Aurora miró a Connor con una mezcla de sorpresa y desconcierto. Las palabras que acababa de escuchar no terminaban de asentarse en su mente.
“¿Quién es Benjamín?” esa pregunta jamás pensó escucharlo de su boca.
Aurora comenzó a temblar. Ese extenso silencio que cubría sus verdaderos sentimientos era su única defensa contra la dureza de la verdad.
—Es mi hijo —respondió ella tras un largo silencio, sintiendo como cada palabra pesaba una tonelada en su corazón. Al menos en eso no tendría por qué mentir.
Un destello de celos iluminó el rostro de Connor. —¿Te casaste? —fue la pregunta que siguió.
Aurora sintió que se desgarraba por dentro, deseando gritar la verdad que tanto la atormentaba, que Benjamín era su hijo. Pero se impuso silencio una vez más, protegiendo su secreto con uñas y dientes. Él no sabría que Benjamín era su hijo.
—No tengo por qué hablar de mi vida privada —sentenció, dando la vuelta para alejarse de ahí, pero Connor la alcanzó rápidamente, tomándola del brazo y atrayéndola hacia su cuerpo.
—¿Me olvidaste, Aurora? ¿Dejaste de amarme?
El contacto era una mezcla de dolor y placer, una tortura que ambos parecían no poder evitar. Aurora intentó controlarse, pero sus ojos delataron el remolino de sentimientos que experimentaba. Y las ganas que tenia Connor por devorar sus labios, eran mas fuertes que él.
—¿Qué pretendes, Connor? —susurró ella, desviando la mirada para evitar el escrutinio de sus ojos azules. —¿Qué porque te apareces después de tantos años nuevamente en mi vida, tienes derecho a preguntarme cosas para tu beneficio personal? ¿no te fue suficiente el haberte burlado de mi cuando yo era una estúpida niña ingenua que se enamoró de ti? Pues no, la respuesta que buscas es no, ya no te amo. Hace seis años lo hice, confié en ti, creí en tus palabras, en tus actos vacíos. Ya no soy la misma estúpida, si es lo que piensas.
Aurora recordaba con claridad el dolor de aquellos años, lo injusto de la situación y cómo había tenido que reconstruir su vida desde las cenizas. Pero ahora, frente a ella estaba el hombre que había amado, el padre de su hijo, una conexión imposible de deshacer, aunque sentía el dolor oprimir su pecho, nunca pudo odiarlo.
—Seis años —continuó él. —Seis años y ni una sola palabra. Te fuiste, te busqué, Intenté encontrarte, pero nunca supe a dónde fuiste. Fui a buscarte hasta tu casa. Tu madre nunca me dio explicaciones de ti, simplemente me dijo que te fuiste a estudiar a otro país. ¿Crees que yo no quise arreglar las cosas, Aurora? Estuve dos meses en cama, con un maldito yeso, esperando todos los jodidos días que aparecieras para hablar.
Aurora temblaba, las lagrimas se amontonaron en sus ojos y fue difícil contenerla.
—Mírame, mira esta maldita muleta que uso —Aurora no pudo evitar sentir una opresión en su pecho al ver que efectivamente el traía una especie de muleta.
—Soy un maldito cojo, debo usar esto si quiero andar más rápido o si no parezco un anciano que apenas puede moverse. Me llevó meses sin querer salir de mi habitación, todo hubiera sido más fácil si tú, la niña que amaba no se hubiera de mi lado.
Aurora sintió tanto dolor, se alejó de él. —No quieras culparme de tu desgracia, no fue mi culpa lo que te pasó. Y si no hubieras sido un imbécil, yo no me hubiera alejado. No vengas ahora a reclamarme algo que no es mi culpa, mucho menos hacerte la víctima, Connor, porque la única victima de ti y de tus amigos fui yo, la burla, el hazme reír de ustedes.
Connor sacudió su cabeza. —Al menos me hubieras dejado explicarte, si…
—No, basta Connor, ahora somos adultos, cada uno continuo su vida, yo tengo la mía y supongo que tu tienes la tuya, que ahora yo trabaje para ti, no cambia nada.
Ella sabía que cualquiera que fuera la excusa que diera, nunca sería suficiente para explicar su desaparición repentina ni la razón por la cual mantuvo la existencia de Benjamín en secreto. Aún así, debía proteger a su hijo sobre todas las cosas.
—Mi vida… —declaró Connor con una sonrisa cargada de dolor.
—Si, tu vida siguió —dijo Aurora con una amargura, imaginando que él tenía novia, esposa, algo. —Yo ya no tengo lugar en ella, ni tu en la mía.
Connor la miró intensamente. —Siempre habrá lugar para ti —declaró él con sinceridad. La pasión en sus palabras hizo que el espacio entre ellos pareciera desaparecer y Aurora sintiera el latido furioso de su corazón.
El silencio que se cernió sobre ellos fue denso y doloroso, lleno de todo lo que ambos deseaban decir, pero no podían. Finalmente, Connor soltó un suspiro pesado.
Aurora sentía el peso de su historia sobre sus hombros. No quería herirle más con palabras, ella no era así, no era capaz de ser cruel con ninguna persona, pero también sabía que algunos secretos no podían seguir ocultos por mucho tiempo.
—Intentaré hacer que esto funcione, me mantendré al margen, tienes razón, tu tienes tu vida y yo la mía —declaró Connor con dolor.
Él avanzó lentamente hacia la puerta, comprendiéndola a pesar de la confusión que sentía. Sin más, Aurora lo miró sintiendo miles de emociones juntas.
—Será lo mejor —respondió y cuando Connor salió ella se desplomó en su silla, cubriéndose el rostro con las manos mientras rompía en llanto.
Al llegar a casa, sintió el peso de una jornada emocionalmente agotadora. A lo lejos escuchó la risa traviesa de Benjamín mientras jugaba con su abuela en el jardín. Su pequeño mundo, su razón de ser, la única constante en su vida. El único que calmaba sus emociones negativas y le devolvía la sonrisa.
La madre de Aurora quien ya llevaba unas semanas en México al tomarse unas vacaciones en su trabajo, apareció de la cocina y su sonrisa se le borró al ver el rostro preocupado de su hija.
—Aurora, ¿Qué ocurre? —preguntó Ariella acercándose a su hija.
—Necesito decirte algo, mamá —dijo Aurora en voz baja mientras se reunía con su madre en la sala. Ella la miró con ojos llenos de comprensión.