Reflet

0.39

El reflejo que siente, pierde

El reflejo que se pierde, muere

Todo ocurrió demasiado rápido. Junto a los destellos de luz apenas visible y los candelabros brillantes reflejados en el mármol, la recomendación de la noche había sido: no sentir demasiado.

Casi, casi…, imposible.

Tan solo habían transcurrido horas, para cuando el ruido a las afueras de la habitación me despertó. Aník seguía a mi lado, pero luciendo un traje de etiqueta, de bordes y cuello liso, con botones pequeños en los puños que fue organizando junto a la camisa negra que llevaba puesta.

Era la noche, la oscuridad, y la belleza de toda ésta adjunta.

Colisionaba con la tenebrosidad de la habitación presente, pese a que la luna se encontraba en su último fulgor tras las nubes y tinieblas que buscaban ocultarla.

Apenas una pequeña lámpara permaneció encendida mientras abrí mis ojos y me abracé con la sábana tibia. Hacía frío, parecía que el aire nocturno invernal de las afueras empezaba a apoderarse de la mansión de los reflejos, y no era del todo erróneo, porque se avecinaba algo peor que una tormenta.

Divisé con atención la gran habitación en la que me encontraba. Siendo sincera no le había prestado la más mínima atención hasta ese momento, en el que me percaté del escritorio de cristal que reposaba junto a otro cuarto con grandes sofás de colores oscuros que estaban rodeados de grandes y, miles, miles de libros; llegaban desde el piso, hasta el techo en aquel mueble. Llevaba tiempo sin leer un libro, pero era imposible con toda esa situación. Llegaría el momento en el que pudiera disfrutar nuevamente una lectura, entre la calma.

El resto de la habitación se centraba en la cama que, no estaba pegada a la pared, sino que estaba en el centro de todo, rodeada por cuadros oscuros, góticos y vanguardistas. Lateralmente se veía el gran balcón. Las cortinas se removieron ante el viento fantasmal.

El lugar era inmenso, y a eso le seguían los ventanales, el otro cuarto que supuse, era el armario, el baño que ya conocía y otro salón con grandes y coloridas alfombras donde había carpetas selladas y más cofres.

Sabía que no debía abrir más cofres, así que le devolví la mirada.

—El equipaje quedó en la otra habitación, pero te han traído un vestido—empezó a hablar, con su mirada penetrante y conocida seguridad en él, aunque al tiempo esbozó una corta sonrisa—. Esta noche, como fin del año, hay una fiesta. Es conocida y especial para nosotros. Y sé que estás cansada, pero…

Negué enseguida, levantándome.

—No estoy cansada—Los previos nervios de saber a lo que nos íbamos a enfrentar murmuraron en mi interior—. De hecho, después de que me tocaste…—aclaré mi garganta al ver su ceja fruncida—, con la piedra, la verde, me siento con más energía. Estoy bien.

Él dio la vuelta, abrió las cortinas y dejó que la plateada luz de la luna le diese en el rostro, brillante y deslumbrando junto a él. Finalmente, y con su mirada perdida en el horizonte en el que se perdían las montañas cubiertas del blancor del cielo y se juntaba junto a lo desconocido que iba más allá del helado viento que huía entre bostezos, dijo:

—Ese es su trabajo.

Dando unos pasos más llegué a su lado, suspirando una y otra vez, aún con las sensaciones replicando en mi cuerpo. Cada emoción permaneció, mucho más, viéndolo con ese traje.  

— ¿Dices que la piedra sana?

Sus hombros se removieron entre el traje que le envolvía y con las manos en los bolsillos, lamió sus labios.

—Jamás perderás la curiosidad, ¿eh?

Me encogí de hombros y solté la sábana.

Logré que su atención se posase en mí, en la confianza, mientras caminé por la habitación y encontré una caja negra delineada con doradas líneas sobre uno de los muebles, sintiendo sus ojos fijos en mi desnudez, a punto de consumir.

—Son las piedras de los reflejos. Así como los diamantes negros que nos componen, la tierra creó más de ese tipo; poderosas y peligrosas.

—Y las tienen en casa—murmuré. Fui abriendo la caja, y no le di importancia a su cercanía, a pesar de que esta creaba estragos en cada parte de mi ser. Cada parte de él, seguía aclamándome. La tela del vestido chispeó bajo mis manos.

—Son de las minas familiares. Dan… nos han dado poder a lo largo del tiempo—confesó, deslizando sus dedos por mis hombros desnudos. En segundos, me giré hacia él, dándole con una mirada todo sentimiento. Vi la sonrisa en sus ojos—. Arréglate, si necesitas ayuda solo debes pedirla, hay demasiados empleados en este lugar. Te esperaré abajo.

—Lila y…

—Ellos también estarán, es parte del plan.

Aník, con sus pocas palabras, dio un vistazo a la habitación y a mi persona para luego salir de la habitación.

No esperaba más, era un reflejo después de todo y, sabía que, a pesar de que horas atrás hubiesen sucedido más cosas de las que habíamos vivido juntos anteriormente, los miroir estaban cerca, y el cielo era la representación de ello.

Busqué no tomarme mucho tiempo, de hecho, a pesar de que unas mujeres entraron a la habitación y empezaron a organizar todo, incluso con la intención de hacer lo mismo conmigo, me negué y me preparé sola.




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