, me sentía demasiado incomoda andando por la editorial con la ropa toda mojada, no sabia que estaba pronosticado llovía. Me quede trabajando unas horas pero la incomodidad pudo conmigo y termine retirándome mucho mas temprano a la hora usual a la que me iba. Entonces ahora estaba en una cafetería — esperando que la lluvia parara pero parecía que eso no sucedería hasta dentro de un rato largo—, con la ropa húmeda, mi abrigo mojado al igual que mi cabello y el poco maquillaje que llevaba estaba completamente arruinado.

El tiempo me había jugado una mala pasada, como siempre. No es como si estuviera esperando que las cosas me salgan bien, una se acostumbra.

Ver llover con tanta densidad solo hacia que me hundiera más en mis recuerdos. Hace años, un día antes de ser atropellada por un imbécil, hubo una tormenta parecida a esta, de esas que hacen que tus calzones tiemblen y no sepas si debes preocuparte porque el cielo cae a pedazos o solo seguir con tu vida. Normalmente yo esperaba que el cielo cayera a pedazos.

Esa noche, estaba que saltaba de alegría porque al fin iba a tener mi tan esperada cita con Erick Hamilton, después de tanta tira de caña de parte de ambos se había animado a invitarme a salir. Que un chico me invitara a salir no ocurría muy seguido, para no decir nunca, era un punto mas para sumarle a la lista de razones por las que estaba tan entusiasmada. Acostada en la que era mi cama en casa de mis padres, miraba el techo y suspiraba cada dos segundos como la adolescente ilusionada que era. Pensaba en que debía ponerme, me había invitado al cine, ¡Debía lucir fabulosa! Pero no vulgar. Mi madre siempre decía que para verme bella no hacia falta mostrar tanta piel, que eso sólo lo hacían las mujeres vulgares que no se respetaban a ellas mismas. ¡Ah, mi madre! Termine usando un vestido amarillo chillón que era sencillo pero delicado, mi tía Liz lo había traído de París para mi, aún no lo había usado pero lo cuidaba como si fuera una obra de Picasso. Era tan precioso que me daba pena tener que sacarlo de la funda con la que lo cubría para usarlo.

Mentí a mi madre diciendo que iba a la casa de Ursula, una amiga del instituto, a hacer deberes de una materia que no recuerdo, diciendo que ella no era capaz de hacerla sola entonces yo la ayudaría. Mi madre no me dejaría salir con un muchacho si el no venia en persona a casa a pedir una cita con su hija, de solo recordarlos no podía evitar reír. Ellos querían que además de invitarme a salir prometiera una boda y una casa con dos hijos y un perro. Salí de casa a eso de las tres de la tarde.

Y a las tres y media, más o menos, estaba siendo arrollada por Dalton Pride.

Un mugroso que vestía ropa sacada de la caridad, me había pasado, literalmente, por encima. No se como lo hizo, tampoco pregunte, pero así fue. Él paso sobre mi con su bicicleta. A unos metros de mi, luego de reaccionar ante lo sucedido y verme tirada en una zanja, el harapiento mostró arrepentimiento y algo de miedo.

Si hubiera amanecido con otro estado de ánimo, y no como el alma puritana que me sentía, hasta me hubiera hecho la muerta para que sufriera más. Su expresión y rostro pálido lo valdrían.

Yo no paraba de gritarle que era un imbécil y su amigo, con el que al parecer venían jugando carreritas, no paraba de reírse. No se si dolía más mi pierna rota o aquel golpe a mi dignidad, creo que las lágrimas en su momento eran por ambas. Más por la pierna rota que dolía como un infierno, pero eso no impedía que la cloaca que era mi boca no parara de tirar insultos hacia su persona. Si mamá me viera me daría una buena paliza, porque así no hablan las señoritas.

—¡Lo siento, lo siento! —no paraba de repetir el terrible conductor. Le di una mala mirada y el solo en respuesta a ella siguió lamentándose.

¡Claro que debía lamentarlo! Había atropellado a una humilde peatonal, y no a cualquier peatonal. Esta tenia padres adinerados y prestigiosos en el pueblo, si mi madre se enteraba que este harapiento había arrollado a una peatonal, que encima era su hija, estaba segura que iba a acabar con su vida. El pobre iluso terminaría juntando botellas en las calles.

Aunque siendo sincera, dentro de mi, una pizca de mi ser, no creía que ella pudiera hacer algo así por mi.

—¿Qué pasa contigo? ¿Eres ciego o qué? —ladre.

Su rostro estaba más pálido y seguía luciendo algo asustado. Algo de pena me daba.

—Lo siento, no te vi. —dijo casi en un susurro. Reí histérica, como acostumbraba cuando estaba molesta, las lágrimas en mi rostro y mis gritos debieron hacerme ver como una loca. Hoy en día la escena me daba gracia, tanto que podría reír aún mas que el amigo de aquel niño asustado que era Dalton, un harapiento asustado.

—Si, definitivamente debes tener alguna falla visual porque es imposible que con terrible vestido amarillo chillón tú no me hayas visto... —y fue entonces cuando casi me da un acv de solo recordar mi vestido— oh no, no, no, ¡No! ¡Mi vestido!




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