Redimidos [saint Seiya]

Capítulo 19 | Estrella

Macaria

—¿A dónde vamos, mami? —Preguntó Lesath—. ¿Vamos a regresar a casa?

Quise reír tan solo pensar que los Elíseos nunca fue una casa para mi niño, pero no lo hice puesto que eso solo implicaba responder preguntas que no quería con respuestas tontas.

—No, cielo—Le respondí, mi tono sonó tajante, aunque mi sonrisa hacia él fuera genuina—. Vamos a conocer a alguien que también—Esperaba—te protegerá de todo y todos.

—¿Por qué no lo puedes seguir haciendo tú?

Sus ojos, azul como el zafiro, de verdad eran idénticos a los de Milo y ahora me miraban como si estuviesen a punto de cristalizarse.

Lo que menos necesitaba era que llorara o se inquietara. No sabía como iba a reaccionar y lo peligroso que sería para él.

—Voy a seguir haciéndolo, cielo—Aseguré con una mentira—. Pero es necesario que tengas siempre un plan B para todo.

—¿Qué hay de la tía Enio y Cimo? —Cuestionó, uniendo el entrecejo mientras nos adentrábamos por un extraño sendero que nos guiaba a las afueras del santuario, donde había una inmensa roca al filo del vacío—. ¿Ya no las volveremos a ver?

No supe que responder a eso y, gracias a todos los malditos dioses, Milo—Quien estaba a nuestras espaldas— lo hizo por mí:

—¿Por qué no volverías a ver a las personas que te quieren? —Sus ojos encontraron los míos y gesticulé el nombre Lesath, porque, claramente, ni siquiera sabía como se llamaba su hijo—. Claro que lo harás, Lesath—Repitió con una amplia sonrisa—. Te prometo que lo harás.

Era una promesa vacía, sin valor alguno, porque no tenía la certeza de poder cumplirlo, pero, en ese momento, nuestro niño le creyó que sí y sonrió.

—¿De verdad?

Milo asintió, alternando sus ojos entre los míos y los de Lesath. Eso hizo que mi corazón bombeara aún más rápido.

—Él es la persona que quería que conocieras, cielo—Confesé, agachándome a su altura mientras le sonreía—. A tu papá. A partir de hoy él también cuidará de ti.

«Cuando yo ya no esté con ustedes.» Quise terminar de decir, pero no lo hice; mucho menos cuando Milo y Lesath habían congeniado tan bien y jugaban a unos metros de mí, con sonrisas adornando sus rostros.

Sonrisas genuinas. No como la que yo tenía justo ahora.

—¿Estás bien, Grett? —Escuché decir a Milo cuando se acercó a mí, con la respiración agitada—. ¿Por qué no vienes a jugar con nosotros?

Negué.

—Así estoy bien, gracias.

Milo no preguntó más, no obstante, permaneció a mi lado y, aunque fue de reojo, estoy segura de que lo vi sonreír antes de que dijera:

—Gracias.

Elevé una ceja.

—¿De qué? —Cuestioné—. No he hecho nada por ti.

Él negó.

—Me diste una estrella del cielo, Grett—Musitó—. Eso es hacer mucho.

Sonreí porque sabía que se refería a Lesath. A una de las estrellas de la constelación de Escorpio.

A nuestra estrella, que hablaba con una flor justo frente a nosotros, como si esta le fuera a responder.

—Tienes que prometerme que lo vas a cuidar en todo momento—Murmuré con mis ojos fijos en mi hijo—. No puedes permitir que algo le pase.

—Eso lo sé, Grett—Respondió, tocando mi hombro—. Primero tendrán que matarme.

Negué.

—Hablo enserio, Milo.

—Yo también, princesa.

Algo se removió en mí y la sensación satisfactoria de la que le hablé a Enio se hizo presente. Comenzaba a adorarla tanto, que era una pena que la dejaría de sentir tan pronto.

Elevé una de mis comisuras.

—Grett—Llamó él.

—Dime.

—Te extrañé.

Entonces lo vi acercarse, despacio, sin prisa alguna, antes de que uniera sus labios a los míos. Y antes de que el cosmo de Lesath disparara una onda dorada a más de 10 km cuadrados.

Antes de que una explosión surgiera.

Antes de que viera como se lo llevaban sin que Milo y yo pudiéramos hacer algo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.