Melek
Rodé los ojos.
—¿En serio le creíste a ese simple caballero, Maca? —Mascullé, arrugando mi nariz en un gesto de desagrado—. ¿Al caballero que está en un bando contrario al tuyo?
Ella no me respondió con un sí o un no, sin embargo, sabía cuál de esas fue su respuesta cuando dijo:
—Si fuera una trampa ya hubiesen venido por nosotras—Mencionó—. Sabe quién soy, Enio, y también quién eres tú y quién es Cimopolia. Y todavía no ha sucedido nada.
Elevé una ceja al mismo tiempo que una sonrisa burlona surcaba mis labios.
—Aún, Maca. Aún.
Ella negó, mirando como su retoño dormía plácidamente en la cama, tan ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor.
—Si estamos seguras de una cosa es de que algo sucedió hace tres años, Enio. Ese algo nos borró los recuerdos y por ese algo nosotras terminamos en los Campos Elíseos nuevamente. Milo lo recuerda, o al menos gran parte de ello—Dijo con tanta rapidez, que fue un poco tedioso seguirle el ritmo, no obstante, pareció percatarse de algo y entreabrió los labios, con sus ojos azules mirándome a mí y ya no a su hijo—: Espera un momento, ¿tú recuerdas como aparecimos en los Elíseos?
Bufé.
—Tú te estabas muriendo, Maca, Lesath te estaba matando por dentro—Recordé—. Aparecimos de pronto allá porque solo necesitábamos de alguien que nos pudiera ayudar. Y el único era…
—¿Mi padre?
Asentí.
Ella parecía cada vez más firme con sus preguntas.
—¿A qué viene todo esto? —Cuestioné.
—¿Estábamos empapadas?
Y, justo cuando iba a responder que sí, caí en cuenta del punto al que ella quería llegar.
—Fue Leto—Aseguré, sintiendo una repentina impotencia que no podía explicar—. Ella cayó en forma de lluvia y así borró nuestros recuerdos.
Macaria asintió.
—Y, te puedo asegurar, que fue gracias a nuestros padres. Que lo hizo porque ellos estaban tramando algo que nos requería allí, con ellos.
Comencé a reír, descojonándome como nunca me había sucedido.
—El enemigo no es Athena, Maca—Afirmé—. Son ellos, siempre lo fueron.
Tuve mis sospechas desde el inicio, pero me quise hacer creer que era otra persona quien estaba detrás de todo esto.
Al parecer estuve equivocada.
—Tengo que decirle a Milo—Fue lo que me respondió—. No tengo dudas de que él es el padre de Lesath y de que lo va a proteger de todos si algo sale mal.
Solté una risa, esta vez, la situación sí me divertía un poco.
—A Milo—Repetí con burla—. ¿Me perdí de algo?
Ella sonrió ligeramente, podía notar como se sentía en confianza al respecto, aunque negaba con la cabeza.
—Antes mi corazón solo latía por mi hijo, Mel—Me confesó y sentí un extraño cosquilleo con el diminutivo que utilizó—. No sentía por nadie más que él y ahora ha empezado a latir por su papá también. Sé que no va a durar, pero me gusta esa sensación.
Fue mi turno de sonreír.
—Pues si eso es lo que quieres, Maca, ve por él y que pase tiempo con su retoño—Sinceré—. Yo, mientras tanto, iré a buscar a Cimo para decirle que los planes han cambiado.
Su gran agradecimiento fue un leve asentimiento de cabeza antes de que fuera a despertar a Lesath y saliera de la cabaña en una dirección contraria a la que había partido yo.
🌠🌠🌠
La verdad es que no sabía dónde se encontraba Cimo y tampoco podía buscarla a través de la conexión que compartíamos pues, hacía tan solo unos segundos, le había sonreído lo más hipócritamente posible a Delfos cuando pasó por mi lado acompañada por el caballero de Géminis.
No sabía que estaba tramando o si, en verdad, solo el hombre de Maca recordaba y ella no. Pero no debía confiarme de nada ni de nadie.
—¿Buscaba algo, señorita?
Cuando escuché la voz ronca de quien me habló, casi doy un respingo de la sorpresa, sin embargo, no demostré que me había afectado y solo volteé a mirarle, enseñando la sonrisa más inocente que podía poner en esos momentos.
—La verdad es que sí—Respondí—. Buscaba a mi hermana, señor caballero.
Quise reírme, de verdad que sí. Había sonado tan tonta, a mi parecer, que ni yo misma creía que fuera la misma diosa que destruyó esta aldea.
—¿A su hermana? —Preguntó él, observándome con incredulidad en las esmeraldas que tenía por ojos.
Me estremecí.
—Sí, pero ya puede ella volver sola a casa, es mayorcita.
Incoherencias. Estaba diciendo muchas de ellas.
¿Qué me estaba pasando?
¿Por qué, de pronto, no podía pensar correctamente?
¿Por qué una sensación extraña se había instalado en la boca de mi estómago y quería sonreír cada cinco segundos?
—Ya veo—Murmuró con confusión—. Soy Aioria, caballero dorado de Leo, por cierto.
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Editado: 10.08.2024