Mi celular suena justo cuando entro en la firma, respondo sin mirar el identificador y enseguida me arrepiento de haberlo hecho. Podría colgar y listo, lástima que aún me quedan modales, incluso con gente indeseable.
—¿Cómo estás, Tom?
—Estaba bien hasta que escuché tu voz, Catrina. —tengo modales, pero no quiere decir que deba ser amable e hipócrita.
—Puedes decirme madre. Catrina es muy impersonal.
—Una madre no solo da la vida a sus hijos y dinero. Dime que quieres. Dudo mucho que me hayas llamado para saber como estoy y estoy por comenzar mi día laboral. ¿Guillermo te pidió que me llamaras?
—No, tu padre quedó muy desilusionado de ti después que te fuiste de Londres.
—Que pena me da. —exclamo irónicamente.
Ben aparece avisándome de una clienta esperando por mí en la recepción, hago el teléfono a un lado y le pido café y que la clienta espere unos minutos mientras me acomodo en la oficina.
Me gusta el té, mas no soy fanático y desde que llegué a Nueva York me he hecho adicto al café. La gente bebe más café que agua y es un hábito rápido de agarrar.
Tomo asiento en mi escritorio y cambio el teléfono de oreja.
—Voy a pasar ese sarcasmo por alto. Te llamo porque ayer almorcé con tu prometida y está muy dolida.
—Ex prometida. Terminé con ella antes de mudarme a Nueva York.
—Una idea estúpida. Brenda es la mujer ideal para ti. Hermosa, inteligente, con clase; la perfecta anfitriona. Sus padres tienen una de las empresas de barco más grande de Europa.
—Muy inteligente no es, si vamos a hablar con la verdad, si lo pasé por alto fue por otras cualidades. Si algo aprendí en los últimos meses estando con ella es que no es alguien real, vive de apariencias para complacer a todos y es difícil saber cual es la verdadera Brenda. Y es fácil hablar de responsabilidad cuando anda por la vida con tarjeta de crédito de su padre y no ha trabajado un solo día en su vida.
—Te vas a arrepentir de perderla.
—De lo que me arrepiento es de mi ceguera de años y la pérdida de tiempo con ella. Catrina, sal del mundo de fantasía en el que Guillermo te ha envuelto y verás que hay mucho más en la vida que las apariencias.
—El que vive en un mundo de fantasía eres tú, Tom.
Ben entra con mi café, lo deja sobre mi escritorio y me pregunta casi en lengua de señas por la clienta que espera en recepción, quien parece algo ansiosa. Aparto el teléfono y le digo que la haga pasar.
En eso visualizo a Molly llegando, quien se detiene a hablar con Ben, lo hace en confianza y sé que son amigos de trabajo, pero algo similar a los celos se apodera de mí cuando ella saca una dona de una caja rosa y se la deja en el escritorio a mi asistente.
»Si eso crees.
—Tom, ¿en serio quieres arruinar las cosas con Brenda? No hay mujer más perfecta que ella. Que no sea inteligente es un punto sin importancia. Lo que importa es que esté a tu lado, te apoye sin discutir y te haga lucir bien. No te tienes que preocupar porque ande detrás de tu dinero, ella tiene el suyo.
Pongo los ojos en blanco.
—Más bien el de su padre—suspiro—. Si quisiera un adorno, compraría en la tienda uno que me gustara. Lo creas o no, hay mujeres perfectas que son inteligentes y no quiero a alguien que me dé la razón como a un idiota. Quiero a una mujer real que me desafíe, me apoye y me haga mejor persona y profesional. Alguien como Molly, pienso.
Molly voltea hacia mí. Levanta la caja y hace una seña rara. Entiendo que está invitándome de sus donas y aunque evito comer azúcar, afirmo con la cabeza y ella entra.
—Tom…
—Ya déjalo, Catrina, no cambiaré de opinión. Sigue siendo el adorno de mi padre, o el títere lo que quieras, y a mí déjame en paz, los dos.
Termino la llamada y suelto un suspiro de frustración.
—Asumo que era tu madre reclamándote por haberte mudado de Londres. —exclama colocando la dona con una servilleta sobre mi escritorio, tal como hizo con Ben.
Me siento un idiota por sentir celos de mi asistente.
Molly no es como las mujeres que conocí. Ella no le da una dona a alguien con la intención de coquetear o llamar la atención, lo hace por ser amable.
—Sí. Bastante intensa.
No le digo nada sobre mi ex prometida a Molly para evitar dar más explicaciones. Sabe lo que le conté y por el momento es todo lo que necesita. No la quiero envuelta en mi vida de prisionero en Londres.
—Come la dona, ayuda a levantar el ánimo.
—¿Trajiste donas para todos?
Niega con la cabeza.
—No, para Chloe que nunca tiene tiempo de desayunar y ama las donas, para Ben que ama las donas y siempre me ayuda, y tu tío suele robarme alguna cuando anda por la oficina. Y si te portas bien, puede que te agregue a la lista.
Le doy un mordisco a la dona y saboreo el glaseado.
Había dejado el azúcar, pero no tiene sentido porque estoy sano. No hace daño comer de vez en cuando como ahora.