Redención

Prólogo Invocación

PRÓLOGO

Invocación.

AMY

El cielo brillaba con la fuerza de mil fuegos, cubriéndolo todo de un resplandor rojizo, no había nadie a nuestro alrededor, nadie salvo nosotros. Ignoré los gritos de súplica de la mujer a mis pies, era el momento de abrir las puertas para siempre. Por fin los sellos habían sido rotos, los designios eran claros, más claros que nunca, el final estaba aquí; era la hora del Apocalipsis, del juicio final.

-Esparce la sangre sobre la tierra – Ordené a Azahel.

-¡No! – Gritó la mujer a mis pies, mientras intentaba en vano, soltarse de su agarre - ¡Se los ruego, por favor, no!

Sus gritos y su llanto solo lograban producirme aun más placer. Escucharla suplicar por una vida que no valía la pena, por una existencia que acabaría de todos modos en unas pocas horas, me producía una satisfacción incomparable. Reí mientras le atestaba una patada en uno de sus costados. La criatura chilló de dolor, mientras las lágrimas seguían cayendo imparables. La observé retorcerse agonizante durante unos segundos.

-¿Qué si te dijese que hay una forma de que te salves? – Inquirí viéndola directo a los ojos, observando cómo la esperanza se dibujaba en ellos.

-Por favor... Lo que sea – Dijo poniéndose de rodillas.

-Dame la daga – Pedí a Azahel.

-Amy, no hay tiempo.

Tomé la daga de su mano ignorando su comentario.

-Corta tu cuello – Dije dirigiéndome a la mujer nuevamente – Hazlo de forma que la sangre mane de él, pero no lo suficientemente profundo para matarte, y entonces, te dejaré ir.

El pánico se dibujó en el rostro de la mujer. Las lágrimas caían ahora más copiosamente.

-Por favor – Suplicó tratando de tocarme.

-Hazlo. Es tu única salvación.

-No puedo...

-Es tu única opción – Insistí, con la mirada aun fija en ella.

La mujer tembló por un minuto, su diminuto cuerpo retorciéndose con grandes espasmos, todavía suplicando, alargó la mano temblorosa y deposité la daga en ella. La sostuvo indecisa, asustada, más no se atrevió a utilizarla contra mí, me habría gustado verla intentándolo; en cambio la acercó hasta su garganta, vaciló varias veces, pero al final, con el pulso aun discordante, la llevó hasta la piel de su garganta y la clavó lentamente, mientras gritaba de dolor.

Observé embelesada cómo la sangre manaba de la herida, cómo la mujer se retorcía mientras su propia mano laceraba su piel. La herida me excitaba, deseaba seguir viéndola, quería verle los ojos cuando la vida se fuera de ellos.

-Por favor... - Rogó deteniéndose y soltando, vencida, finalmente la daga – Ten piedad.

Me acerqué a ella lentamente sin apartar los ojos de la sangre escarlata. Pasé mi dedo por la herida y la mujer alzó la vista clavándola en la mía.

-Por favor...

-No es suficiente – Dije.

Tomé el cuchillo rápidamente del suelo, corté la tierra a mis pies preparando la ofrenda. El metal brilló decisivo bajo la luz de la luna, lo apreté en mi puño mientras sonreía. Alcé su rostro hacia mí, la mujer me contempló con desesperación, podía ver la esperanza esfumarse de su semblante mientras me observaba.

-Lo siento – Dije, tratando de sonar sincera – Mmmm... bueno, la verdad, es que no – Repliqué con una media sonrisa divertida.

Alcé la daga nuevamente y arremetí con fuerza contra su garganta cortando la piel. Sentí cómo se desprendieron las arterias y venas mientras lo hacía. Las últimas palabras de la mujer quedaron ahogadas por la sangre que ahora la inundaba, manando imparable de la herida. La miré a los ojos observando cómo el brillo en ellos se iba apagando lentamente, luego solté su rostro y el cuerpo cayó al suelo con un golpe sordo. El líquido escarlata se mezcló con la tierra bajo nuestros pies, creando un imparable hilo de sangre, que formó un círculo perfecto frente a nosotros.

-Es hora – Dijo Azahel a mi derecha.




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