Regalame tu Sonrisa (libro 2)

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Salir adelante 

 

Las risas de Natalie llenan todo el departamento, y hasta creo llegan al ascensor.

Me cruzo de brazos intentando decidir si la golpeo o me rio con ella.

—No fue gracioso lo que pasó, le partí el labio con la puerta —Aclaro tratando de mantener la seriedad.

Su risa se potencia cuando digo esto, y procuro no hacer lo mismo. Es muy contagiosa, pero lo que pasó en la mañana no me causa gracia. Fue bochornoso.

Espero a que pare, apoyándome en la encimera detrás de mí, mirando la olla donde esta cocinando el estofado.

—Per-dón, perdón —pronuncia entre risas y con los ojos lagrimosos por la tentación. —Sé-que-no-fue-gracioso-en ese-momento…. Pero ahora sí. JA, JA, JA, JA, JA… —Continua, y termino riendo un poco, divertida sin poder remediarlo.

—Ahora tampoco es taaaan gracioso, Nat. ¡Ya! —Le pido, negando la cabeza con diversión.

— ¡Ay Maita, ay Maita! Ja, ja, ja, ja. Esta bien, ya paro… me duele la panza y se me quema la comida… ja, ja... —Agarra la cuchara de madera y revuelve lo que se cocina. —Y decime, ¿estaba bueno? —Pregunta todavía con jovialidad.

Hago una mueca, arrugando el entrecejo.

— ¿Me estas preguntando en serio?

—Sí, ¿por? —Levanta sus hombros.

—Natalie, el pobre terminó en el suelo, con la boca sangrando, ¿y vos me preguntás si estaba bueno? ¿Crees que me interesé por eso, en un momento tan vergonzoso? —Expongo contrariada.

—Ay Mai, en ese momento seguro que no te pusiste a mirarlo de otra forma, pero ahora que ya pasó… no sé, si lo pensas podés saber si era lindo o no. —Argumenta con serenidad. Inclino la cabeza a un lado, mirándola fijamente. — ¡¿Qué?! —Dice sonriéndome con picardía. Blanqueo mis ojos agachando la cabeza. —Solo es curiosidad. Ya pasó y el chabón dijo que estaba bien ¿no? ¿Para qué hacer más drama? —Plantea ligera.

—No hago drama… pero fue en serio muy incómodo. Como él dijo; si hubiera sido a otra persona seguro que la lastimaba peor. —Explico suspirando.

—Bueno eso sí —esta de acuerdo. —Pero como no fue así, ya está, dejá de hacerte la cabeza. —Recomienda encogiéndose de hombros. —Igual hay algo que me quedó dando vueltas…

— ¿Qué? —La miro atenta.

—Tenías apuro por bajar por el contratiempo con la camisa y todo eso… pero, ¿por qué saliste como una elefanta de ahí, llevándote todo por delante? —Cuestiona estrechando la mirada.

Bajo la cabeza de nuevo, pensando en ese instante de pánico que me envolvió.

— ¿Maia, pasó algo?

Exhalo, volviendo a mirarla. Ahora Nata esta seria, mirándome con atención.

—Nada, una pavada… —Intento que suene a algo realmente sin importancia. Arquea sus cejas. —Fue una estupidez, en serio…

—El qué. —Quiere saber.

Suspiro.

—Cuando entré ahí, en la parte de las escaleras sentí algo de pánico de repente… una tontería porque no había nadie… no sé; una boludez del momento nada más. —Explico desviando la mirada de la suya.

—Uhmm… —Emite, asintiendo. —Pero eso no es exactamente una pavada Mai. Volviste a tener un ataque de pánico.

—No, no uno fuerte.

—Pero fue algo. —Corrige. —Maia, lo que pasó con ese… mierda de persona no fue una cosa que se supera fácilmente. Ni siquiera te diste el tiempo de hacerlo, no fuiste a ninguna terapia ni nada. Te recibiste y al poco ya estábamos planeando el viaje. Viajamos, dejaste a tu familia, a Beltrán  y Tomi allá… son muchas cosas y cambios en tan corto plazo; es lógico que cuando te sentís nerviosa te pongas así amiga.

Evito mirarla, porque en serio me cuesta hablar del tema.

—Yo sé muy bien que hablar de eso no te gusta, y no pretendo que lo hagas. Sí quiero que hagas algo para sacarte todo eso que dejó ese innombrable. Podrías, ahora que ya estamos acá y que tenemos un buen trabajo; buscar esa ayuda que necesitás. ¿No te parece?

En el silencio que sigue, y en el cual me sumerjo recordando lo que tanto me gustaría olvidar, Nat se acerca y me abraza.

—Te quiero Tasmania. ¿Sabés eso no? —Musita, y la abrazo fuerte.

—También yo, montonazo. —Declaro, con los ojos humedecidos, pero me niego a llorar.

—Dale, vamos a comer que mi estofado está de rechupete… —Me anima.

Diez minutos después, nos sentamos a cenar, y tratando de dejar atrás esa conversación que siempre me trastoca; hablamos de nuestro día laboral.

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Al día siguiente, y por suerte sin accidentes matutinos, llego a mi trabajo con 10 minutos de sobra. Saludo a algunos compañeros y a otros... Bueno, también, no puedo no hacerlo aunque me miren como si fuera una intrusa. Por lo general no soy de tener mala onda con nadie, soy, o era;  bastante sociable o lo intentaba. Ahora debo decir que me cuesta mucho hacerlo. Me volví recelosa y cuidadosa, sobretodo ahora que estoy en Buenos Aires, lejos del lugar donde crecí y amo tanto.

—Hola Maia, buen día. —Me  viene a saludar Matias.

Él es el jefe de la obra de remodelación en la que estoy trabajando, y quien viene a buscarme para llevarme al barrio privado donde se lleva a cabo la obra.

—Hola, buen día. ¿Esperabas hace mucho? —Miro la hora en mi celular, ya que habíamos quedado para dentro de media hora.

—No, tranquila. Vine antes por otra cuestión, ¿estás lista para ir ahora? —Pregunta sonriente.

—Uhm, sí, creo que sí… —Pongo mi atención en mi escritorio. — ¿Te molestaría esperarme 5 minutos? Hago una cosa y vamos. —Le pido poniendo mi maletín en la mesa.

—Para nada, hacelo, voy saliendo y te espero afuera.

—Te agradezco.

Gira y se va como dijo.

Me siento un instante, procurando los nervios no me traicionen como están amenazando hacer. La idea de subir a un auto con alguien que no conozco, me tensa demasiado. Al final tiene razón Nat, tendríamos que comprarnos un auto. Esto de ir y venir en taxis con hombres desconocidos a lugares que ni conozco; me estresa mucho. Ese miedo latente a que algo vuelva a pasarme, no desaparece aun estando tan lejos de donde me dañaron.




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