Regalame tu Sonrisa (libro 2)

☆ 11 ☆

 

Regalame tu sonrisa


 


Maia no deja de mirarme, la expresión de susto en su cara me da pena y ternura a la vez.

—Tranquila, no pasa nada...

— ¿Nada? —Inquiere en un hilo de voz. —Sos alérgico y por mi culpa vas a tener una reacción... ¿Pero no pasa nada? —Se aproxima unos pasos, sin despegar sus ojos negros de los míos. — ¿Qué va a pasarte? —Pide saber atenta a mi respuesta.

Dudo por un momento si responder o no, ya que va sonar mal. Pero ella espera, sin apartar esa mirada oscura de mí.

—Me voy a quedar sin voz debido a que mi garganta se esta empezando a inflamar. Es como tener amigdalitis —explico. — Después aparecen ronchas en algunas partes... Puede que mi cara se deforme por eso —Abre sus ojos con espanto en ellos. —Solo me durará un rato recuperarme, tengo medicación para eso.

—Dios mío... —Murmura impresionada.

Intento sonreírle para demostrarle que todo está bien, aunque la quemazón en mi garganta empieza a hacerme sentir enfermo.

—Maia en serio, no te preocupes. Mirá, ahora voy a ir a inyectarme la medicación y listo; no pasó nada.

Ella no emite palabra. Solo se queda ahí parada, mirándome avergonzada. Quisiera acercarme y tratar de tranquilizarla, sin embargo tengo que ponerme la medicación, o de lo contrario ahí sí se va poner feo.

Puedo percibir como poco a poco la inflamación en mi garganta aumenta, por lo que decido apurarme a aplicarme el medicamento.

—Quedate acá que ya vengo. —Le pido con la voz pastosa.

Ella duda por un instante, y después asiente, suspirando pesarosa.

Dos minutos después entro en el baño con la epinefrina y jeringa. Respiro profundamente, sintiéndome mareado. Odio la sensación que me produce cuando esto me pasa.

Me concentro en lo que tengo que hacer, pero me cuesta... los dedos  tiemblan y la hinchazón en ellas no me permite sujetar bien la jeringa y el frasquito con la medicación. Las apoyo un momento en el lavamanos, el malestar me recorre el cuerpo haciéndome tambalear. El estómago me da un vuelco y las náuseas no se hacen esperar. Bajo la tapa del inodoro y me siento un instante. Mi respiración es sibilante, cuesta que el aire circule con normalidad y el picor e inflamación en la garganta hacen que tosa varias veces, pero lo hago de forma ronca y seca.

Las ganas de vomitar también llegan. Cierro los ojos echando la cabeza atrás, pero poco puedo aguantar. Segundos después vacío mi estómago, y las arcadas hacen me duela peor la garganta y la cabeza.

Golpes en la puerta me distraen, y su voz que traspasa la madera, suena angustiada. Pregunta si estoy bien, e intento responder pero mi voz se niega a salir para tranquilizarla.

— ¿Uziel? —Vuelvo a oír. Como también los ladridos de Coco y sus arañazos en la puerta. — ¿Uziel? Si no salís voy a tener que llamar a alguien, ¿Estás bien? —Pide saber.

Me incorporo, me acerco a la puerta y doy golpecitos rítmicos esperando reciba el mensaje de que estoy bien.

Tanto Coco como Maia se quedan en silencio y luego la escucho a ella;

—Espero que eso signifique que estás bien. —Golpeo nuevamente de la misma forma.

No vuelve a decir nada más, por lo que voy hacia el lavamanos y agarro lo que antes dejé ahí. Después de inyectarme la epinefrina, me tomo unos minutos para lavarme la cara y recomponerme. Me veo fatal, mis ojos llorosos y enrojecidos, algunas ronchas asoman al igual que mis labios hinchados. No quisiera me vea así, pero tampoco puedo quedarme hasta que los efectos finalicen. Puede llevar un largo rato.

Abro la puerta despacio, y me asomo de a poco para no asustarla.

El primero en venir hacia mí es Coco, que salta apoyando sus patas en mi pecho. Lo acaricio apenas y lo bajo, ya que las náuseas regresan. Dirijo entonces la mirada hacia el frente, donde está parada. Su mirada oscura, llena de preocupación y asombro, me recorre la cara.

— ¿Cómo te sentís? —Pregunta acercándose un poco.

Agito la cabeza en afirmación, porque no puedo responder con palabras ahora, por más que me esforzarse.

—Me preocupé un poco cuando te escuché... —Musita atenta, refiriéndose al lamentable hecho de que vomité. Alzo el pulgar, sonriendo un poco. —No podés hablar tampoco —Se da cuenta.

Niego sonriéndole otro poco.

Recuerdo entonces que me comentó tiene un sobrino sordomudo, y pienso que no estaría mal saber el lenguaje de señas justo ahora.

— ¿Necesitás que haga algo, que te ayude en alguna cosa? —Dice a continuación, en su lindo rostro reflejándose la culpa.

Me hace sentir mal verla así, por lo que se me ocurre asentir y hacerle señas para que me siga.

Camino de regreso hacia el living, seguido por los dos. Me acerco a uno de los muebles que acá tengo, agarro un block de hojas y una lapicera, escribiendo ahí lo que quiero de ella.

Cuando termino, se lo entrego.

Maia lo toma y al leerlo, sus cejas se alzan y parpadea confundida. Sus ojos interrogantes se posan en los míos y yo me encojo de hombros. Escribo de nuevo en otra hoja, y se lo doy.

— ¿Cómo no voy a sentirme mal? Por mi culpa estás así. —Argumenta ante lo segundo que le escribí.

Sacudo la cabeza, abriendo la boca para decirle que no es su culpa no saber que yo soy alérgico. Pero hago una mueca cuando la garganta me raspa.

— ¿Tomar algo frío te puede ayudar?

Le hago un gesto de "masomenos" con la mano.

— ¿Puedo pasar a tu cocina? —Apunta hacia ahí.

Muevo la cabeza, aceptando. Hace lo mismo y se da media vuelta.

Me quedo mirándola atento. Camina con gracia y sutileza. No es voluptuosa, ni curvilínea, pero me gusta. Sus ojos grandes, su nariz pequeña y respingada, esa sonrisa que tiene; hasta provoca que desee besarla.

Niego con la cabeza ligeramente, y decido sentarme en el sofá, dejando a un lado esos pensamientos ahora.

Veo a Coco acercarse y sentarse frente a mí, inclinando su cabeza de un lado a otro, mientras escuchamos sus pasos en la cocina. Un segundo después reaparece.




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