—Llévatelas —ordené.
—¿Y yo para que las quiero? —preguntó Damián Belmonte hijo—. Se ven más bonitas aquí —aseguró y sonrió dejándolas en una repisa en la entrada de mi casa—. Sabes, ese hombre es mi padre y, aunque no siempre nos llevamos bien, lo quiero mucho. Te dejaré estar a su lado si firmas un acuerdo en que la herencia es toda mía.
—Eres un menso —dije abrazada al hombre que me abrazaba sin dejar de sonreír.
—Tío Damián —gritó Diego desde la puerta, tirándose a los brazos de mi hermano.
Él lo abrazó preguntando cómo estaba su sobrino favorito.
—Aún sin pantalones —respondí demasiado seria.
—Mamá es una preocupona —dijo Diego tras sonreír—, aún hay tiempo.
Suspiré y Damián se ofreció a ayudar.
—Vamos, Diego, te ayudaré a vestir —dijo y negué con la cabeza.
A pesar de que, meses atrás ese hombre que hoy llevaba a mi hijo de la mano a su habitación, me había amenazado con hacerme daño si me acercaba a él o a su padre, hoy era completamente parte de mi familia.
Un par de semanas después de que nos dimos el que pensé sería nuestro último adiós, se apareció en la puerta de mi casa.
FLASHBACK
—Aun no quiero compartir la fortuna de mi padre contigo —dijo—, pero no quiero estar lejos de Diego. Además, siempre quise tener una hermana.
—Yo nunca quise un hermano —aseguré.
—Vamos, no seas así, Lici puedo ser un gran hermano.
—Sí, un gran hermano que no quiere compartir su fortuna conmigo.
—Te regalé a Diego.
—No, Diego es mío.
—Igual que yo.
FIN DE FLASHBACK
Después de eso se aparecía cada que quería en mi casa, convirtiéndose en el tío Damián, conquistando el corazón de mis princesas, pero siendo claro su favoritismo hacía el que, en otras circunstancias, pudo ser su hijo, pero que era completamente mío.
Sonreí al recordar todo lo que habíamos pasado. Pero mi sonrisa desapareció cuando, antes de desaparecer de mí vista, hizo un anuncio.
—Ah, Lici, invité a papá a tu boda —informó y se fue riéndose de la cara de enfado que puse se fue.
«A él, ¿quién lo entendía? Me quería lejos su padre y lo acercaba a mí».
El timbre de nuevo sonó, sacándome de mis pensamientos. Abrí la puerta y me encontré a mi abuelo.
—¿Vas a casarte en pijama, Alicia? —preguntó y suspiré de nuevo.
El evento ni siquiera había iniciado y yo estaba exhausta ya.
—Ser mamá de tres no es nada fácil —expliqué para uno que me abrazaba.
—Eso no es nada para ti —aseguró tras besar mi frente.
Una hora después, Damián se llevó a mi amiga y a mis hijos a la iglesia. Yo me quedé de pie en la sala de esa casa que, años atrás, fue testigo de mis planes, de esa casa que tenía meses siendo testigo de mi felicidad y que, por el resto de nuestras vidas, atestiguaría mi felices para siempre.
—Esto es mucho mejor de lo que siempre soñé —dije con una enorme sonrisa clavada al rostro.
—Vamos, Alicia —dijo mi abuelo y yo suspiré, pero ya no con pesar.
—Vamos —dije tomando el brazo de mi abuelo que me entregaría en el altar al hombre que siempre había amado.
Llegamos a la iglesia y, del brazo de mi abuelo, recorrí un enorme pasillo en el que pude ver a muchas personas que fueron, son y serán importantes en mi vida.
Vi a mi abuelo sonreír feliz. Vi a ese que era mi padre, al que tal vez pronto perdonaría, pues, por si no se han dado cuenta, confesaré que no soy nada rencorosa. Incluso me sentí feliz de saber que los padres de Fabián asistían a nuestra boda. Y, al final del pasillo, frente al altar, vi a mi futuro marido, que con una expresión radiante esperaba por mí y solo por mí para ser más felices que nunca.
—Estás hermosísima —dijo casi llorando al tomar mi mano frente al altar.
—Lo sé —dije jugando, sonriendo plenamente.
Así es justo como me sentía, plena y feliz.
La ceremonia inició y terminó. Todo era tan hermosamente perfecto. Nuestras hijas poniendo nuestra mancuerna mientras nuestro hijo sostenía nuestros anillos de matrimonio y, a lo lejos, mi hermano besaba a mi mejor amiga.
«Por Dios que ya no hay respeto»
Después de los votos, y de sellar nuestra unión con un beso, escuché a mi marido decir: —Ahora si podemos ir a nuestra casa, a ser felices los cinco.
—No somos cinco —dije poniendo mi mano en mi vientre.
—¿Estás embarazada? —preguntó asombrado.
—Son trillizos —informé sonriendo y Fabián me vio con los ojos y boca grandemente abiertos.
—¿Es en serio? —preguntó expectante, y mordiendo mis labios asentí—. Un embarazo más y nuestro sueño de nueve hijos se hará realidad —dijo más que feliz y feliz sonreí.
Mi vida era mucho mejor de lo que había soñado jamás.
—FIN—