Kurai Taiyo
La diosa Enio la mayoría de las veces tenía planes brillantes y que daban buenos resultados.
Este era uno de ellos.
Habíamos custodiado que los caballeros y Athena pasaran sin contratiempos hasta Guidecca. Nadie iba a atacarlos o impedirles el paso porque, al final de su camino, iban a encontrarse con la verdadera bestia.
La diosa Melínoe estaba esperándolos en los Campos Elíseos sin siquiera saberlo.
Los caballeros dorados permanecieron en la octava prisión, mientras que Athena y Niké viajaron solas por el agujero dimensional. Sin embargo, si había algo que les concedía era el que fueran guerreras y pudieran defenderse por su cuenta.
Era una lastima que, esta vez, no iba a poder ser así.
Comencé a observar desde las sombras a los caballeros que habían venido con ellas y lo angustiados, preocupados y furiosos que se encontraban.
El caballero de Géminis menor mantenía el rostro inexpresivo.
El caballero de Cáncer soltaba bromas que al caballero de Piscis no le hacían gracia.
Pero si hubo algo que me llamó la atención fue la manera en la que el caballero de Leo y el de Sagitario planeaban una estrategia por si algo salía mal. Parecían llevarse más que bien.
Y, allí observándolos, me di cuenta del parecido de los ojos azules de Sagitario con unos que conocía a la perfección, entonces una sensación extraña recorrió mi cuerpo cuando me di cuenta de aquello y como Athena y Niké regresaban con ellos sin ningún rasguño.
Porque la diosa Melínoe tampoco se encontraba en los Campos Elíseos.
🌠🌠🌠
Athena
Estaba enojada, furiosa conmigo misma por no haber podido prever esta situación.
Sabía que ellas tenían un plan. Y que ese era atacar al Santuario, es por eso que no pude siquiera concebir la idea de que pudieran haberse escapado.
Y, llegados a este punto, sería difícil dar con ellas.
Podrían estar en cualquier lugar.
En los Campos Elíseos no había nadie.
Así que podían haberse refugiado en alguno de los siete mares o, en el peor de los casos, en el Olimpo.
—¿Cómo es que sabían que iríamos a buscarlas? —Mascullé observando, a través de un ventanal, lo inmenso que lucía el Santuario—. Alguien debió de haberlas alertado.
—¿Ahora crees que hay un traidor entre nosotros? —Preguntó Niké con estupefacción.
Me alejé del ventanal, volteándome para observarla.
Su cabello era de un color rosa particular. Y sus ojos…
Ellos eran una mezcla de rosa y café bastante inusual de ver.
—Realmente no quisiera—Murmuré con gelidez, observando a Delfos del lado contrario a Niké y ocasionando que esta última también lo hiciera.
—Yo soy quien te brinda información del futuro—Masculló la pelirroja—. No puede ser que creas que voy a traicionar al Santuario. ¡Por todos los Dioses! —Exclamó con rabia e incredulidad a partes iguales— ¿En que mierda se ha convertido todo?
—En un juego—Respondió Niké—. Uno en el que solo sobrevivirá el más fuerte y, nosotras—Acotó, señalándonos una a una—, debemos de serlo. Basta de discusiones y desconfiar hasta de nuestra sombra. Unámonos y derroquémoslas, cabeza por cabeza, hasta que todas caigan.
Miré a Delfos antes de regalarle un asentimiento y que ella hiciera lo mismo, después, ambas miramos a Niké, dispuestas a unirnos para hacerlas caer.
—¿Quién será la primera? —Preguntó Delfos.
Niké y yo compartimos una mirada, sabiendo la respuesta de antemano.
—Cimopolia.
Pero primero teníamos que arreglar el desastre que Enio había propiciado y, para ello, iba a necesitar la ayuda de los dorados.
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Editado: 10.08.2024