Dejó que su sangre goteara sobre el marco del espejo mientras lanzaba el cuchillo hacia un lado.
—La quiero muerta. Gertrudis debe morir.
Vio como el espejo absorbía la sangre y esperó.
Dos horas después, los gritos resonaron por los pasillos.
Con la cabeza alta salió de su habitación y caminó hacia donde sonaban los gritos.
No tenía prisa. Sabía lo que iba a encontrar.
Gertrudis estaba muerta. El espejo que colgaba en el techo sobre su cama cayó sobre ella, partiendo su cuerpo por la mitad.
Sally no pudo evitar preguntarse si ambas víctimas habían visto a la sombra antes de morir. No es que fuera importante, de todas formas.
A lo largo del mes siguiente, cada vez que alguien la humillaba de un modo u otro, recurría al espejo para acabar con esa persona.
Y no solo morían a causa de cristales rotos. Cualquier cosa que pudiera usarse para reflejar, servía. Y el agua era una de ellas. Y hubo muchas muertes por ahogamiento.
Con el castillo bastante más vacío, empezó a moverse más libremente por él, pues los rumores de que había una maldición rondando por el lugar se extendieron como la pólvora.
Con una sonrisa, se paseó por el castillo como si estuviese al mando.
No se habían celebrado más bailes y el heredero al trono ni siquiera había hecho acto de presencia.
Pensó que finalmente estaba a salvo, cuando una mañana fue llamada a la sala del trono, y entonces es cuando realmente empezaron los problemas, puesto que el nuevo Rey la estaba esperando.
Phillip no se parecía en nada a Charlotte. Pese a que no eran familia directa, había crecido a su cuidado hasta que alcanzó la mayoría de edad y entonces lo envío al extranjero.
La muerte de la reina había llegado a sus oídos casi una semana más tarde del suceso, no obstante, algunas obligaciones le mantuvieron lejos sin permitirle tomar por completo el mando.
Donde la reina había sido fría, mezquina y una pésima persona, Phillip era atento, amable y por encima de todas las cosas, valoraba el esfuerzo y la dedicación.
No fue difícil caer inmediatamente a sus pies. Siendo aun una joven influenciable y sin haber conocido nunca la amabilidad, Phillip no solo se ganó la lealtad de Sally, sino también su corazón.
Poco a poco, y con el paso de su tiempo juntos, pues ella fue de inmediato ascendida a ser dama de compañía de su hermana pequeña, Juliette, el corazón de Phillip empezó también a sentirse atraído por Sally.
Una noche, después de que Juliette se acostara, mientras caminaba a la que aún seguía siendo su habitación, pese a las veces que el rey había insistido en cambiarla a otra más acorde a su nuevo rol, este la interceptó.
—¿Cuando vas a permitirme cortejarte, Sally?
—No podemos. Tu debes contraer matrimonio con alguien de tu mismo nivel económico. Yo no soy más que una simple dama de compañía.
Aprovechando la oscuridad del pasillo, Phillip los condujo hacia un rincón, ocultándose de miradas indiscretas.
—Eres mucho más que eso, mi hermosa niña. ¿No ves como te miro? Cada vez que entras en una sala soy incapaz de apartar la mirada de ti. Te sigo con mis ojos esperando que me concedas el honor de dirigir los tuyos hacia mí. Respiro solo cuando te tengo cerca. Anhelo con cada latido de mi corazón pasar mis dedos por esa hermosa cabellera tuya. Deshacer ese peinado tan serio que llevas y verlo completamente extendido sobre mi almohada.
Presa por completo de una lujuria que nunca esperó conocer, permitió que Phillip arrebatase una a una las horquillas que mantenían su cabello recogido.
Este, embelesado con cada mechón que caía sobre los hombros de ella, sucumbió a lo que su cuerpo le pedía y probó finalmente los labios de su amada.
No importaban las leyes. El era el Rey y podía casarse con quien él eligiera. Nadie impediría que ella reinase a su lado.
Como tutor legar de Juliette, quería que esta contase con una influencia femenina con la que se sintiera cómoda, y de todas las damas de compañía que había tenido a lo largo de su corta edad, Sally era la única con la que parecía llevarse bien.
—Te amo, mi dulce niña.
Y ella amaba cuando él la llamaba de ese modo. Le recordaba tanto a su madre, que en esas ocasiones la sentía más cerca.
Casi una hora después, y con los labios hinchados por los besos, Sally finalmente llegó a su dormitorio.
Por primera vez en años, era realmente feliz.
Miró hacia el espejo y decidió que ya era hora de deshacerse de él.
Recogió la sábana con la que había estado cubierto cuando lo vio la primera vez para cubrirlo de nuevo, cuando vio que en la base había una inscripción que no había visto antes.
Sumo locum tuum tu mea.
Ego clausum est pro omni aeternitate.
Nisi qui legit hoc potest libera me.*
Un destello de luz la cegó, y de pronto estaba mirando su habitación desde otro ángulo y frente a ella, el demonio que había estado encerrado en el espejo, le sonreía.
—Tu sangre me despertó y ahora me has liberado.
Asustada, golpeó frente a ella con los puños, pero nada ocurrió.
—¿Sabes? Ha sido divertido, pero más lo será tomar tu lugar.
Paralizada, vio como el demonio tomaba la forma de su cuerpo y rostro.
—Y para asegurarme de que no vas a ningún lado...
La sonrisa del demonio le causó escalofríos.
Demasiado tarde se dio cuenta de sus intenciones.
Con ambas manos, empujó el espejo contra el suelo, rompiendo el cristal en pequeños pedazos.
Sally estaba atrapada y ahora nadie podría liberarla.
FIN
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*Tomo tu lugar,
tomas el mío.
Encerrada estaré
por toda la eternidad.
Solo quien lea esto
podrá liberarme.