Regalame tu Sonrisa (libro 2)

☆ 14 ☆

La Solución

 

 

» Decime como le explico

A mi corazón lo perdido

Sé que la culpa fue mía

Fui yo quien abrió esta herida.

No merezco lo que tengo

Voy perdiendo por ser terco

Veo tu angustia llorando

Partiéndose en mil pedazos

En mil pedazos... 

 

Tarareando la canción de La Beriso que suena a través de los auriculares voy entrando al edificio. Es martes pero mi cuerpo lo siente como si fuera viernes. El comienzo de la semana fue muy ajetreado y lleno de actividades que me mantuvieron de acá para allá. Aunque no me quejo, hago lo que adoro, las personas con las que trabajo son muy responsables y además, me mantuvo alejada de ciertos pensamientos hacia cierto vecino que no he visto desde el domingo a la noche.  

 

Camino deprisa hacia las escaleras, esta parte es la que más odio de irme y llegar. El escalofrío no se hace esperar, pero lo ignoro concentrándome en la música que continúa. 

 

» Cuantas noches de gira

Días llenos de melancolía.

Mi casa sin vos se ve tan vacía

Sé que tu amor fue tan sincero

Perdón, el mío fue tan traicionero...

Perdón el mío fue tan traicionero...

Perdón el mío fue... Tan traicionero.

 

Empujo la puerta saliendo por fin al pasillo del sexto. Resopló, entre cansada y aliviada de haber pasado por estas infernales escaleras. En cuanto alcanzo la puerta del departamento, siento un movimiento cerca, por lo que giro, encontrándome con Coco y su dueño.

 

Miro a Uziel que sonríe ampliamente hacia mí, diciendo algo que no logro escuchar. Cuando me doy cuenta que es por los auriculares, me los quito.

 

—Hola, perdón me olvidé que los tenía —excuso avergonzada.

 

—Venías concentrada... 

 

—Algo así. —Digo, acariciando la cabeza del perro que se acercó. —Cómo estás. 

 

—Yo muy bien, gracias. ¿Vos? Llegando del trabajo —Apunta mi maletín.

 

—Sí, bien. Cansada pero bien —respondo sonriéndole.

 

— ¿Día difícil? 

 

—No, pero agotador. —Comento bajando la vista hacia Coco. — ¿Salen de paseo? —Pregunto viendo a Coco inquieto mirar hacia la puerta que lleva a las escaleras.

 

—Sí, vamos a pasear a la bestia —comenta Uziel con gracia. 

 

—Qué feo apodo le quedó —musito sonriendo.

 

—A veces lo es. —Sonreímos. Por un momento nos quedamos callados, mirándonos y mirando al perro de vez en vez. —Bueno, voy a sacarlo antes de que se impaciente más.

 

—Claro, no lo hagas esperar. 

 

Volvemos a mirarnos. Sus ojos amables se quedan fijos en mí, como si algo quisiera decirme.

 

—Que descanses. 

 

—Vos también. —Nos despedimos. —Chau Coco, que disfrutes tu salida. —Se aproxima moviendo la cola y le doy una  caricia rápida  en su cabeza. 

 

Alzo la mano despidiéndome de Uziel, y giro hacia la puerta.

 

— ¿Maia? 

 

— ¿Sí? —Me vuelvo hacia él nuevamente. 

 

Titubea un instante, por lo que espero paciente sonriéndole. 

 

—Es por lo del sábado. —Menciona despacito. Asiento sin decir nada. —Me gustaría que fueras. Digo, si es que no tenés otra cosa que hacer. Se pone bueno. —Explica cortes. 

 

Parpadeo un par de veces, pensando.

 

Me encantaría ir, esa es la verdad, pero las dudas, como espinas, no me dejan decidirme. 

 

—Todavía no sé qué voy a hacer. Por ahí vaya... no tengo idea. —Argumento vacilante.

 

—Entiendo. Ojalá puedas... Nos vemos —Y así no más, camina junto a su perro, ambos a la salida. 

 

Quieta en mi sitio los veo alejarse. Cuando se pierden tras la puerta, suspiro bajito, negando con la cabeza. 

 

—Debe haber alguna forma de sacarme el miedo de encima... —murmuro para mí misma. 

 

Entro a casa un segundo después, buscando en mi mente una solución que no llega. 

 

 

 

El día siguiente es igual a los anteriores, agotador pero satisfactorio en lo que al trabajo refiere. Al salir de mi jornada, voy directo a la cita con mi psicóloga; Pamela De Lima.

 

Es profesional, muy cálida, y comprensiva cuando nota no tengo muchas ganas de hablar todavía de ciertas cosas. Es joven, tal vez dos o tres años mayor que yo, por lo que me ayuda a ir desenvolviéndome de a poco. Su buena onda y carisma, hacen de esta hora que paso acá; no sean tan largo. 

 

Saliendo del consultorio, camino unas dos calles viendo algunos locales cerrarse, y otros, como bares y restaurantes comenzar a ser concurridos. La noche se presta para salir y disfrutar, el barrio es muy lindo, por lo que me entretengo un rato, paseando y viendo vidrieras. En mi trayecto pausado y tranquilo, veo al otro lado de la calle un lugar que atrae mi atención de inmediato. Observo a algunas mujeres salir de ahí,  saludándose y emanando una seguridad que yo desearía tener. 

 

Me cruzo de vereda, acercándome para leer los carteles que no llegaba a ver desde el otro lado. 

 

Mordiendo mi labio, me pregunto si no sería esto lo que estoy necesitando. 

 

Escucho la puerta abrirse, una chica vestida con ropa deportiva sale colgándose un bolso Nike sobre su hombro. Cuando se dirige en mi dirección para irse, me animo a hablarle.

 

—Disculpá. 

 

La chica al oírme se para, y me mira amable pero cautelosa.

 

— ¿Sí? 

 

—Am, hola. ¿Vos trabajás acá o sos clienta? —Apunto directamente al cartel que leí hace un momento. 

 

—Trabajo acá, ¿Estás interesada en alguna clase?  

 




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