Reflet

0.18

El reflejo puede ocultar lo que tú mismo, deseas demostrar.

Dioses, eran como unos malditos dioses. Antiguamente adorados por su singularidad, poder y belleza. Ahora, adorados a su modo, porque la atención que tenían les era jodidamente grata.

El tiempo cambia pero seguían deslumbrando. Eran luz entre las tinieblas que ellos mismo creaban.

Me detuve a observar los diversos dibujos en tinta, carboncillo y lápiz que estaban trazados en el libro. Supuse que era lo único que podía interpretar, por el hecho de que todas las letras que estaban en los bordes solo eran jeroglíficos más complicados que las matemáticas para mí.

Se lograban ver los dibujos de seres que, según las características a primera vista, absorbían; un humo oscuro poseyendo cuerpos moribundos que terminaban consumidos, hasta lo más profundo de sus seres. Había dibujos de diversos árboles, piedras preciosas detalladas con precisión en cada punta filosa que destacaba, una clase de orden con nombres, figuras que seguí sin entender y la luna y el sol, unidos.

Aník era parte de eso.

Él me había permitido saber algo más de sí mismo y lo agradecí, entendiendo que hbía entrado en ese mundo al verme rodeada de aquellos seres que desde un inicio me persiguieron sí que supiese la razón.

Entendí también que ese brillo, ese atractivo especial que él poseía, se debía a su naturaleza, su manera de ser, aquellas características llenas de gentileza y educación permitían que cualquiera se detuviera a observar cada movimiento de él y los suyos. Cualquiera querría saber más de él.

Aquella sonrisa que les brindaba a todos, brillante, sincera, no era más que eso. Una sonrisa casi perfecta. Solo que no era suya, la había arrebatado de alguien más, había suspirado como muchas otras veces, se había alimentado y mostraba el reflejo de a quien había consumido.

Supe en ese momento que la frase “das y recibes” tenía mucho sentido.

Por lo menos para ellos.

Él daba sonrisas, con su carisma, con su educación y ayuda a los demás, porque ese era él. Nunca fue el típico ser extraño y diferente que se ocultaba en la oscuridad con ropas poco llamativas, como un alma en pena misteriosa del bosque, no. Él era el sol candente caminando entre todos, mostrando su luz, brillando entre los demás por su diferencia. Así que, entre las risas que vociferaba, que encantaba a todas, su hipnótica manera de impedir que se viera a otro ser humano a su alrededor, emocionaba a cualquiera, bajaba las bragas, tangas y medias hasta de la directora, de esa manera, tomaba lo que quería. 

Permanecí sentada, tocando con las yemas de mis dedos las páginas amarillentas del libro que descansaba en mi regazo. Así había estado desde que Aník, con su típica actitud, se había acercado más a mí.  

Me observó fijamente a los ojos, llenándome de su color grisáceo tal y como la tormenta que se desataba en su interior y luego…se alejó. Simplemente tomó distancia y me dejó con el libro entre las piernas.

Exhalé profundamente, esperando que hablara de nuevo. Pero no sucedió. Solo se quedó inerte junto a la ventana, con su cabeza reposando en el mural y sus brazos cruzados sobre su pecho.

—Entonces… ¿Cómo es eso?—decidí preguntar—. ¿Cómo es que no puedes sentir?

Ahí fue donde se jodió todo.

Donde parecía que hubiese preguntado si la leche era blanca y el aire nos daba vida.

Me miró mientras su cabeza descansaba en la pared, con los ojos brillantes, salvajes, con una sonrisa agotada pero lo suficientemente encantadora como para dejarte en las nubes sin siquiera haber tocado el cielo. A pesar de que se veía indiferente y con una pizca de frialdad, sus ojos parecían ser tan coloridos como los del sombrerero loco, su sonrisa como la del gato y la curiosidad de Alicia.

Un espécimen que solo yo estaba apreciando y que, lentamente, me estaba matando.

Tragué, sintiendo cómo la saliva pasaba, dejándome de alguna manera vulnerable ante su mirada imponente, fuerte y segura. Él era esa comida que preparaban en los canales de cocina cuando me daba hambre. Frente a mí, con un aroma particular, presentación perfecta y, seguramente, un sabor excepcional e inolvidable.

— ¿Por qué no puedo sentir?—preguntó, dando leves pasos.

Lo seguí con la mirada, viendo aquella sonrisa que crecía en su rostro, sin embargo, no era genuina, no como la de minutos antes, no como la carcajada que había quedado marcada en mi mente. El sonido más placentero y único que no volvería a escuchar.  

Su chispa, lo que él era, relucía entre las tinieblas que lo rodeaban, ansiosas de apresarme, de dejarme caer en sus garras, dispuesta a escucharlo, a tocar y llegar a lo más profundo de su ser. Me tenía frente a él, con las sensaciones revoloteando de un lado a otro, sintiendo que su piel cálida estaba tan cercana.

—Vamos, Eila, piensa. He dado mucho de mí—contestó con un ademán hacia sí—. Consumo, me alimento de sentimientos y emociones… ¿Qué pasaría si yo sintiera eso?

Pasaron unos segundos, sintiendo que aquella abrumadora distancia dejaba al aire preguntas y frases, como susurros que nadie más escucharía aquella noche. La intensidad en sus ojos y su seductora postura solo me impidió pensar correctamente, con tal de alejar las mil dudas que crecían en mi interior.




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