Recuperándolos

19. LOCALIZÁNDOLOS

Cerca de las seis de la mañana llegué a Santa Clara, dirigiéndome a la dirección que me había dado mi amiga. Allí me encontré con Rocío, que me esperaba recargada a su auto.

—No lo vayas a matar sin preguntarle nada, ¿de acuerdo? —dijo burlona y asentí con una mueca que quiso ser una sonrisa. 

Sabía que ella bromeaba, pero yo realmente tenía ganas de matarlo.

Tocamos a la puerta y nadie respondió. Pero yo no desistiría, yo seguiría cualquier indicio que me permitiera llegar a mis hijos, por muy pequeño que fuera. Por eso toqué una y otra vez hasta que al fin alguien se apareció. Un hombre de estatura alta, piel blanca y cabello oscuro abrió la puerta.

—¿Damián Belmonte? —pregunté y asintió un poco confundido. 

Entonces, antes de que él dijera nada, me le tiré encima golpeando su pecho y suplicando entre sollozos que me devolviera a mis hijos.

—Alicia, cálmate —pidió Chío—, él no es. Quien preguntó por Diego era un hombre mayor —dijo mi amiga y me detuve bastante confundida.

—Voy a necesitar que me expliqué que está pasando —dijo el señor Belmonte al que yo había estado golpeado, aunque no creo haberle hecho ningún daño. 

Perdiendo toda la fuerza que antes me empujara a golpearle lloré cayendo rodillas al piso.

El dueño de la casa nos invitó a pasar y, una vez dentro de la casa, Rocío explicó al señor Belmonte lo sucedido.

» Si mi padre confirmó que Diego es mi hijo seguro lo tiene —aseguró—. Creí que él estaba muerto —parecía en shock—. No pensé que lo recuperaría —dijo dejando escapar una sonrisa.

—¡No va a recuperarlo! —dije temerosa de perderlo—, Diego es mío. Tiene que devolvérmelo, a los tres, tienen que devolvérmelos —supliqué llorando al hombre que me veía un poco sorprendido.

—Primero hablaré con él —dijo mirándome con un tanto de compasión y mucho de pena—. Lamento haberla asustado, Diego es hijo de la mujer que siempre amé, pero supongo que no lo merezco, no supe protegerlo —me miró a los ojos—. Si él es feliz con usted me mantendré al margen.

—Gracias —dije y él se dirigió a una mesa al fondo de la sala donde ahora estábamos.

Por teléfono discutió un rato con alguien y cuando al fin terminó la llamada dijo algo que me hacía mucho bien bien escuchar, pero también mucho mal.

—Él los tiene —informó—. No va a entregarlos fácil, quiere hablar con nosotros.

Accedí. Yo hablaría con quien fuera si eso me acercaba a mis hijos.

» Mi padre cree que los tres son sus nietos —continúo—. La prueba de ADN con Diego le confirmó el parentesco, así que no creo que se moleste en hacerlo con las niñas —Yo no estaba segura de que eso me dejara segura—. Señorita Grullol, mi padre es muy poderoso y no es nada condescendiente, esto no será fácil —dijo. 

Ante esta declaración lloré de nuevo, pero estaba ya más calmada, pues sabía dónde estaban ellos y que estaban bien.

» Pasaré por usted para la cena, allí nos encontraremos con mi padre —dijo y asentí.

Fuimos a casa de Rocío donde podría descansar un poco y hablar con Fabián. Él dijo que iría a Santa Clara y llegó a media tarde.

Desde que Fabián llegó me aferré a él. Él continuaba diciendo que todo estaría bien para tranquilizarme, pero yo no podía estar tranquila, no podría estarlo hasta que mis hijos volvieran a mis brazos. 

Cuando el señor Belmonte llegó a casa de Chío, presenté a Fabián como el padre de mis hijos.

—Quiero acompañarlos —dijo Fabián y el señor Belmonte se negó.

—Mi padre cree que la señorita Grullol es mi mujer —argumentó—, si se entera que no es la verdadera madre de Diego no sé qué podría hacer.

—¡Soy la verdadera madre de Diego! —grité furiosa y él se disculpó. 

Fabián golpeó la pared con el puño.

—Ni siquiera puedo hacer nada por ellos, son mis hijos maldita sea —se lamentó Fabián y le abracé por la espalda.

—Tranquilo, amor, todo va a estar bien —dije—, estás aquí conmigo, eso es lo más importante para mí.

—Pero mis princesas... y mi campeón —susurró correspondiendo mi abrazo. 

—Todo va a estar bien —repetí deseando de todo corazón que así fuera.

Un rato después, llegamos a un elegante restaurante donde ya nos aguardaba un hombre de edad avanzada. 

Le sonrió a su hijo, y a mí me vio con demasiada sorpresa y un poco de desprecio. Eso me molestó. Quien debería de odiarlo era yo, él se llevó a mis hijos y yo ni siquiera lo conocía.

—Creí que te había matado —dijo para mí. 

Temblé ante su mirada. Ese hombre daba demasiado miedo.




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