Día tras día, Gabriel acudía al lago con la esperanza de encontrarse con Luna, pero ella no aparecía. En el fondo de su corazón, sentía miedo de no volverla a ver, temía que algo hubiera cambiado entre ellos y que aquellos encuentros especiales se hubieran desvanecido.
Una tarde, mientras el sol se ocultaba en el horizonte, Gabriel divisó a Luna en la distancia. Su semblante triste y melancólico lo llenó de inquietud, pero también de una alegría abrumadora al verla nuevamente. Se acercó lo más rápido que pudo, pero al notar la tristeza en sus ojos, se detuvo, temiendo que su presencia pudiera empeorar las cosas.
-Siento haberte hecho esperar-, dijo Luna con voz suave, mientras Gabriel se sentaba junto a ella.
El poeta guardó silencio, comprendiendo que el momento no era propicio para la alegría que sentía al verla. Parecía que el silencio era el mejor compañero en ese instante, permitiendo que las emociones fluyeran sin necesidad de palabras.
Luna comenzó a hablar, expresando sus sentimientos con sinceridad. -Nunca he tenido sueños propios, Gabriel. Siempre me he sentido atada a este lugar y a las expectativas de mi familia-.
El corazón de Gabriel se apretó ante las palabras de Luna. Quería decirle que podía perseguir sus sueños, que merecía ser libre y feliz, pero no sabía cómo expresarlo sin invadir su espacio.
-Anhelo encontrar algo que me inspire como tus poemas lo hacen, Gabriel-, continuó Luna con un tono de tristeza. -Pero parece que nunca podré tener esa libertad-.
Las palabras de Luna resonaron en el corazón del poeta, quien deseaba poder ofrecerle aquello que tanto anhelaba. Pero antes de que pudiera decir algo, ella anunció su decisión.
-No volveré al lago, Gabriel. Debo alejarme de todo esto-, dijo Luna con un nudo en la garganta.
Gabriel se sintió abrumado por la noticia, pero decidió respetar su decisión. Con tristeza en sus ojos, le pidió una última cosa.
-Permíteme recitar un verso para ti como despedida-, solicitó Gabriel con voz apenada.
Luna asintió, dejando que él expresara sus sentimientos a través de las palabras que tanto amaba.
“Bajo el cielo dorado que se despide,
te encontré en un rincón sagrado y perdido.
Nuestros caminos se cruzaron sin aviso,
y en tu mirada encontré un tesoro escondido.
Luna, musa de mis sueños y de mi corazón,
te llevaré en mis versos, como estrella en la noche.
Aunque partas en busca de un nuevo horizonte,
mi alma te guarda como un recuerdo preciado y eterno”.
Ambos se miraron con profunda tristeza, incapaces de decir una palabra más. La emoción los embargaba, pero sabían que aquel era el momento de separarse, al menos por un tiempo.
Ese día, Luna había rogado a sus padres que la dejaran ir al lago, pero su intención no era aclarar las cosas con Gabriel. Lo que realmente ansiaba era verlo una última vez antes de que los planes de boda se adelantaran, y su libertad se viera limitada. Se sentía culpable por el dolor que ello causaba, pero el amor por las palabras y la poesía de Gabriel era algo que no podía evitar amar.
Con la mirada perdida en el lago, Luna se despidió de aquel lugar que tanto significaba para ella. Sabía que aquellos encuentros especiales y la presencia de Gabriel quedarían grabados en su corazón, como una promesa de un amor silencioso pero eterno.